El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

30 noviembre 2011

Perdón negro



Hasta el perdón ha sido una burla, hasta el final se ha mantenido la calculada estrategia de los asesinos, hasta la última palabra ante el tribunal, el juicio de Marta de Castillo ha estado transitando, idas y venidas, por las callejuelas oscuras y pestilentes de las declaraciones de los implicados, ese juego cruel de testimonios exculpatorios, mareantes y frívolos, de esa gentuza que hasta el perdón lo ha convertido en burla. El perdón como argucia final que busca los favores y las garantías de un Estado de Derecho del que se han mofado desde que asesinaron a Marta del Castillo y condenaron a su familia a la humillación de no poder arrodillarse nunca ante su cadáver, para hablarle a la lápida que trae los recuerdos, para llorarle al mármol en el que repasan con la yema de los dedos su nombre grabado. Hasta el perdón, que es la última oportunidad que tiene un ser humano para sentirse digno, lo han convertido en burla esas alimañas.

Pero es justamente por eso, porque la vista oral ha concluido ya, por lo que tendríamos que imponernos ahora la obligación de no caer nunca más en la sucia maniobra de esos delincuentes. Tenemos que sobreponernos al horror de los últimos años, a la indignación acumulada por tantos días de mentiras, para comenzar, con la serenidad que pueda traer el final de esta pesadilla judicial, a mirar hacia atrás en el proceso con ojos de autocrítica. Analizar, desde que se inició la investigación, qué ha podido fallar para que «cuatro niñatos» –que ha sido la expresión más usada en este proceso– se hayan mofado de policías, fiscales, jueces... Se han reído de una sociedad entera y han pisoteado la confianza de todos en la Justicia. Alejémonos de todo eso, huyamos del sarcasmo, y comencemos a repasar todo lo sucedido para que en el futuro no ocurra nunca más. Por ejemplo: ¿Podemos considerar que la actuación de la Policía no ha fallado en ningún momento? ¿Podría ser que uno de los problemas fundamentales ha sido el haber sustentado en exceso la investigación en los testimonios de unos delincuentes? ¿Y la Ley del Menor? ¿Puede mantenerse por más tiempo el absurdo de juicios separados para menores y adultos en este tipo de delitos? ¿Y los abogados? ¿El Código deontológico no debería implacable antes algunos excesos de las defensas?

Ayer, cuando ya se acabó todo, cuando se cerraron las puertas de los juzgados de Sevilla en los que se ha celebrado el juicio, la madre de Marta del Castillo se echó a llorar. Cada vez que veo esa foto suya, cada vez que veo a esa mujer tragándose las lágrimas que le corren por las mejillas... Cada vez que se mira esa foto, cualquiera se angustia al darse cuenta de que, aunque lo intente, le es imposible calcular el calvario de esos padres. Cada noche, cuando cierran la puerta y ven la habitación de su hija vacía. Ese dolor merece, al menos, el ejercicio sereno de la reforma y la autocrítica.

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29 noviembre 2011

Derecho arbitrario



«Ningún hombre es él solo. Cada uno de nosotros somos con otros». Es la primera frase del libro de Derecho Romano de Juan Iglesias que se estudia en las universidades y, para despertar en los alumnos la admiración por el Derecho, quizá no haya mejor expresión que esta invocación a la certeza primera que tiene el hombre: que no está sólo en este mundo, que vive en sociedad y que, a diferencia del resto seres vivos, la convivencia está regulada por un conjunto de normas. «El Derecho hace posible la sociedad, la vida en común, la con-vida, al disciplinar los sentimientos, los quereres, los impulsos de los sujetos». El derecho regula la convivencia y el Estado de Derecho nos garantiza que nadie podrá situarse por encima de las leyes, que el poder supremo de una democracia radica en esa garantía: todos los ciudadanos son iguales ante la Ley.

A veces es preciso rescatar los pilares en los que se asienta nuestra convivencia para, sin imposturas ni exageraciones, concederle a algunos de los episodios de la actualidad la trascendencia real que tienen o que deberían tener. El indulto del banquero Alfredo Sáez y al ‘trato de favor’ a un sobrino de Chaves, condenado por abuso de menores, son dos noticias sobrecogedoras. Primero, por la gravedad de las informaciones en sí y, en segundo lugar, por la digestión inmediata que se hace de ellas, como si tal cosa. ¿Pero cómo vamos a aceptar, sin más, que un Gobierno en funciones indulte a un banquero que, en compañía de un juez corrupto, presentó a sabiendas una denuncia falsa contra unos tipos inocentes, que fueron encarcelados? ¿Por ese delito, una multa? ¿Como si se le hubiera olvidado meter el importe de una conferencia en la declaración de la renta? No, claro que no; como han resaltado las asociaciones judiciales, se trata de un exceso inasumible del Gobierno, que pisotea al Tribunal Supremo y que nos insulta a todos los ciudadanos; a todos los que formamos parte de esta sociedad, a todos lo que queremos vivir en una sociedad en la que nadie está por encima de la ley. Si el Derecho hace posible la sociedad, la arbitrariedad y el trato de favor, la parcialidad en la ejecución de las sentencias, destroza la idea misma de esa sociedad civilizada porque la devuelve a la ‘ley de la selva’, el imperio del más fuerte, del más poderoso. Y la sociedad española, y la clase política, ha digerido ese engrudo con la mayor tranquilidad: ya nadie habla de Alfredo Sáez.

El mismo manto de silencio que ha sucedido a las revelaciones sobre el sobrino de Manuel Chaves, beneficiado misteriosamente por un trato de favor que es probable que nunca, jamás, se le haya concedido a un recluso de sus características. ¿Con una condena firme de cárcel por abuso de menores y el precedente de una condena anterior por exhibicionismo se le concede el tercer grado penitenciario nada más solicitarlo? ¿Y sin haber abonado, si quiera, la sanción económica que se le impuso? No, que no, que no se trata de una forma de proceder normal por la sencilla razón de que en las cárceles debe haber cientos de presos con delitos menores a éste que llevan meses y meses tramitando el tercer grado.

«Pura monstruosidad es un Derecho abstracto, dirigido a hombres también abstractos. Desdibujados quedan el Derecho, el hombre y su vida en las hinchadas y coloristas formulaciones de laboratorio», añadió Juan Iglesias. Una monstruosidad mayor debe ser un Derecho arbitrario.

