El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

30 abril 2012

Volver a empezar


¿Vos me entendés? Cuando te enfrentás a un quilombo fenomenal, tené claro que son siempre producto de una degeneración anterior, un problema grave que no detectás y que se remonta a veces a decenas de años atrás. Nada en esta vida, querido, se produce por generación espontánea; cada acontecimiento que vivimos, este presente sobresaltado que nos ha tocado vivir, se corresponde exactamente con una secuencia del pasado. Sólo tenés que pensar en el tiempo de una forma distinta, olvidate del transcurrir armonioso de la vida. Vivimos tan atropellados con el presente, que es como si caminás mirando tus propios pies. ¿Cuántas veces tropezarías? La reputa, sí, la reputa porque nadie puede llegar lejos si no mirá al frente… Pues eso mismo es lo que intento decir: dejá de analizar el día a día que nada es fruto del momento. Remontate, al menos, a tres generaciones atrás.

Tenés que partir de una primera generación que sufrió cada maldito día de su existencia; nacieron en una adversidad absoluta, con trabajos de mierda y sueldos de mierda. Pero salieron para adelante y le levantaron el piso a la generación que venía después. Muchos gurises de aquella generación se licenciaron en la universidad y se hicieron grandes profesionales, y otros continuaron con el laburo de sus papás, un localcito, el taller de venta de gomas de autos o un almacén que heredaron y lo convirtieron en sólidos negocios. Los hijos de éstos ya se encontraron la vida resuelta pero, como aún permanecía en la familia el espíritu de trabajo, el negocio familiar y la proyección profesional se mantuvieron. El problema se plantea con los nietos, mimados, acomodados y desmotivados. La generación opuesta a la de sus abuelos o bisabuelos, aunque no los culpo a ellos porque no son más que el último reflejo de una sociedad y unos gobiernos que han ido complaciendo la desmotivación de esa sociedad que vive por encima de sus posibilidades a base de ayudas, subvenciones y subsidios…

¿La sociedad argentina? Pero qué decís, pelotudo, que yo no hablo de Cristina Kirchner ni de los nietos del peronismo. Que no, que no, que yo no te hablaba de la Argentina ni de esa tarada. No, mirá, la cosa en la Argentina está muy clara, yo creo que siempre ha sido así, al menos hasta donde me alcanza la vista y los conocimientos. Por eso, muchos argentinos te dicen, con sarcasmo, que a lo mejor la solución es probar a que nos gobiernen las putas, porque hasta ahora con los hijos nos ha ido muy mal. Claro, claro… Y lo del Repsol, pues nada, es una malvinada más. No tenés que preocuparte, antes o después nos enteramos de los motivos reales de la expropiación. Pero, miráme, que yo no te hablaba de la Argentina, sino de España y de esta región tuya tan linda, Andalucía. Porque llevo quince años aquí y, desde que llegué, estoy sintiendo el vértigo de que acá pueda pasar lo mismo que allá. Ustedes están a tiempo, pero si no lo remedian, del corralito no los salva nadie. Oíme lo que te digo porque yo todo esto ya lo viví. Y sé que puede pasar. Te levantás un día y todo se fue al carajo. El dinero del banco, el valor de tu casa, el precio de tu auto… Tu vida se va al carajo. ¿Sabés lo que decía Julito Cortázar? Pues que «nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y que hay que empezar de nuevo». Mirá a tu alrededor: ¿Creés que hay alguien dispuesto al sacrificio de volver a empezar?

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27 abril 2012

Zurriagazo


En los años del Trienio Liberal de España, aquel periodo tan convulso de principios del siglo XIX, se editó en Madrid un periódico que en muy poco tiempo alcanzó gran fama por la agresividad, la dureza y el sarcasmo de cada uno de sus comentarios. El Zurriago, se llamaba, para dejar claro desde la misma cabecera que sólo podían esperarse latigazos a diestro y siniestro. Gracias al bicentenario de las Cortes de Cádiz, se han editado ahora algunas de las recopilaciones que, al leerlas, provocan, a la vez, asombro y vértigo por la certeza absoluta de que un periódico así sería inimaginable en la actualidad, de tanto como hemos asumido e interiorizado el lenguaje y las formas políticamente correctas. Unos más que otros, es verdad, pero de forma general nadie se asemeja siquiera al estilo del Zurriago, descarnado, cruel, despiadado con aquellos tipejos, tuvieran el poder que tuvieran, se adornaran con los títulos nobiliarios que quisieran, que cometían algún tipo de abuso en el ejercicio del caro público. Los editores del El Zurriago, de hecho, lo expresaron, como declaración de intenciones, en el primer número y nunca defraudó su lema. «Los editores se declaran en guerra abierta con los abusos, con los que viven de los abusos y con los que abusen de su autoridad».

