El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

31 mayo 2011

La cuarta versión (y II)




Si sólo fuera una derrota electoral, si la debacle del PSOE no hubiera estado precedida de la caída progresiva de sus iguales en la mayor parte de Europa, el vértigo no sería como éste de ahora, este miedo escénico a quedarse en blanco en medio de la función, sin papel, sin memoria, sin nada que decir; y el público que abarrota el teatro, primero se sorprende y luego se va marchando, uno a uno, formando hileras por los pasillos, como si la popularidad se fuera desangrando.

Si sólo fuera una derrota electoral, en Alemania, en las últimas victorias de Angela Merkel, los periodistas no hubieran escrito artículos que hoy podrían reproducirse en España cambiando sólo algunos apellidos: «Ruina sin precedentes de la socialdemocracia. Las bases del SPD se erosionan, la socialdemocracia en su actual forma debe preguntarse si ha pasado su era». Lo escribió Marc Koch en septiembre de 2009. El artículo se llamaba ‘El principio del fin’. O este otro, sobre los laboristas británicos, del politólogo Jeremy O’Brien: «La crisis hunde al nuevo laborismo. Los problemas del Gobierno son muchos, pero el mayor de todos es la indefinición. El laborismo solía representar a las clases trabajadoras, cambió de sintonía para defender los intereses de las clases medias, y ahora mismo sólo tiene amigos entre los pobres que dependen del Estado y ejecutivos de la City, que de todas maneras saben que con los tories les irá todavía mejor. La tercera vía, con el abandono de la ideología para abrazar el pragmatismo, tiene un precio y hay que pagarlo». Y uno más, del socialismo francés: «Se suceden los fracasos electorales, caen los efectivos militantes, se desmoronan las relaciones con los sindicatos... Hace siete años, trece gobiernos de la UE estaban gobernados por socialistas. Todas las elecciones nacionales son diferentes, pero sería absurdo negar la existencia de una tendencia general (…) En última instancia, la crisis de la socialdemocracia es la consecuencia lógica de su incapacidad de poner al día una respuesta europea para afrontar los desafíos de la mundialización», escribió en Liberation Henri Weber, secretario nacional del Partido Socialista francés.

No, si sólo fuera una derrota electoral, no existiría esta coincidencia múltiple, no en las derrotas de los distintos partidos socialistas en Europa, sino la coincidencia fatal de los análisis: Pierde el Partido Socialista porque ha dejado de aportar soluciones a los problemas reales de la sociedad, porque no ha sabido adaptarse a esta nueva sociedad en la que ya no impera el esquema clásico de izquierda basado en la clase trabajadora. Aquí, en España, y sobre todo en Andalucía, la supervivencia socialista ha tenido como eje motor un mensaje de alerta que ha funcionado en la Transición, gracias a los rescoldos de memoria del franquismo: «¡Que viene el lobo, que viene la derecha!». Ese es el esquema que, definitivamente, se ha roto en las elecciones del 22-M. Asumirlo supone un replanteamiento general; supone la refundación de las ideas. Estoy convencido de que en el PSOE también son conscientes de ello, que conocen el calado de la crisis interna. Por eso, estas soluciones de ahora, que son nada, que no conducen a ninguna parte. Es tanto el vértigo a reconocer la verdad que, para salir del paso, se ha ordenado el único esquema interno que todavía funciona: cierre de filas y a seguir hacia adelante como si nada hubiera pasado. La cuarta versión del socialismo ni ha nacido ni nacerá con estos dirigentes.

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30 mayo 2011

La cuarta versión (I)



Si sólo fuera una derrota electoral, incluso una debacle electoral, la situación para el PSOE no sería tan preocupante. Si sólo fuera la pérdida de alcaldías emblemáticas, feudos tradicionales que sumaban tres decenios de gobierno socialista, la crisis interna del PSOE no sería tan apabullante. Si sólo fuera un cambio de liderazgo, el desconcierto no sería tan angustioso. No, la profundidad de la crisis del PSOE tras las elecciones del 22 de mayo no la establecen por sí solo, si de forma conjunta, todas las quiebras anteriores. No, el problema fundamental radica en que ahora se es consciente de que se han alineado a un tiempo todas las circunstancias adversas para dejar patente que la tarea pendiente para sacar al partido de este bache es de mucha más envergadura. Esta vez sí, la asignatura pendiente es la refundación del PSOE tras el fracaso o agotamiento de los modelos precedentes.