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24 noviembre 2011

Mamá Grande



Me has llamado sólo para decirme que las noticias de esta mañana te han traído el recuerdo de tu abuela, que su imagen la han dejado a tus pies, como dejan las olas las caracolas en la arena y las descubres por la mañana, cuando paseas por la playa. Me has llamado sólo para decirme que te ha emocionado su recuerdo, porque fue ella quien cuidó de ti hasta la adolescencia, porque tus padres se habían separado y tu madre no encontraba horas al día para estirar las cuatro perras que ganaba; horas a deshoras, deshoras tras las horas y horas. Todo el día trabajando y tú, mientras tanto, peinando muñecas en la mesa de camilla de tu abuela, recorriendo con cuidado los trazos precisos del cuaderno de caligrafía, comiendo con burla las fichas del parchís, hasta que tu madre llegaba, vencida, rendida, como el día, y te encontraba acurrucada en los brazos de tu abuela, dormida, ya. Y así, día tras día, noche tras noche, la vida, tu vida entera, fue creciendo al lado de tu abuela.

Dices que tu abuela, como la Mamá Grande de García Márquez, «tenía la serenidad escrupulosa de la gente acostumbrada a la pobreza», y que por eso no la oíste rechistar jamás. Ningún reproche, dedicación exclusiva sin pedir nada a cambio, nunca, porque esa gente, la gente como tu abuela, como tantos abuelos, tienen, es verdad, la serenidad escrupulosa de la que hablaba García Márquez, pero también la dureza de los años de plomo que vivieron en la España de la posguerra. Esa experiencia, la rudeza de esos tiempos, la necesidad de ganarle la batalla a la vida todos los días, atestaron de seres excepcionales las generaciones que nos han precedido, sacrificados, humildes, abnegados. Ellos son ahora los abuelos de la crisis, esos que han salido en las noticias de ayer, la estadística que ha descubierto que el cincuenta por ciento de los abuelos cuidan a diario de sus nietos y que la otra mitad tiene que hacerse cargo de ellos varios días a la semana. Primero fueron los divorcios, cada vez más numerosos, cada vez más tempranos, y ahora la crisis, los recortes de cada familia, el dinero que ya no llega para pagar la guardería, ni siquiera a la vecina que hacía de canguro. La red de seguridad de la sociedad española es la familia; la explicación de porqué no estalla en la calle una sociedad con un treinta por ciento de paro está ahí, en el comedor de los abuelos.

Me has llamado sólo para decirme que las noticias de esta mañana han dejado a tus pies el recuerdo de tu abuela, como las olas dejan en la orilla las caracolas en las que escuchamos el mar. De la misma forma, tú has vuelto a verla sonreír, y has notado su abrazo, has sentido su calor, su olor, su paciencia gigante como su ternura. La crisis no podía acomodarse en otros brazos; la generación más abnegada, más puteada, de la historia reciente de España. Los abuelos de la crisis... Abre bien los ojos, que tu abuela te está buscando para consolarte.

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22 noviembre 2011

Tres veces



La cuenta atrás ha comenzado ya para José Antonio Griñán. Fue el domingo, al mismo tiempo que se cerraba el escrutinio de las elecciones generales y se confirmaba el hundimiento del PSOE. Ahí, en ese instante, comenzaba la cuenta atrás de la estrategia que se marcó hace seis meses, cuando se negó a convocar las elecciones andaluzas el mismo día que las elecciones generales. El partido se lo había pedido con una razón poderosa: ‘es necesario movilizar a todo el partido, fundamentalmente en aquellas regiones donde más fuerza electoral hemos demostrado siempre’. Y qué mejor que una doble convocatoria, elecciones generales y andaluzas, para que el PSOE de Andalucía desplegara la maquinaria social con la que viene ganando elecciones desde hace treinta años. Esas eran las razones, pero Griñán se enrocó en sí mismo: decidió que la derrota que vendría, la de las elecciones generales, no podía ser su derrota; que lo único que le convenía para mantener el poder en Andalucía era alejarse lo más lejos posible de Zapatero. Ayer, al contemplar los resultados de las elecciones generales en Andalucía, Griñán pudo pensar incluso que lo ocurrido le ha dado la razón, porque con la extrapolación de los resultados el Partido Popular habría obtenido la mayoría absoluta en el Parlamento andaluz. ¿Ha acertado, pues?

Si la secuencia se detuviese ahí, es evidente que Griñán podría pensar que se ha salvado de la quema; que la coincidencia de las elecciones no hubieran supuesto otra cosa que una doble derrota para el Partido Socialista y, por ende, su final político inmediato. Pero, al margen de que no sabemos qué hubiera ocurrido con una campaña distinta (ahí está el ejemplo de Alfonso Guerra, que por primera vez se ha echado la campaña a la espalda, se ha multiplicado en dos semanas, desde Radio Betis al último hogar de pensionista de la Sierra Norte de Sevilla, y ha logrado ganar en votos y en escaños), lo que es evidente es que la secuencia política no se detiene aquí. Para que a Griñán le salga bien la estrategia, todavía tiene que conseguir lo fundamental: invertir la tendencia electoral que, desde que llegó a la Junta, se ha mostrado implacable en su contra. Griñán se ha salvado de la ‘quema’ de Zapatero, sí, pero sólo eso.

Tres datos avalan el pesimismo para el PSOE de Andalucía. El primero es que, aun cuando Zapatero se borró del cartel ya en las elecciones municipales y autonómicas, el electorado no lo ha percibido como una rectificación suficiente. El segundo es que la insistencia en la política del ‘miedo a la derecha’, en la que sigue instalado el PSOE como único argumento, ya no tiene ninguna repercusión electoral relevante; sencillamente se ha dejado de ver al Partido Socialista como el único garante de las políticas sociales, quizá porque la prioridad ahora es otra más perentoria: el desempleo, la tiesura, la parálisis económica. Y el tercero es que, ahora, Griñán tendrá que poner en marcha la maquinaria electoral del PSOE de Andalucía en el periodo de mayor convulsión interna que se conoce desde aquel congreso en el que Felipe González forzó la renuncia del marxismo.