¿Quién hace aquí ese periodismo? ¿Quién puede decir que lo ha practicado en el pasado? Muy pocos, desde luego, con el detalle añadido de que cuando un periódico ha iniciado una línea de denuncias contra un Gobierno, la reacción de muchos otros medios ha sido la de silenciar los escándalos o justificarlos, para así participar de una mayor porción de tarta de ingresos publicitarios de la administración. Por eso, provoca hasta irritación que las asociaciones de prensa, tantas veces calladas, hayan comenzado a difundir ahora, con motivo del día internacional de la libertad de prensa, que se celebra el próximo día tres, un «manifiesto reivindicativo» en el que se incluyen algunas bobadas importantes, como la frase central: «sin periodistas no hay periodismo; sin periodismo, no hay democracia». Pues vale, pero señalemos también que no todo lo que se ha editado en papel de prensa en España en los últimos treinta años debería considerarse periodismo y que, por consiguiente, no sólo no contribuye al funcionamiento democrático de una sociedad, sino que la atrofia. Mucha prensa, muchos periodistas, no sólo no han combatido los abusos sino que han vivido de los abusos. Y en Andalucía, mogollón.

Si miramos ahora hacia atrás, con la perspectiva que tenemos ahora del escándalo monumental de los ERE, nos sorprenderíamos del silencio enorme, la complacencia incluso, durante todos estos años en los que en la Junta de Andalucía ha dilapidado mil millones de euros. El propio ex consejero Fernández lo dejó caer el otro día en su declaración ante la juez Alaya, cuando dijo, con evidente sorna y mala hostia, que nadie podía acusarlos de opacidad en la gestión de los fondos de Empleo porque todo el mundo lo conocía, los sindicatos y la patronal, los primeros. Y tiene razón: la discrecionalidad, la arbitrariedad y el sectarismo han sido una constante aquí durante tres decenios, hasta convertirse en un vicio aceptado por todos los actores que acudían fieles a ese pesebre. ¿No lo iban a conocer los sindicatos, si ellos mismos se beneficiaban de los ERE? ¿No lo iba a conocer la patronal, si entre los empresarios ese chalaneo debía ser generalizado? Pues claro. Como dirían en El Zurriago, «los ladrones prosperan en todo tiempo. Ojo al crucifijo, que es de plata».

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26 abril 2012

Guadalajara Dos


Que salgan en procesión, que organicen caravanas de militantes con sus banderitas y sus bocatas, que agiten a las juventudes socialistas para que acampen a la puerta con una protesta indefinida, que celebren mítines encendidos de todos los dirigentes nacionales, que publiquen manifiestos solidarios de abajo firmantes, que contraten a cantautores antiguos y modernos, españoles y cubanos, para que ofrezcan conciertos y se empañen los ojos de lágrimas con el atardecer y una canción que se llame libertad. Que organicen otra feria política como aquella frente a la cárcel de Guadalajara, cuando un juez mandó al talego a los que pagaron en los tribunales la barbarie de los GAL y el despilfarro de los fondos reservados en tiempos de Felipe González. Que hagan lo mismo ahora que una juez ha enviado a prisión a un ex consejero del Gobierno andaluz, que no se corten, que no se queden con la limitación del comunicado que ha aprobado el PSOE de Cádiz, que no escondan su visión de la Justicia en el exabrupto de una agrupación provincial. Si de verdad consideran, como han dicho, que el ex consejero procesado es un “represaliado político”; que el fiscal anticorrupción y la jueza que lo han enviado a prisión forman parte “de la derecha más recalcitrante”; y que el proceso judicial es tan arbitrario e “injusto” que llega a imputar a un hombre sin pruebas porque “no hay, ni puede haber una sola prueba" para culpar a Antonio Fernández de la trama de los ERE; si eso es lo que piensan, que organicen ya las manifestaciones a la puerta de la prisión. Guadalajara Dos.

Es tan desproporcionada, tan antidemocrática, la reacción visceral de los socialistas gaditanos, que lo que han conseguido, al final, es profundizar aún más en las contradicciones internas del PSOE y de la propia Junta de Andalucía en este caso; el imposible metafísico de ser, a la vez, acusación y defensa de la trama de los ERE. Podrían reparar, por ejemplo, los socialistas gaditanos en la evidencia de que también la Junta de Andalucía, personada en el proceso como acusación, solicitó que se le impusiera una fianza de casi 70 millones de euros al ex consejero Fernández, además de obligarlo a comparecer semanalmente en los juzgados. Parece evidente, por tanto, que aunque la Junta no solicitó prisión para el ex consejero, lo que sí tiene claro es que Fernández ha podido delinquir por su participación en el diseño y ejecución del ‘fondo de reptiles’. Según la teoría de la conspiración que manejan los socialistas gaditanos, ¿deberíamos considerar que la Junta de Andalucía forma parte también de la ‘derecha más recalcitrante’ que acusa al ex consejero “sin ni una sola prueba”?