De todos los que han invocado hasta ahora la necesidad de refundar, de repensar el socialismo español de estos tiempos, ha sido Ignacio Sotelo: «El socialismo no tiene la menor posibilidad de sobrevivir, si no reconoce el fracaso de las tres versiones que ha puesto en marcha en el siglo XX». Las tres versiones del socialismo se inician, lógicamente, con el socialismo marxista, el socialismo revolucionario, estatal y colectivista, que se impuso en la Unión Soviética y que acabó con la caída del muro del Berlín, cuando aquella tapia infame dejó al descubierto un sistema varado en la ineficacia económica, asentado políticamente en el terror y podrido internamente por una falsa idea de la igualdad. El segundo modelo, el de la socialdemocracia keynesiana, también se desmoronó cuando, se acabó abriendo paso la idea de que, para convivir en las sociedades capitalistas y democráticas, no se pueden imponer esquemas económicos rígidos, sino que es necesario abrirse a modelos de gestión más liberales, más acordes al mercado. La tercera y última versión del socialismo que ha acabado naufragando ha sido la ‘tercera vía’ británica, una versión light de la socialdemocracia que se ha quedado siempre a medio camino de todo, sin haber sabido dar respuestas a los problemas reales de los ciudadanos, a los problemas nuevos de la sociedad. A partir de ahí, ya no ha habido más versiones, y la irrupción en el socialismo europeo de líderes como Zapatero ni siquiera merecerán la pena en el futuro de ser analizados como propuesta reformadora, innovadora, de la izquierda.

Tres versiones de socialismo que no han resistido el paso de la historia. Y la explicación del por qué es tan elemental, tan previsible, que asusta: los cambios en la estructura productiva desde la revolución industrial, cuna del marxismo, han hecho que el socialismo se haya ido quedando progresivamente sin discurso, sin respuestas, sin base social a la que dirigirse. Ignacio Sotelo lo explica de esta forma: «El hecho fundamental de que el trabajo haya dejado de ser el eje central que articula la vida de amplias capas sociales ha significado un golpe definitivo a la socialdemocracia, incluso en su última versión débil. Esta desarticulación del mundo del trabajo elimina de raíz las clases sociales que surgieron con la revolución industrial y comporta una fragmentación creciente de la sociedad. Sin ‘clase trabajadora’ se hunden sindicatos y partidos obreros, y con ellos, la sinergia que dio vida a la socialdemocracia».

Si sólo fuera una derrota electoral…

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26 mayo 2011

Espolones



Estamos saturados de política porque no es política todo esto que nos rodea; esta lluvia que empapa, este alud que nos arrolla. No, no es política la que llena los periódicos, la que se desborda cada mañana por la radio, la que encabeza los informativos de la televisión. Eso no es política sino confrontación, duelo de navajas. No, no es la política sino las estrategias de la política, las alcantarillas de la política, las zancadillas de la política. En España, vivimos presos de esta contradicción: sentirnos saturados de política porque lo que falta aquí, realmente, es política. Por eso esta sensación de cansancio, de continua repetición, de intereses que nada tienen que ver con la gente, con sus problemas.

Llevamos tantos años conviviendo con esta distorsión que hemos llegado a creer que la normalidad es esto, que la política es esto, la imposibilidad eterna de hablar de educación, de convivencia, de seguridad o de economía; la incapacidad eterna de acordar nada, de avanzar en nada, porque la política se queda siempre en la superficie; la política se pierde en la espiral infinita de las declaraciones, de unos y de otros, palabras que vienen y que van, que se cruzan y que chocan entre ellas. Y, a partir de esa realidad, se suceden luego otras, también contaminadas por la distorsión. La más llamativa, la que más nos afecta, es la del ‘periodismo declarativo’, porque, sin darnos cuenta, nos convierte en correa de transmisión de ese hartazgo. Formamos parte de esa espiral hueca que se aleja de la sociedad porque sólo interesa a un grupo. La micropolítica ha sustituido a la metapolítica, la ha reemplazado. El pez pequeño devoró al pez grande; el interés particular se sobrepuso al ideal común.

No es política, no, por eso ansiamos que los parlamentos hablen de educación y aterricen en los problemas de las aulas, que la política descienda a esos infiernos cotidianos de las clases imposibles, desvergonzadas. Que la política hable de Justicia y se recorra los juzgados saturados, que se ocupe de la sanidad y visite a los pacientes desnudos de intimidad en los pasillos de un hospital; que la política le eche las cuentas al gasto público, al despilfarro, y se siente a la mesa con una familia que no llega a fin de mes. Que la política hable de los desprotegidos y se acuerde de las asociaciones de niños con enfermedades mentales que están mendigando una ayuda que nunca llega. Que la política recorra a las aceras, que deje los despachos.