De aquí a las elecciones autonómicas de marzo, a Griñán le espera una selva de problemas internos y de desafección externa a las siglas que representa. Ayer, el presidente se agarró a la esperanza: “es posible remontar la diferencia”. Pero eso ya lo dijo en las elecciones municipales y en estas últimas generales: “Digan lo que digan las encuestas vamos a ganar, porque las encuestas se publican para robarnos la voluntad” (7-5-2011). “El vuelco electoral en Andalucía es que vamos a ganar" (5-11-2011). Tres veces ha dicho lo mismo y cada vez que lo dice, en la calle, a su paso, parecen cantarle aquel bolero desgarrado de Paquita la del Barrio: “Tres veces te engañé/ la primera por coraje/ la segunda por capricho/ la tercera por placer. Tres veces te engañé/y después de esas tres veces/ no quiero volverte a ver”.

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21 noviembre 2011

Franco ha muerto



Tenía que ser así, que fuera la izquierda la que convocara unas elecciones generales el 20 de noviembre, en el aniversario de la muerte del dictador, y que ese día, en esa jornada electoral, fuera la derecha la que obtuviese la mayor victoria en la democracia para el Partido Popular. Tenía que ser así, y tenía que ser en España, porque en este país se arrastra desde la dictadura, y desde la Guerra Civil, un prejuicio político que ha deformado la percepción normalizada de la izquierda y de la derecha, con la condena de estar resucitando siempre la sangría fratricida por la que se despeñaron los españoles. Tenía que ser así para que el fantasma del cainismo, la tensión de los enfrentamientos, se olviden para siempre; para que la izquierda y la derecha superen en la memoria colectiva, y sobre todo en el debate político, el pesado lastre del pasado.

La lección, es verdad, habrá de aplicársela fundamentalmente el Partido Socialista, porque ya no se imagina que pretenda seguir manteniendo por más tiempo el discurso repetido del ‘miedo a la derecha’. No, después de haber perdido en unas elecciones casi a la mitad de su electorado (un cuarenta por ciento menos de apoyo, casi cinco millones de votos han rechazado las siglas), ya no es ni viable ni sensato el recurso fácil, y gastado, del espanto del adversario. Los ciudadanos, los votantes del PSOE, ya lo anunciaron en las pasadas elecciones municipales y autonómicas y ayer, de nuevo, el discurso del miedo a la derecha en el que ha vuelto a reincidir el PSOE en esta campaña electoral, el vídeo aquel de la mucama y el niño pijo camino del colegio, ni siquiera han evitado el mayor batacazo en las urnas. El suelo de los ciento diez escaños hasta el que se ha precipitado ahora el Partido Socialista tienen que llevarlo necesariamente a una refundación de las ideas: el manual de campaña de la Transición ya no sirve en unas elecciones.

No, ya nada será igual, de la misma forma que el Partido Popular, tras estas elecciones, tendría que alejar de sí mismo la pulsión persistente de ejercer la política con antipatía, con dureza, con crispación. También todos aquellos que, dentro del Partido Popular, veían en Rajoy a un pusilánime, un político débil y acomplejado, deberían reparar ahora que sólo cuando el Partido Popular ofrece una imagen real de centro es capaz de arrasar en las urnas: lo consiguió Aznar hace once años, antes de dejarse llevar por la soberbia del poder, y lo ha conseguido ahora Mariano Rajoy después de arrinconar al sector más duro de su partido y de su entorno, aquellos que quisieron tumbarlo en Valencia tras las elecciones de 2008. También ellos han perdido en estas elecciones, la ‘derecha dura’ del Partido Popular que pedía otra política.

Cada jornada electoral acaba convirtiéndose en el epicentro de un movimiento mayor, las consecuencias encadenadas que se suceden en los partidos políticos cuando se van sedimentando los resultados. La victoria y al derrota discurren por caminos diferentes, pero en esta ocasión pueden encontrarse en el mismo sendero. Por eso, tenía que ser así, que se celebraran unas elecciones en España el 20 de noviembre y que ese día nadie ni nada nos recordara al dictador. Ayer domingo, 20 de noviembre, unas elecciones generales en las que la derecha obtuvo su mayor victoria en las urnas enterraron para siempre a Franco. Como entonces, españoles, Franco ha muerto.

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18 noviembre 2011

Ficción electoral



Domingo 20 de noviembre. Me repito la fecha una y otra vez porque hace treinta y seis años, un día como hoy, yo me encontraba aquí mismo, frente a la puerta cerrada del colegio. Me lo ha recordado el frío y el olor que tienen las madrugadas de otoño aquí donde vivo; el fresco del rocío en los árboles, en los setos, la calidez de algún horno de pan cercano, el despertar de café y anís de los bares. Sí, yo estaba aquí mismo y el colegio estaba cerrado porque ese día se murió Franco y no hubo clases: luto oficial. Los niños nos quedamos esperando hasta que salió el director y nos mandó a casa. La puerta estaba cerrada como ahora, y yo, que soy el presidente de la mesa de este colegio electoral, he empezado ya a impacientarme: van a dar las ocho y por aquí no aparece nadie. Todo es silencio y frío.

Al poco, veo acercarse un furgón de policías y varios vehículos particulares. Se detienen frente a la puerta y, con enorme diligencia, se dirigen hacia donde me encuentro. «¿Es usted el presidente de la mesa electoral?», me preguntan. «Pues venga con nosotros que tiene que levantar acta: las elecciones se han suspendido y hay que informar a los electores». ¿Las elecciones suspendidas? ¿Pero de qué hablan? ¿Cómo se van a suspender unas elecciones generales, eso es imposible? Ah, ya sé, un atentado… ¿Qué ha ocurrido? Dígamenlo… «Tranquilícese, que no ha ocurrido nada de eso, ningún atentado terrorista… Usted entre con nosotros, que ahora vienen los políticos a dar todas las explicaciones», me dijeron finalmente señalando con el dedo al grupo de personas que había llegado en los coches particulares y que también ahora se dirigían hacia el colegio. Sin mediar palabra, pasamos dentro; dos policías se apostan en la puerta.