Pero es que, más allá incluso del comunicado incendiario del PSOE de Cádiz, cuando la ejecutiva regional o el propio Gobierno andaluz salen en defensa de Fernández, y se muestran apesadumbrados por el procesamiento de un político que ejerció su cargo con “dignidad” y con “eficacia”, lo que tendrían que aclarar es por qué, en consecuencia, la Junta de Andalucía no ha solicitado que el ex consejero quede en libertad sin cargos. Y es que parece evidente, en definitiva, que el PSOE andaluz, con su secretario general a la cabeza, se ha instalado en un laberinto de contradicciones del que sólo puede escapar de la forma abrupta que ya ha apuntado: con la descalificación y el insulto.

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24 abril 2012

Café


Es verdad, la política española se puede medir de café en café. Sin que nadie lo esperase, el café se ha convertido en metáfora de los tiempos políticos. El primer café que se recuerda fue el “café para todos” de Manuel Clavero. Con aquel café, se rompió el diseño primero que se había fijado, pactado en secreto entre centristas y socialistas, para limitar las autonomías de primer grado a las llamadas comunidades históricas. La previsión se hizo añicos con la movilización andaluza y fue entonces cuando se generalizó el sistema autonómico con el “café para todos” que luego, con el paso de los años, se ha desbordado hasta crear este gigante administrativo que ahora ni siquiera de puede abarcar. Café, copa y puro.

Lo curioso es que de la misma forma que el café sirve para medir la abundancia y los excesos, también se utiliza para expresar lo contrario, las cosas que no tienen importancia o que se trivializan. Ahí está, por ejemplo, el último café del que tenemos noticias, el café del consejero extremeño del Partido Popular que, para quitarle importancia al copago sanitario, ha dicho eso de que para los pensionistas la subida no les va a suponer más que “cuatro cafés al mes”. Lo mismo hizo unos años antes Pedro Solbes, que pasará a la historia por ser el ministro de Economía que, por dos veces, llegó al Gobierno en una situación de bonanza económica y dejó el país al borde de la ruina. Cuando Solbes quiso explicar las subidas de precios en España, no se le ocurrió otra cosa que recurrir al café para razonar que, en realidad, el problema de fondo es que los ciudadanos no saben lo que cuesta un euro. “La gente se toma dos cafés y deja de propina un euro", dijo Solbes. ¿Por qué se empeñara este personal en dar lecciones de cotidianeidad si, en realidad, los únicos que no conocen los precios de la calle son ellos? Como Zapatero, cuando le preguntaron por el precio de un café. Ochenta céntimos, dijo el presidente. Es decir, ni idea de lo que cuesta un café en la calle.

El café como metáfora del modelo de Estado y el café como medida de la economía de un país. Aunque el café que más ha dado que hablar en España es aquel que explica los mecanismos íntimos de la corrupción: el café de Juan Guerra. Cuando Juan Guerra resumió toda su actividad en los cafelitos que se tomaba en su despacho de asistente de su hermano, el vicepresidente del Gobierno, sintetizó mejor que nadie la discrecionalidad en la gestión de los fondos públicos. Para conseguir una ayuda o una subvención, o para recalificar unos terrenos o agilizar una licencia, sólo había que pasarse por aquel despacho y, con el cafelito de por medio, el dedo poderoso del hermano de Alfonso Guerra hacía y deshacía. En lo de los ERE, si se fijan, el mecanismo es el mismo, la arbitrariedad y la discrecionalidad que conducen inevitablemente a la corrupción. Por eso es normal que el ex consejero de Empleo, Antonio Fernández, no haya podido aclarar en los juzgados por qué se creó  un fondo opaco que se ha convertido en la mayor corrupción cometida por un gobierno. No se trata de otra cosa: durante diez años, se han repartido cientos de millones en ayudas y subvenciones con el mismo rigor con el que Juan Guerra administraba los cafelitos de la Delegación del Gobierno. La ‘lógica del café’, en fin, que no tiene más justificación que el chalaneo, una ilegalidad global y sistemática en la Junta de Andalucía.