«La decisión se ha tomado esta madrugada; es normal que usted no se haya enterado de nada si esta mañana, antes de venir al colegio electoral, no le ha dado por poner la radio», me dijo uno de los políticos mientras los demás, de otros partidos, asentían con la cabeza. Estábamos reunidos en una de las aulas del colegio, los pupitres verdes apilados en las paredes y una mesa larga, rectangular en el centro, con la urna vacía. Nos sentamos allí, la legitimidad de aquel acto, según explicaron, pasaba por el acta de conformidad que yo tenía que levantar como presidente de mesa. «Mire, lo primero que quiero decirle es que la anulación de las elecciones ha sido acuerdo de los dos grandes partidos y confiemos que, en breve, se sumen todos los demás. Porque no había otra salida: los mercados no han visto bien que en España, en este momento, con la prima de riesgo por encima de los quinientos puntos, se celebren elecciones. Portugal, Grecia, Italia... En el fondo todos sabíamos que era cuestión de tiempo. Exigen, nos lo han exigido nuestros socios europeos, un gobierno de concentración presidido por alguien de prestigio internacional en el mundo de las finanzas. Y reformas inmediatas, en una semana. Las elecciones lo retrasarían todo; no es fácil de explicar, pero en este momento las elecciones son contraproducentes. Elecciones igual a quiebra. Quién nos iba a decir al principio de la crisis que, en vez de refundarse el capitalismo, lo que se iban a refundar eran las democracias». El político ha cerrado la frase con una sonrisa que parecía irónica, y me ha pasado un acta para firmarla. Domingo, 20 de noviembre. Vuelvo a casa pensativo. ¿A quién diablos se le ocurriría la dichosa fecha?

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17 noviembre 2011

Fungible



Los dioses del Olimpo crearon la democracia y, al modelarla, utilizaron un material fungible para que siempre pudiera ser reemplazado con facilidad cuando el uso lo hubiera desgastado. Luego la barnizaron con aceites y brillos cambiantes, aleatorios, tan efímeros y caprichosos como la memoria del hombre. Pensaban los dioses del Olimpo que la democracia tenía que hacerse a imagen y semejanza del hombre, y que gracias a ese estado cambiante, voluble, reemplazable, aquellos que se dedicaran a la política se ocuparían de ella con mayor atención. Nada es definitivo en política; antes de que se ponga el sol, el hoy ya es ayer y los asertos que hasta ahora parecían irrefutables, invariables, pueden girarse mañana sobre sí mismos y acabar convertidos en lo contrario de lo que representaban. «Nada es definitivo en una democracia, todo es mutable, y así nadie podrá pensar jamás que el poder les pertenece». Tal pensaron los dioses del Olimpo y, por eso, la democracia que conocemos tiene esta forma que vemos hoy.

Nadie que haya asistido en España al vertiginoso declive de Zapatero y a la caída en picado del PSOE en Andalucía podrá dudar ya de lo anterior, porque quizá en los dos casos ambos pensaron que nada podría cambiar el signo de su estrella política. Zapatero, como ya se ha apuntado otras veces, es un caso digno de estudio en las ciencias polìticas, porque no habrá otro presidente como él que ha pasado de un extremo a otro, sin conocer jamás la normalidad de las cosas. Desde que ganó aquel congreso del PSOE de forma inesperada por un puñado de votos, Zapatero ha levitado sobre la política española, pensando que tendría la suerte de su parte en todo lo que afrontaba. De ahí, de estar tocado por la baraka, con todo el PSOE sometido y silente, con la sociedad complacida y acrítica, ha llegado a este final en el que parece que todo lo que toca se convierte en infortunio. Saldrá del Gobierno y dejará un pais sumido en el caos y un partido cegado en la mayor crisis política que ha conocido en treinta años.

La caída del PSOE de Andalucía se mueve por parámetros distintos. También el presidente Griñán parece gafado desde su forzado ascenso al liderazgo, pero en su recorrido triste y melancólico se combinan a un tiempo sus propias carencias para ejercitar el cargo (inexperiencia, torpeza y soberbia) con los vicios hegemónicos de gobierno de un partido que ha vivido de la propaganda en los últimos veinte años. Este escándalo de los ERE tendrá en su día un debate jurídico amplio sobre la responsabilidad penal de los responsables, y será un tribunal quien decida si esas responsabilidades se agotan en un director general o un consejero; pero con independencia de la sentencia que llegue, lo que ya es políticamente irrefutable es que esa trama es fruto de una forma de gobernar. El modus operandi del Gobierno andaluz ha sido éste, el uso discrecional del dinero público, los presupuestos millonarios al servicio de los intereses de un partido político y sus aliados en el poder. Y porque el escándalo mayor de los ERE no es la desvergüenza de los falsos prejubilados, sino el despilfarro del dinero y las oportunidades de progreso que se han perdido, el deterioro mayor es el político, como se está viendo en este final.

Los dioses de Olimpo modelaron la democracia con un material fungible; cada vez que un gobernante olvida esta lección, la soberbia y la prepotencia se le vuelven lanzas.

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15 noviembre 2011

Resignados



Lo dice la presentadora de televisión que hacía genuflexiones con la ceja en otras elecciones y que ahora ya no aparece por ningún foro. ¿Un cambio de gobierno? «Partiendo de que mandan los mercados, la ideología ha dejado de ser reseñable. Aquí los partidos son como los de fútbol y una vez que ganan parece que se olvidan de que su labor es representar a los ciudadanos. Ni Rajoy ni Rubalcaba ni Rosa Díez. A mí personalmente no me hace ninguna gracia ninguno». Lo dice un parado, militante de la agrupación socialista de Dos Hermanas, allí donde se celebró el mitin emotivo del reencuentro de Felipe González y Alfonso Guerra. Pero aquellos eran otros tiempos, y ahora, a este desempleado, ya sólo le mueve su tiesura de pan y espera: «Creo que no voy a votar a ningún partido. Ninguno me da confianza. Esta política no sirve para solucionar los problemas de los trabajadores. Y los que entran nuevos repiten los errores de los partidos mayoritarios. Esta democracia es sinónimo de ‘a ver cómo nos llenamos los bolsillos’». Lo dice, afligida, la escritora que en esta campaña se echa de menos a sí misma, que está apagada, como el noviembre gris, porque ya no provoca incendios como otras veces, que ni se mete con las monjas ni nada. «En la recta final de la campaña, ninguna crisis me parece más grave, tan triste, como el imperio de la resignación, la fuerza política que, según todos los indicios, será la gran ganadora del 20-N».