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23 abril 2012

La juez de porcelana


De porcelana parece hecha la juez de los ERE, como supo ver bien Antonio Soler. Porque también él se quedaría atrapado en esa imagen congelada de la juez Alaya llegando a los juzgados, hierática, inexpresiva, misteriosa, abriéndose camino con la mirada firme, el gesto serio, sin concesiones de los labios, ni los ojos; la extraña capacidad de mantener la misma cara en las cientos de fotos que le han hecho llegando a los juzgados. Sólo cambia el vestido, hoy azul, mañana blanco, otro día negro o rojo, pero siempre, indefectiblemente, la misma expresión y la misma compostura, un bolso grande en una mano, un troyller en la otra, arrastrando secretos y sumarios. El cuerpo erguido, el camino recto que no se detiene un instante ni existe previsión alguna que nadie pueda alterarlo. La juez de porcelana, “misteriosa y cabalística,/ puede dar celos a Diana/ con su faz de porcelana/ de una blancura eucarística”, que parece que los versos de Rubén Darío estaban esperando la estampa de esa mujer a la puerta de los juzgados.

Y será que esa puesta en escena, fría y distante, de porcelana, está calculada por la juez para acojonar aún más a los procesados, cuando lleguen a su despacho y la vean allí, en su mesa de despacho, disparando preguntas, sin horas, ni días, ni descanso. En ninguno de los casos de corrupción que se recuerdan en España se ha dado un interrogatorio como el que comenzó el viernes pasado del ex consejero de Empleo, Antonio Fernández, lo que nos devuelve otra vez a la inquietud primera  sobre la forma de llevar la instrucción de la juez Alaya, si esta manera suya de actuar es conveniente para el objetivo final de todo proceso judicial, que es el de sentar a los procesados en un juicio y que sean condenados por los hechos cometidos. ¿Una instrucción así, que ha demorado más de un año la declaración y la cárcel de los principales imputados, clarifica o complica la investigación? A favor de la juez Alaya podría justificarse hoy que si ha esperado tanto tiempo para llamar a declarar al ex consejero Fernández ha sido porque ha estado preparando minuciosamente un interrogatorio demoledor, preciso y riguroso. Arrollador, como el que hemos visto. Porque lo que nadie pone en duda es la capacidad de trabajo de la juez Alaya, y ha esperado hasta tener en su mano el mayor número de  pruebas posibles y conocer, igual o más que los miembros del Gobierno andaluz, sobre el funcionamiento de la Junta de Andalucía y del reparto de las subvenciones del fondo de reptiles.


El problema que se vislumbra es que una actuación profesional así, tan profunda, tan exhaustiva, llevan a la juez Alaya a una implicación personal que puede salirse de lo establecido, de lo legalmente establecido en la Ley de Enjuiciamiento Criminal en cuanto a la distancia que todo juez debe mantener con los procesados y con el procedimiento mismo. Quiere decirse que lo que no es normal, ni adecuado para el proceso, es que la jueza discuta y reprenda a los imputados, como ha ocurrido en este caso. “Asuma al menos la responsabilidad que le corresponde como consejero (…) Si quiere, se acoge a su derecho a no declarar, pero no se ande por las ramas. Contésteme a la pregunta", como le reprendió, al parecer, al ex consejero Fernández durante el maratoniano interrogatorio que le tenía preparado. ¿Qué asuma su responsabilidad? ¿Cómo entender que la jueza se pronuncie en esos términos, más propios del debate parlamentario que del judicial? Y es ahí, en ese punto, donde el interrogatorio del ex consejero Fernández se conecta con la preocupación de siempre: Esperemos que en el futuro, cuando este inmenso proceso judicial llegue a la fase final, los excesos de la instrucción no echen por tierra el mayor escándalo en el uso de fondos públicos que se ha conocido y que la propia jueza Alaya ha levantado con minuciosidad y tesón. Entre tanto, seguiremos escrutando la imagen congelada de esa mujer, la juez de porcelana que cuelga el hieratismo en la percha de su despacho, como una máscara veneciana.

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21 abril 2012

Pollo sin cabeza


El diez de septiembre de 1945, un granjero de Colorado, en Estados Unidos, cogió uno de los pollos que tenía en el corral y se lo llevó debajo del brazo hasta el tronco de madera, junto al cobertizo, en el que solía sacrificar a los animales. Colocó al pollo en posición y, con un golpe certero, le cortó el pescuezo. Fue a dejarlo sobre la mesa cuando, para asombro del granjero, el pollo dio un salto y salió disparado hacia el campo. Levantó la alas, se las sacudió, y siguió caminando como si tal cosa, pero sin cabeza. Primero acudieron su mujer y sus hijos a ver el fenómeno del pollo sin cabeza; luego los de las granjas de alrededor y, ya al final, unos científicos de la Universidad de Utah, que analizaron el caso y ofrecieron las explicaciones oportunas para explicar aquella maravilla de la naturaleza. Desde el primer día, desde que le cortó el gaznate, el granjero convirtió aquel pollo sin cabeza en su favorito, el mejor del corral, y, seguro ya de que nunca podría hincarle el diente ni aunque su mujer le preparase la mejor pepitoria, dedicaba varias horas al día a alimentarlo, introduciéndole con una pipeta de laboratorio gotitas de agua por el esófago y algunos trocitos de maíz. Lo exhibió por ferias y concursos, “¡El extraordinario caso del pollo sin cabeza”!, y cuando ya le había ganado 4.500 dólares en las exhibiciones, un mal día al pobre pollo se le atragantó un grano de maíz en el trozo de pescuezo que le quedaba y la palmó asfixiado.