Resignados. Igual que en la campaña de las elecciones municipales la novedad social fue la irrupción de los indignados, en esta ocasión la revelación son los resignados, los votantes del PSOE que han bajado los brazos, que sólo esperan ya que se cierren las urnas, que se confirme la victoria del Partido Popular, para contar los escaños de la derecha, la mayoría absoluta que les ratificará lo que ya saben, que ganan los mercados, los poderes fácticos y todo eso; gana la derecha porque este mundo es así, esta crisis es así, y por eso no merece la pena ni acudir a votar, para qué, si ya se sabe; si todo está escrito, ellos, los mercados, los banqueros, han ocasionado la crisis y ahora imponen gobiernos en toda Europa. Y no nos queda más que la resignación. Resignados, sí, resignados.

Lo dice la presentadora y el parado, la artista y la escritora. Lo van proclamando todos y con los golpes de pecho de la resignación han soltado las últimas amarras con el candidato Rubalcaba. Cuando llega la resignación tan temprano a una campaña representa la desconexión final, definitiva, del candidato con su cuerpo electoral. Porque esa resignación es la justificación de cada uno de ellos para, el domingo, no acudir a votar; la resignación como excusa perfecta para explicarle luego a los colegas en el tajo porqué ha ganado la derecha; la resignación como pose teatral, dramática, para acudir a las entrevistas y desvelar conspiraciones. Y la resignación, también, como discurso para alimentar las tertulias del día siguiente, para construir un argumentario que explique la debacle en los congresos que han de venir. Esta campaña es ya la de los resignados.

La última vez que se anticipó tanto una victoria fue hace treinta años, en octubre de 1982. También entonces se impuso una idea, un maremoto que barrió cualquier otro discurso: la necesidad de cambio, el ansia de cambio. No hay que darle más vueltas. Por mucho que los resignados vayan proclamando otra cosa.

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10 noviembre 2011

Zapatero, ahora



¿Estaríamos dispuestos a admitir que el presidente Zapatero ha salvado a España de la ruina? Más allá de lo evidente, quiero decir: que Zapatero ha sido un pésimo gestor, que ha despilfarrado el crecimiento de España en la última década, sin reconducir ni prever los males de la economía, que se limitó a hacer peligrosos juegos malabares, que se convirtió en un gestor de la nada, del enfrentamiento y de la división. Más allá de todo eso, que pasará a la historia adosado al currículum del peor presidente de la historia de la democracia, ¿habría alguien dispuesto a reconocerle al menos a Zapatero que supo frenar a tiempo cuando estábamos al borde del abismo? Ahí están los ejemplos que sirven de comparación de los países que han acabado sumidos en el caos, porque sus respectivos presidentes no aceptaron la primera de las intervenciones que exige Europa, la intervención política, y acabaron con la intervención económica y financiera, que es a la que se puede ver abocada ahora Italia si no media un gobierno de concentración y la aprobación inmediata de los recortes a los que está obligada. De los países que los británicos tachan despectivamente como ‘cerdos’, en su acrónimo de PIGS (Portugal, Italia, Grecia, Spain), sólo España ha logrado reconducir el camino, y aunque seguimos caminando entre la penuria y la inestabilidad recurrente, la realidad es que sin las reformas emprendidas por Zapatero en este último año, la situación de la actualidad sería infinitamente más grave. ¿Está alguien dispuesto a reconocer eso?

Pues sí, el presidente Zapatero, gracias a la renuncia de sí mismo, gracias a la renuncia de su partido y gracias a que lleva un año pactando más con Rajoy que con los barones de su partido, ha salvado a España del caos en el que otros presidentes como Papandreu o Berlusconi han instalado a sus países. Por eso tiene sentido la pregunta. Tiene sentido sobre todo al contemplar la campaña vergonzante que está realizando el Partido Socialista, que esconde a Zapatero, que lo ha vetado de toda mención en los mítines, que lo ningunea en los debates hasta extremos ominosos porque, como una legión entrenada para cualquier cosa, ha pasado del halago y la sumisión al desprecio y la condena del silencio. Tiene sentido la pregunta porque en este país, en esta clase política, alguna vez tendrá que instaurarse el reconocimiento de los adversarios, más allá del cainismo, del sectarismo. Y, finalmente, tiene sentido porque en el reconocimiento público de ese acierto nos encontraremos con las respuestas del camino que hay que seguir en el futuro inmediato. Quiere decirse que los recortes no están en el debate, los recortes y las reformas estructurales serán la obligación de los próximos gobiernos.

Conviene saberlo bien porque lo que está escondiendo el PSOE con el silencio a Zapatero es el intento de volver a un camino de políticas económicas que sólo nos harían retroceder otra vez. Sólo hay que echarle un vistazo al espíritu de los presupuestos que, ayer mismo, pasaron el trámite del debate de la totalidad en el Parlamento de Andalucía. José Antonio Griñán, el último barón socialista, aprobará unos presupuestos que persisten en la misma política engañosa que sólo busca ocultar el desastre educativo, que camufla la quiebra de la sanidad, que se recrea en la demagogia de los impuestos a los ricos, que destroza la Función Pública, que alimenta con subvenciones millonarias la ‘paz social’, que engorda hasta la parálisis la burocracia política y deja canijos los juzgados, las fiscalías, las universidades… En el reconocimiento de Zapatero, hoy que nadie es capaz de alabarlo, encontraremos valores que engrandecen a la sociedad y le aclaran el camino.

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08 noviembre 2011

Para recordar



¿Blanco? ¿Pepe Blanco? Bah, no es necesario seguir dándole muchas más vueltas a ese caso porque el ministro ya debe saber a estas alturas que su vida política se acaba aquí, justo aquí. Con muchísimo más poder interno en el PSOE y con bastantes menos evidencias de las que se conocen de Pepe Blanco, el propio Alfonso Guerra acabó dimitiendo en un mitin en Extremadura. Blanco hará lo propio, uno de estos días, porque quizá no pueda resistir ni siquiera las dos semanas que nos separan de las elecciones generales. ¿Blanco? ¿Pepe Blanco? Míralo, como ayer, cuando se vino de campaña a Andalucía, excusas y mutis. No, no hace falta darle más vueltas porque después de las grabaciones que se han conocido, ese lenguaje tan familiar de las corruptelas y los favores, la caída de Blanco, su dimisión, sólo es cuestión de tiempo, semanas quizá; en cuanto el Supremo, pasadas ya las elecciones, acuerde continuar la investigación que apoyan la jueza instructora y la fiscalía.

¿Blanco? ¿Pepe Blanco? Bah, políticamente parece caso cerrado y judicialmente ya se verá, porque, aunque un proceso da muchas vueltas, la legislación que se aprobó en España a raíz del estruendo de Juan Guerra es tan genérica que será difícil no poder encuadrar ahí este nuevo escándalo. El artículo 428 Código Penal de lo que habla es de la autoridad, o el funcionario, que se presta a hacer favores «para conseguir una resolución que le pueda generar directa o indirectamente un beneficio económico para sí o para un tercero». Eso es tráfico de influencias. Blanco ha podido no coger ni un céntimo de todos los favores que hacía, pero sin su gestión no parece que posible que algún tercero, directa o indirectamente, hubiera logrado un beneficio económico. Sólo hay que repasar la secuencia de las grabaciones, que es la secuencia de siempre: «¿Una licencia?» «¿El alcalde es de los nuestros?» «En quince días está resuelto.» «Acaban de darnos la licencia, muchas gracias por todo.» «Es bueno tener un amigo en el Gobierno»

¿Blanco? ¿Pepe Blanco? Bah, eso ya es pasado. Mejor será que reparemos en esta obviedad que se pasa por alto: El ‘caso campeón’ es una investigación realizada durante un Gobierno del PSOE a un miembro del Gobierno del PSOE, al que se le interceptan llamadas y mensajes durante varios meses. Y justo al principio de una campaña electoral, el sumario, que era secreto, se remite desde un juzgado al Tribunal Supremo y salen a la luz todas las grabaciones. ¿Dónde están ahora los del trazo grueso, el brochazo gordo, sobre la Justicia, los fiscales y la Policía, todos al servicio del Gobierno? ¿Cómo ha podido suceder si era Rubalcaba el titular del Ministerio del Interior cuando investigaban a Blanco? ¿No quedamos que toda la Fiscalía y toda la Policía están controladas por Interior? ¿Cómo se puede ser tan absurdo para afirmar, como ayer el PSOE, que se trata de «una campaña organizada»? En fin, volvamos a lo de siempre: desconfiemos de quienes sólo ofrecen la explicación rocosa, sin matices, el debate maniqueo del bueno y del malo, conmigo o contra mí, blanco o negro. La vida, por suerte, es mucho más compleja que ese discurso elemental al que nos tienen acostumbrados. Y la Justicia, por suerte, agobiada de problemas, como está, acosada por sectarismos e intereses partidarios, como sucede, es mucho más compleja también. Existe Estado de Derecho. ‘Caso campeón’, está bien para recordar.

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07 noviembre 2011

La duda



Después de pensarlo mucho, de darle vueltas y vueltas a la misma cuestión, Edward Malefakis, norteamericano, uno de los mejores hispanistas que existen, sólo pudo formular una duda en voz alta para dejarla así, en el aire: “Cualquiera sabe cómo se sale del felipismo”. Cómo sale el PSOE del felipismo, debe entenderse, porque el problema que atisbaba Malefakis cuando reflexionaba en un libro de conversaciones sobre el socialismo, de Tom Burns Marañón, es que la historia democrática en Europa lo que enseña es que los partidos que tienen la suerte de contar con un líder excepcional, de enorme prestigio, como fue el caso de Felipe González, arrastran luego la desgracia de no poder superar la sombra enorme que proyectan; se marcha el líder perfecto y nadie es capaz de llenar el vacío que deja. La identificación del partido político con el líder es tan abrumadora que cuando se desvanece el liderazgo, se resquebraja el partido y la organización entera vaga, perdida, desorientada, durante mucho tiempo. Hace quince años, en 1996, que Malefakis dejó esa duda en el aire, porque Felipe encaraba ya sus últimos meses como secretario general del PSOE, y hoy, con una sola mirada a los mítines de esta campaña electoral podemos comprobar que el Partido Socialista ha vuelto a esa duda de entonces. El regreso del ex presidente a la primera línea política de su partido, lo que plantea, antes que nada, antes que cualquier análisis coyuntural, es que el PSOE ha frustrado la transición que se inició con Zapatero; por eso, acabado y enterrado el zapaterismo, sólo puede regresar al pasado. Vuelta a la duda existencial de Malefakis: cualquiera sabe cómo se sale del felipismo. En esas está de nuevo el Partido Socialista.

¿Y cómo se sale? Pues, desde luego, por grandes que sean las dificultades, lo peor que puede ocurrir es esto de ahora, este regreso forzado a la nostalgia, un recurso sentimental que durará lo que dura la campaña electoral, entre otras cosas porque en política no parece que la nostalgia actúe como revulsivo del electorado. Pasarán las elecciones y el PSOE tendrá que enfrentarse a una renovación interna que, por la profundidad que requiere, podría asemejarse a la renovación del partido tras la dictadura de Franco. Aquel proceso interno que abanderó Felipe González cuando, en Suresnes, jubilaron a la vieja guardia que venía del exilio y presentaron a la sociedad española un partido nuevo. “¿Por qué se produce la renovación del partido en 1974? Pues porque había nuevas ideas, que eran mucho más próximas a nuestra realidad y que tenían un proyecto de futuro”. Esta reflexión de Felipe González es a la que tendrá que enfrentarse el PSOE en cuanto pase noviembre; la reflexión que se ha ocultado en los últimos quince años por el espejismo fútil de Rodríguez Zapatero, del que nada queda. Del felipismo se sale igual que del PSOE de Rodolfo LLopis, con un partido más cercano a los problemas reales de la ciudadanía.

“Son como los Beatles”, dijo uno de los oradores en el mitin del otro día, en Dos Hermanas, cuando contemplaba a Felipe González y Alfonso Guerra, de nuevo juntos en la tarima. Paul McCartney imaginó su futuro en una canción genial del Sargent Pepper: When I'm sixty four. “Cuando tenga sesenta y cuatro años (…) Aún me seguirás necesitando, todavía me seguirás alimentando”. Felipe ya va a cumplir setenta.