Como los americanos convierten cada parcela de su historia en un show patriótico, de la historia del pollo sin cabeza de Colorado se han editado libros, múltiples reportajes, dispone de página web, ‘The headless chicken’, y hasta le quieren construir un monumento como símbolo del lucha y de coraje por vivir. Pero toda esa fanfarria es sólo la anécdota local: el pollo de Colorado es la demostración más llamativa de una simetría superior. Cada desvarío humano, tiene su simétrico en el mundo animal: el desastre estruendoso de un elefante en una cacharrería, el placer ordinario de un cochino en un charco, la libertad anárquica de un gorrión. Y el pollo sin cabeza. Este tiempo que vivimos, que tanto trabajo nos cuesta entender y calificar, es, sin duda alguna, un tiempo de pollo sin cabeza. Asómese cualquier día al balcón de las noticias y quédense un rato a escucharlas en orden descendente. Primero, los sobresaltos de las Bolsas que van cayendo, parqué a parqué, de oriente a occidente; luego, la angustia de la deuda gigante de España en los mercados financieros, que deja la quiebra pendiente de un hilo. Luego, un escalón más abajo, la política nacional, crispada y previsible. Nunca se detiene la política española en un momento de normalidad, todos los argumentos tienen un fin electoral. Ya al final, la política andaluza, este oásis: Aquí, extrañamente, ni son necesarios los recortes ni hay nada que ajustar. Sencillamente, no existe conexión alguna entre la realidad política andaluza y la secuencia de acontecimientos internacionales. Pero es que, más allá, tampoco parece que exista conexión alguna entre la política andaluza y la realidad andaluza. El pollo sin cabeza de Corolado estuvo vivo 37 días; aquí vamos tirando desde hace años, sin saber muy bien cómo es posible, y sin embargo nadie nos estudia como fenómeno.

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20 abril 2012

La cena de los idiotas


El otro día, qué risa, nos pusimos a charlar con unos amigos y a poco estuvimos de acabar revolcados por el suelo, de las carcajadas que dábamos. Qué ocurrencias, qué cosas, y todo verídico, como decía aquel humorista. Hablábamos de lo mal que están las cosas, de la crisis y todo eso, y entonces uno nosotros, con gesto serio, aprovechó un silencio de la conversación para hacer de la voz del dios inmisericorde y justiciero. En el momento de silencio que hay en toda cena, cuando acaban de servir un plato y sólo se escucha el tintinear de las copas o de los cubiertos danzando por el plato, que si las espinas de la lubina, que si los nervios del chuletón, en ese silencio atronó su voz de barítono: «Haz de saber, hermano, que dios castiga al avaro con el mayor desprecio, porque escrito está que un día amanecerá con un vestido de saco de arpillera como toda pertenencia. ¡¡Y vosotros, hermanos, sois grandes pecadoreeees!!» Todo fue decirlo y al sobresalto del vocerío le sucedió una carcajada general, que casi nos tira por el suelo.

La culpa de todo, ya verás, la tiene Andrés, que comenzó contando lo aliviados que están ahora en Canal Sur con las elecciones andaluzas, porque han estado acojonados de verdad. Es normal, por otra parte: tal y como está la profesión, los de Canal Sur saben que ni por asomo van a encontrar nada que se le parezca. Y si hubieran ganado los del Partido Popular, seguro que a esta hora ya estábamos hablando de recortes de plantilla. ¿Qué pasa, que les parece mucho que Canal Sur tenga 1.600 trabajadores? Pues eso es lo que hay, que lo único que pretenden es meternos aquí la precariedad de la empresa privada, con tanta explotación como hay. Eso sí, las cosas están ahora estabilizadas, nos dijo, y contó aquella vez que los sindicatos negociaron con la empresa que se le pagara el desayuno a los trabajadores. Tan cubiertos estaban todos los extras, digamos, que se pusieron a negociar ¡el desayuno! Nos reímos, claro, y Andrés también aunque al principio pensara que lo tomábamos a coña. No se enfadó porque, con ese mismo hilo, Antonio contó cómo viven en el ayuntamiento en el que trabajan. Su secretaria, por ejemplo, entre que llega una hora y media tarde porque tiene llevar los hijos al colegio y que luego se marcha antes porque tiene que hacer la comida del marido, pues resulta que sólo se pasa por allí un par de horas, como mucho. ¿Y qué? Si las administraciones públicas no dan ejemplo de conciliación laboral, ¿quién va a darlo en este país?