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06 noviembre 2011

La mano invisible




La globalización, a pesar del carácter ingobernable del fenómeno, responde siempre a secuencias de lógica intachables. En su mayoría, todo lo que ocurre es perfectamente explicable porque, por complejos que sean los acontecimientos, al final lo que se comprueba es que la globalización se rige por las reglas de juego más antiguas, aquellas que corresponden al carácter del ser humano. Como la ambición o el ansia de progreso. Lo único que varía es el ámbito de actuación, primero el continente, luego los mares y, ahora, todo el mundo; el rasgo diferenciador de la globalización sólo ése, que se han caído todas las barreras. Ni distancias ni fronteras. Y la consecuencia es que, por añadidura, lo que se han amplificado son las ventajas y los inconvenientes, los vicios y las virtudes, de la forma de actuar del ser humano. La sociedad más avanzada de la historia es, a la vez, la más injusta, no porque haya más pobreza o más desigualdad en el mundo, sino porque existen más medios para solucionarlo y porque se agranda la distancia entre quienes viven bien y quienes se retuercen en la miseria.

Paradójicamente, el único elemento que es capaz de compensar ese desequilibro creciente es la ambición desmedida del hombre. De la misma forma que Adam Smith nos aclaró que el mercado tendía siempre a equilibrarse por la mano invisible de la oferta y la demanda, la mano invisible de la globalización es la deslocalización de las empresas. Un buen día, una multinacional cierra la fábrica en su nación de origen y traslada toda la producción a un país que está en el otro extremo del mundo y que le ofrece mano de obra más barata. Gracias a esa secuencia repetida, miles de personas que antes vivían en la pobreza obtienen un puesto de trabajo; la oportunidad de adquirir conocimientos y técnicas que desconocían y, con unos ingresos estables, la sociedad, ese entorno paupérrimo, progresa sensiblemente. No tienen ni los mismos salarios ni los mismos derechos que los trabajadores que la multinacional ha despedido en el país del que procede, pero las expectativas de progreso social que se abren son mucho mayores que las anteriores. Sólo con la deslocalización de empresas pueden progresar los países en vías de desarrollo y, como el fenómeno no se detendrá ya que la multinacional siempre buscará abaratar sus costes, la ‘ventaja’ de la deslocalización se irá extendiendo a países más pobres.

Ayer, cuando la Junta de Andalucía anunció que rechaza el Expediente de Regulación de Empleo que ha planteado Visteón a toda su plantilla, varios cientos de obreros, un delegado del Gobierno andaluz explotó con una soflama: «es más barato producir en Marruecos o en Shangai, pero me niego a que los trabajadores de Cádiz estén en las condiciones en las que trabajan los de estos países. A ver si se enteran de una vez que están en España, con sueldos españoles y condiciones labores dignas». Perfecto, y hará bien el Gobierno en intentar impedir la marcha de la empresa, si está atada legalmente por compromisos adquiridos. Perfecto, sí, sólo una pregunta: ¿Se ha parado alguien a pensar por qué esa empresa, como otras muchas, cerró en su día su fábrica de Estados Unidos y despidió a los obreros para abrir una factoría en Andalucía? La deslocalización es imparable, no se puede combatir. La única alternativa para evitar la depresión es la de aprovechar el progreso que se le ofrece para que la sociedad avance a su vez en aquello que no puede suplir la mano de obra barata, la cualificación. Avanzar en tecnología, en conocimiento, en investigación. ¿Lo hemos hecho así? Quizá esté ahí la clave.

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03 noviembre 2011

El responsable



«Yo soy el responsable», ha dicho el presidente Zapatero en uno de los pocos mítines en los que se le va a ver en la campaña electoral que comienza hoy; mítines expiatorios en los que el presidente mostrará al público el cadáver de lo que fue, su figura política demacrada, el cuerpo canijo y amarillento del ‘Maquiavelo de León’, como lo llamaron, los restos de aquel líder de la baraka que se coló en la historia de España cuando nadie lo esperaba. Como un alma en pena en este mes de las ánimas, Zapatero se sube a los escenarios para echarse a las espaldas la culpa de la ruina que atravesamos, la tiesura en la que nos deja. «Yo soy el responsable», ha dicho estos días y, con seguridad, será una de las frases más repetidas en sus intervenciones en esta campaña. Hemos tenido que esperar a que el presidente Zapatero exhiba ante todos el cadáver de lo que fue para poder oírle la primera verdad sobre la crisis económica: sí, es verdad, él ha sido el principal responsable de este barro de problemas en el que nos hemos estancado.

Sí, es verdad, y si el presidente puede asumirlo así en los mítines, con esa franqueza, es porque, entre los privilegios de la política, se encuentra el blindaje de los políticos irresponsables. La responsabilidad política es un concepto tan vacuo, tan hipócrita que son los propios irresponsables los que tiene que decidir cuándo y cómo asumen la responsabilidad política. Zapatero ha esperado hasta el final de la legislatura; a quince días de abandonar La Moncloa, confiesa que él es el responsable.

El repaso, en estos días, de las cosas que se decían en España hace cuatro años conducen al estremecimiento. Vayamos, por ejemplo, a finales de 2008, principios de 2009, tras la última victoria en las urnas. Zapatero negaba la crisis y prometía «la Segunda Modernización de España» mientras le exigían que adoptara medidas con urgencia. Lo decía Francisco González, presidente del BBVA: «Esta situación es de verdadera emergencia nacional». Y el presidente de las Cajas de Ahorro, Juan Ramón Quintás: «La crisis en España será más larga que en el resto de países. Si no se actúa con mayor contundencia, las consecuencias serán dramáticas. Estamos en una situación de emergencia nacional». Lo contaba Felipe González: «Se ha acabado la fiesta, a final de 2009 vamos a estar peor que ahora. La crisis es dura, compleja y profunda; no hay tiempo que perder» y coincidía con el Aznar de sus antípodas: «España necesita plantearse una ambiciosa agenda de reformas políticas, económicas e institucionales». Lo recalcaban en el Fondo Monetario Internacional: «Las perspectivas de la economía española son sombrías e inciertas. Si no se llevan a cabo [reformas estructurales], España podría verse atrapada en una situación de baja competitividad, bajo crecimiento y alto desempleo». Lo vaticinaban los economistas de España: «Todo pasa por no querer hacer sacrificios. La crisis española puede convertirse en una catástrofe descomunal» (Juan Velarde). Y los economistas extranjeros: «Las perspectivas económicas españolas son aterradoras» (Paul Krugman).

Lo dijeron, lo advirtieron, lo pronosticaron y todo aquello de lo que se alertó se acabó cumpliendo. Ahora, cuatro años después, Zapatero pasea el cadáver de su derrota por los mítines: «Soy el responsable», dice, pero eso ya lo sabíamos. La cuestión es que una irresponsabilidad así se pueda despachar con dos golpes de pecho en una campaña electoral.