Total, que la secretaria tampoco se puede quejar de la crisis, dije yo, je, je, y todos comenzamos a reírnos otra vez. Y eso que lo mejor estaba por llegar. Alberto, que es delegado sindical nos dijo que, en realidad, la gente está muy equivocada con la educación de sus hijos, esa obsesión por la Universidad. No creo que haya muchos profesores y médicos que ganen más dinero que un conductor de autobuses municipales en Sevilla, dijo. O un empleado de la limpieza. A ver quién lo supera: en la empresa de limpieza de Sevilla, los puestos de trabajo son hereditarios. ¡Un trabajo que pasa de padres a hijos por convenio! Qué risa, de verdad... Ahí lo llevas, Merkel. Hemos pensado que para la próxima cena invitaremos a alguien de fuera. Pero no puede ser empleado público. Y verás qué divertido, cuando contemos nuestras cosas.

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19 abril 2012

Falibilidad


«Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir». Era todo lo que se esperaba, por eso, al oír sus palabras en la radio, en el tono más triste que se le recuerda nunca, al recibir como ciudadano la disculpa pública que muy pocas veces se ha podido oír en labios de un jefe de Estado, sólo queda levantarse y aplaudir. Aplaudir no a la Corona, no a la Monarquía, que eso forma parte de otro debate que ahora no importa; se le aplaude a la persona, se aplaude la humildad porque sólo a los grandes les asiste ese instante de sinceridad consigo mismos para reconocer los errores cometidos. Y levantarse tras la caída, mirar a los ojos, y pedir perdón. Así como Popper decía que «sólo los canallas intelectuales son inmodestos», podría añadirse ahora que sólo los canallas intelectuales son inmodestos y soberbios. El camino de la disculpa pública, de la admisión del error, va mucho más allá del hecho concreto al que se refiere. Ése, el de la modestia, es el sendero de la autocrítica y de la tolerancia, de saber escuchar a los demás y estar siempre dispuestos a admitir que somos nosotros los que estamos en un error. Cuando un Rey le pide perdón a los ciudadanos está mostrando una forma de ser, un comportamiento necesario para que el futuro siempre pueda ser mejor porque somos capaces de aprender de los errores cometidos. Sí, también con una equivocación se puede ser ejemplar ante la ciudadanía.

Ya se sabe que todo esto, para muchos, es anécdota y que algunos, incluso, lo convertirán en broma, en chufa, y entonces ya no se sabrá muy bien si lo ocurrido merece la pena resaltarlo o pasarlo por alto, sin más trascendencia que una ‘borbonada’. Para resolver esa duda, sólo hay que mirar alrededor. ¿Pidió alguna vez Felipe González disculpas por la corrupción que se lo llevó por delante? ¿Y por los GAL? ¿Alguien le recuerda a Aznar otra cosa que la soberbia cada vez que se equivocaba y persistía en el error? Chaves y Camps, envueltos ambos en escándalos políticos, tuvieron la desfachatez de presentarse ante la sociedad como víctimas de «un intento de muerte civil». ¿Quién puede esperar otra cosa que soberbia de la implicación política de Griñán en la trama de los ERE? La equivocación de Don Juan Carlos ha sido de forma; todos esos escándalos eran corrupciones de fondo. Podría haber invocado el rey, como Isabel II de Inglaterra, el annus horribilis, y aguardar, como sucede en política, a que escampe la tormenta. No ha sido así.

Popper sostenía que, dado que igual que una sociedad sin conflictos sería inhumana, lo esencial de una democracia es la capacidad crítica para, con humildad, contrastar ideas, valores y pensamientos. Como la ciencia, que utiliza la autocrítica en la búsqueda de la verdad. «Todos los grandes científicos naturales fueron conscientes de su ignorancia infinita y de su falibilidad», añadía el filósofo. Y es eso lo que se valora, la necesidad democrática, social, de sabernos falibles. Como Don Juan Carlos, ahora: «Lo siento mucho. Me he equivocado y no volverá a ocurrir».

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17 abril 2012

Caza Mayor

Esta vez, al Rey no le ha salvado ni la ridícula desproporción de quienes lo critican. Son esas campañas antimonárquicas que brotan en cada oportunidad que se presenta y que, como suelen andar endebles de argumentos, acaban festejando lemas ridículos. Como ahora, tras conocerse el episodio de caza mayor de Don Juan Carlos en África, surgen algunos lemas tan absurdos que merecen el recuerdo y la posteridad. “Todos somos elefantes”, han comenzado a repicar en las protestas electrónicas del pásalo y sólo la carcajada instantánea puede redimir a los autores de la bobada. Todos somos elefantes… En fin. Pues ni eso, ni el patetismo de esos lemas, ha logrado salvar esta vez al Rey porque no parece que haya nadie en España que, en esta ocasión, pueda justificar su comportamiento. Y dada la fragilidad de la monarquía en España, al Rey sólo le va a quedar ya la disculpa pública y el compromiso de que abandona definitivamente sus aventuras cinegéticas que lo hacen parecer ante la sociedad un zar trasnochado. Otras veces, en controversias diversas, el Rey Juan Carlos ha sabido resolver el entuerto en el que se encontraba, él o alguien de su familia, con aquello que mejor sabe hacer, comunicar cercanía y sencillez a la ciudadanía. Ahora, no le queda otra salida que la de mirar a los ojos a los ciudadanos y asumir que nadie en España pueda comprender ni respaldar su comportamiento.

Cuando eso ocurra -que es lo que, a mi juicio, va a ocurrir en la manera y en el momento que determine la Casa Real (con alguna filtración, con algún gesto, con alguna frase intercalada en un discurso institucional)- ahí tendría que agotarse la polémica. Que también una democracia tiene que estar abierta a la disculpa del gobernante o del cargo público del que se conocen detalles de su vida privada que sorprenden o escandalizan. Quiere decirse que por mucho que todo el mundo censure el comportamiento del rey, no puede resultar baladí el hecho de que se trate de un asunto relacionado con su vida privada. ¿O es que alguien se va a asombrar ahora de que el Rey de España tenga treinta mil euros para gastarse en una batida de elefantes o, como es más probable, que tenga amigos influyentes que lo inviten a sus cacerías en África? La ejemplaridad que se exige siempre es la del ejercicio del cargo público; los actos de la vida privada sólo deben ser relevantes si afectan al desempeño de sus funciones y no parece que, en este caso, el rey haya desatendido ninguna de sus obligaciones.

No, no tiene defensa alguna el comportamiento del Rey, por lo que supone de frivolidad y de anacronismo esa cacería de elefantes, pero lo que no debería ocurrir ahora es que ese triste episodio se convierta en una campaña de caza mayor contra la Casa Real. La paradoja aquí sería que la misma sociedad que se muestra tan permisiva con la corrupción política, como hemos visto en diversos procesos electorales, en Andalucía o en Valencia, se vuelva ahora severa y exigente con un asunto que sólo atañe a la vida privada del rey y al dudoso placer de descerrajarle tres tiros a un animal. No convierte a Don Juan Carlos en mejor o peor rey que le guste la caza mayor en vez de cazar mariposas, ni que su vida sexual sea más o menos promiscua. Y quien quiera convertir esos episodios de vida privada en el balance de una monarquía está dañando, antes que a la monarquía, a la sociedad. Por el trastorno de valores, por la confusión de lo importante.

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07 abril 2012

Otro camino


Te dirán que todos somos iguales, que todos los periodistas están hechos de la misma pasta, y tú te lo creerás. Te dirán que todos los periodistas son profesionales respetables, dignos e independientes, y tú te lo creerás. Pero es mentira. El periodismo, como cualquier otro gremio, no extiende la profesionalidad entre sus miembros, como quien esparce mantequilla sobre una tostada. El periodismo, los periodistas, buenos, malos o regulares, comparten un problema, les afecta un mismo mal, la politización expansiva de los últimos años. Periodistas de trinchera, periodistas que trabajan al servicio de un partido político, que repiten con sus altavoces mediáticos las consignas del partido que los mantiene, que los sustenta. Te dirán que todos los periodistas hacen lo mismo, que cada mochuelo defiende el olivo que lo cobija, pero es mentira, porque una cosa es que un periodista o un medio de comunicación defienda una posición ideológica y otra muy distinta es que un periodista o un medio de comunicación sea portavoz de los intereses políticos de un partido. Todos los periodistas no se venden, pero ése, ése y ése, sí que se han vendido. Si te lo cuentan otra vez, recuerda que libertad de prensa es también tu libertad, y defiende la diferencia.