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02 noviembre 2011

Mercados



Que sí, que ya sé que vivimos pendientes de los mercados, pendientes y dependientes, sí, que nos marcan el paso, un, dos, un, dos, y nada se mueve en todo el mundo sin el consentimiento de ese ente abstracto, los mercados, que ha irrumpido en medio del caos para imponerse como el dios de la globalización; que ha levantado la mano, con el signo de la victoria, y se ha alzado sobre todos nosotros subido en un pedestal en medio de la devastación terrible de la crisis. Que sí, que es así, y los estados y los pueblos, las democracias y los gobiernos, parece que ya no son nada, porque no hay más imperio que ése, la cotización diaria, que se desploma o se rehace, que forma una cadena, Bolsa a Bolsa, de Tokio a Nueva York, una sucesión de índices que aprisiona el mundo, lo atosiga, lo asfixia, lo condiciona a su antojo. Que sí, que ya sé, que esto se parece cada vez más a esas películas angustiosas del futuro en las que los robots se hacen dueños de las casas, de las ciudades, de las fábricas; un robot central que hemos construido los hombres con todos nuestros datos, toda nuestra vida, los pequeños detalles de nuestros gustos, de nuestras necesidades, y los mayores, de nuestras cuentas corrientes, nuestros teléfonos, nuestras amistades, nuestras necesidades. Y ya no gobierna el hombre su vida sino que su máxima creación es ahora su amo. Si alguna vez las películas de ficción hubieran acertado con el futuro, no habrían imaginado al robot inteligente que se subleva ante su creador; no, habrían construido en la pantalla la pesadilla de los mercados, como ahora. Porque esto debe ser el futuro.

Como ahora en Grecia, el Gobierno anuncia un referéndum para decidir el futuro que les afecta, que les espera, y los mercados, antes de que nadie diga nada, ya han tumbado la propuesta. En teoría, nada hay más democrático que un referéndum; pero en estas circunstancias, la única voz posible es aquella que va dictando las normas de la crisis: el mercado. No tiene voz el gobierno griego, ya no, por eso anuncia un referéndum y, con sólo el anuncio, se tambalea, se resquebraja a punto de romperse. Un referéndum, que es un acto de democracia esencial, ya no cabe en la democracia griega porque la bancarrota a la que han conducido al país es económica, es social y es política.

Fue en Grecia, en la antigua Grecia, donde Aristóteles, en su libro de Retórica, dejó escrito que «las necesidades son los deseos, especialmente los que comportan sufrimiento si no se cumplen». Antes que el deseo de libertad, de democracia, de Grecia, de esta Grecia arruinada y en bancarrota, están las necesidades de un país que ha vivido por encima de sus posibilidades, que ha entregado su riqueza al crédito externo; necesidades que comportan sufrimiento cuando se repara en la dependencia extrema a la que se ha llegado. Y en ese estado de ansiedad, el personal ya no sabe ni lo que quiere, mayorías que se contradicen, que pretenden soplar y sorber al mismo tiempo; es el imposible estadístico de oponerse a las exigencias del plan de rescate de la Unión Europea (casi el 60 por ciento está en contra) y, al mismo tiempo, defender la permanencia de Grecia en la Zona Euro (más de un setenta por ciento lo quiere así). Que sí, que ya sé... los mercados, pero ese lamento ya no vale de nada porque vivimos de los mercados. Grecia es víctima de sí misma. Aprendamos la lección.

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01 noviembre 2011

El perrito



Tendría que ser la vida como el cuento aquel de Chejoj, ese principio maravilloso: «Un nuevo personaje ha aparecido por la ciudad, una señora con un perrito». Tendría que ser la vida así, que la mayor sorpresa que podamos esperar, el principal sobresalto, no sea más que la novedad de un personaje nuevo en el escenario de rutinas en el que nos adentramos cada mañana. «Sentado en el pabellón de Verney, Dmitri vio pasearse junto al mar a una señora joven, de pelo rubio y mediana estatura, que llevaba una boina; un perrito blanco de Pomerania corría delante de ella». No tendría que haber más noticias que ésta, y no la angustia de que el simple resumen de titulares de un informativo de radio o el repaso por las principales noticias de un periódico, sea la certificación precisa de los peores instintos del hombre, el odio, la avaricia, la sinrazón, la estupidez…

Catástrofes diarias, grandes y pequeñas, atentados que llenan de sangre y de polvo las paredes de un mercado en Irán y niñatos fanáticos que irrumpen en las aulas de las universidades para reventar alguna conferencia con gritos o insultos. Una mujer que llora, con los ojos morados, en las dependencias de la Policía antes de denunciar a su marido; una patera de inmigrantes descalzos, cubiertos con mantas rojas, ateridos de frío, congelados de incertidumbre; el presidente de una multinacional que no ha dormido, porque esa mañana tendrá que explicarle a su consejo que todo se acabó, que lo ha devorado por Wall Strett, humillado por los mercados en los que siempre se consideró imbatible. Y un padre de familia que abandona el banco cabizbajo, con las manos hundidas en los bolsillos, porque estamos a principios de mes y ya tiene la cuenta en rojo. Desastres diarios, grandes y pequeños, que nos empapan desde la prima luz del día, como una lluvia incesante, y habrá rachas de viento, y momentos de aguacero y de lluvia fina, pero nunca deja de llover. Y los dos, tú y yo, estamos en el centro de la calle; preguntándonos cuándo escampará.

Tendrían que ser todos los días como este noviembre soleado, un paseo silencioso por las calles de nichos, perfumadas de flores nuevas, empapadas de llantos viejos. La vida tendría que pararse todos los días aquí, tendría que arrancar de aquí, de este paseo silencioso por el mundo de los muertos, este escarmiento de muros cuadriculados, este paisaje de vidas desaprovechadas por el egoísmo o la ambición, vidas truncadas por la envidia o el fanatismo, vidas de gentes que se olvidaron de vivir. Tendría que nacer la vida de la lección de la muerte, de esta amargura, de esta esperanza; de esta serenidad de los cementerios, que es la serenidad de quien guarda el último secreto de esta vida. Tendría que ser así, saber que lo único que nos puede sorprender hoy es que una señora aparece en el paseo frente a nosotros con un perrito blanco.

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