Te dirán que hay que salir en defensa de Canal Sur, que es un medio público y, nuestro, de todos los andaluces. Te dirán que todos allí son buenos profesionales, grandes trabajadores, que no tienen otra meta que la objetividad, la imparcialidad. Te dirán todo eso, pero es mentira. En Canal Sur, entre los periodistas de Canal Sur, buenos, malos y regulares, hay comisarios políticos cuya misión no es otra que la de ensalzar a diario al partido en el Gobierno y recortar, minusvalorar y ridiculizar a los partidos de la oposición. Hacen ese trabajo y, por esa dedicación exclusiva, algunos se han hecho millonarios. Lo sabe bien, mi admirado José Antonio Gómez Marín y, por eso, hace unos días chocaron con él en Canal Sur. Ya ven, fueron a topar con Gómez Marín, que es un personaje intercambiable en cualquier momento de la historia y siempre encajaría; en la Academia aristotélica de la antigua Grecia o en el la Sorbona de París de los filósofos existencialistas. Lo quisieron acorralar en una tertulia domesticada, prefijada para la encerrona y los golpes de pecho por los profesionales de Canal Sur, y Gómez Marín se revolvió con una guasa implacable, como del Beni, «yo me presto a que me traigáis a estas tertulias de gorila blanco, pero de gato de angora, en absoluto». Te dirán que todos somos iguales, pero no es así. Este es Gómez Marín; es periodista y es único. Otros son serviles y previsibles. Ése, ése y ése. Los hay del PP y los hay del PSOE, y todos son iguales.

Te dirán que todos somos iguales, que todos somos cuñas de la misma madera, la madera que sale del leño gastado de la barra de los bares, de las confidencias de un café, de la borrachera de madrugada con los colegas. Te dirán que el periodismo es leyenda, que todos buscan luchar contra el abuso, contra la corrupción, y tú te lo creerás. Pero eso no es verdad. El poder de un periodista ya lo delimitó García Márquez, es el poder sin trono. Esos, todos esos, eligieron el trono, la poltrona y la faltriquera. Como el lema del PSOE en la última campaña electoral, eso no es periodismo; el periodismo otra historia. Otro camino, con más hostias, con más alegrías, con más tiesura. El periodismo es otra paz, el periodismo es otra guerra. Te dirán que hay que salir en defensa de Canal Sur, que es de todos y es neutral, que es profesional, pero es mentira.

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04 abril 2012

Bocazas


La Cofradía del Despropósito cumplió ayer con la tradición de poner en libertad a un preso para aumentar la penitencia de las víctimas. Salió de prisión José Franco, ese que llaman 'el Boca', y no tardó ni tres segundos en echar por tierra toda la esperanza de Justicia que tenían los padres de Ana María Ruiz Cano, la pequeña que murió cruelmente asesinada hace 22 años. Dice el asesino que de nada tiene que arrepentirse ni pedir perdón porque no fue él quien cometió el crimen. Pero ya fue investigado y procesado y en un Estado de Derecho, que existen los recursos y una causa la enjuician distintos tribunales, la única verdad en un caso así es la verdad judicial.

Ya no es la culpabilidad lo que está en duda, sino la permisividad del sistema judicial español que permite la liberación de un condenado por un delito como éste. Sencillamente, no es posible explicarse que el 'delito' cometido por la madre de la pequeña asesinada, que es haber presentado el recurso contra la excarcelación del asesino con un mes de retraso, pueda tener más peso que el delito cometido por el Boca. Si se contempla el proceso judicial en su conjunto, es sencillamente inaceptable que un error formal determine la reducción de la condena a la mitad.

Pero es que, además, sin necesidad de entrar en debate alguno sobre los plazos y la doctrina Parot, lo que nadie podrá entender es que el sistema penitenciario español permita la excarcelación prematura de un preso que, no es que no pida perdón, es que ni siquiera reconoce los hechos por los que ha sido condenado. El fin constitucional de la cárcel en España es la reinserción de los delincuentes en la sociedad. Parece lógico pensar, por tanto, que los beneficios penitenciarios y las exenciones de condena sólo pueden aplicársele a aquellos delincuentes que, previamente a cualquier reducción de pena, demuestran arrepentimiento y, con ello, la posibilidad de que vuelvan a la sociedad sin riesgo alguno de que cometan otro delito. Si esta deducción puede aplicarse a los delincuentes comunes, con mucho más énfasis puede sostenerse en el caso de los autores de delitos sexuales, y más aún, a los de delitos sexuales con menores, cuyo comportamiento obedece a trastornos mentales que suelen ser incurables. ¿Cómo va a quedar libre antes de cumplir la mitad de la condena un asesino que ni se arrepiente ni pide perdón, y que, además, afirma que no se ha sometido a ningún tratamiento de rehabilitación porque no ha cometido ningún delito? Es el mandato constitucional el que se incumple cuando, como acaba de ocurrir, un delincuente sale a la calle sin garantía alguna de que pueda reinsertarse en la sociedad. El Boca hoy, en cualquier ciudad de España, es un elemento objetivo de alarma social. Porque 'el Boca', además de todo, no se calla. Bocazas. La cofradía del Despropósito lo ha liberado.

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