No, no es política lo que nos rodea, lo que nos hastía, lo que nos sobrepasa. España, en realidad, está a la espera de la política. «Si se tratase de construir una casa, de nada nos aprovecharía que supiéramos tirarnos correctamente los ladrillos a la cabeza. Acaso tampoco, si se tratara de gobernar a un pueblo, nos serviría de mucho una retórica con espolones». Lo escribió Machado. Hace ya tanto tiempo de esas palabras que el miedo que nos da ahora es doble, la realidad y la persistencia. Ser español…

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25 mayo 2011

El tanatorio



De Zapatero ya se puede decir en el PSOE lo mismo que decían de Lopera en el Betis, que sacó al Partido Socialista de la UVI y lo va a dejar en el tanatorio. Los resultados de este domingo devuelven al PSOE a los albores de la democracia; a los tiempos en los que en el PSOE se impuso una profunda renovación ideológica para adaptarlo a la nueva sociedad española, para desmembrarlo del franquismo, sacudirlo de etiquetas marxistas, y asentarlo en el amplio campo de electores que, desde hace treinta años, inclina las urnas en España hacia un lado o hacia otro. En un libro de reflexiones del socialismo español, de Tom Burns Marañón, lo explicaba de forma escueta Felipe González: «Teníamos que hacer algo que trascendía la frontera de la alternativa socialdemócrata para asentar un proyecto nacional de una envergadura mayor. Teníamos que hacer, entre otras cosas, un proyecto de modernización y esto no era específicamente un proyecto socialdemócrata». Es decir, que incluso después de haber descafeinado el ideal socialista que se había heredado del franquismo, los dirigentes de aquel PSOE eran conscientes de que deberían renunciar en algunas ocasiones a la socialdemocracia para conseguir los objetivos que se marcaban: un partido mayoritario, más allá de las líneas que separan a la izquierda y al centro izquierda de las posiciones más conservadoras.

Si se mira hacia atrás, lo que comprendemos ahora con facilidad es que el proyecto político de Rodríguez Zapatero nunca ha tenido esa vocación de partido mayoritario, sino lo contrario. Con Zapatero en la secretaría general del PSOE este partido ha perfilado sus aristas, las ha afilado. Ha alentado a los tifossi de los medios de comunicación, ha jaleado las divisiones territoriales y ha crispado a la sociedad con el rescate persistente de los odios y las venganzas de la Guerra Civil. En el libro de antes, Julio Feo, estratega de la campaña del 82 en la que el PSOE arrasó en las urnas, decía que la decisión de haber desconectado completamente al PSOE del pasado franquista había sido fundamental. «Felipe González era lo que rompía el PSOE con la Guerra Civil. Si hubiéramos hecho una campaña de recuerdo de la guerra civil, yo creo que nos hubiera ido muy mal. Descubrimos que la gente tenía tanto rechazo al saludo fascista del brazo en alto como lo tenía al puño en alto». Si ese era el análisis que condujo al PSOE a su mayor victoria electoral, el cambio apoteósico del 82, ha sido la política contraria, el sectarismo y la división, la que lo ha conducido ahora a su mayor desastre en unas elecciones municipales, el que lo ha devuelto al momento previo a la renuncia del marxismo.

En cualquier caso, lo peor de todo para el PSOE no son los resultados electorales, sino la ausencia absoluta de autocrítica, como paso previo para corregir los errores y enmendar el rumbo electoral. La regeneración, en este momento, es un discurso minoritario dentro del PSOE. El vacío ideológico de Zapatero, suplido como tantos de esa especie con golpes de radicalismo, ha encajado como un guante en la estructura cansada, carcomida, de la hegemonía socialista. «Reaccionarios», «el partido del odio y del rencor», «la derecha que quiere arrasar Andalucía», se ha podido oír estos días a Griñán, al moderado Griñán. El resultado han sido ocho capitales y cinco diputaciones para el PP. Pues nada. A seguir, que el tanatorio ya está cerca.

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Diario final



Que no somos conscientes del paso del tiempo; que vivimos en el vértigo de una aceleración permanente lo tenemos tan asumido que, desde hace mucho, lo hemos incorporado como uno de los signos más perceptibles de estos tiempos. Aquello de Kundera: "existe un vínculo invisible entre la velocidad y el olvido, la lentitud y la memoria". El sábado, consciente de este vértigo, decidí escribir la columna del lunes paso a paso. Para al final de las 48 horas que marcan la jornada de reflexión y la cita electoral, poder mirar atrás y sorprenderme con lo que vamos pensando. Es curioso, sí, nada de lo que el sábado nos parecía trascendental y hasta peligroso, nos llamaba la atención el domingo. Y hoy lunes, toda referencia ha desaparecido. Que esto ocurre, que convivimos con esta aceleración, ya lo sabemos. Conviene anotarlo para que, al menos, la próxima vez miremos nuestras preocupaciones con algo más de perspectiva.

Sabado. 10.00h.Esta vez no es como las demás. No. Por eso me he planteado escribir este artículo como una secuencia, un diario de impresiones que recorra el fin de semana. A esta hora del sábado, los periódicos del día y los portales de internet están contándonos algo nuevo, que las elecciones ya se han celebrado y el resultado están en las plazas que ocupan miles de jóvenes en toda España. Quien gane las elecciones no será la noticia. Spanish revolution ha arrasado. O mejor, a esta hora parece claro que las elecciones , estas elecciones, no pasarán a la historia por el triunfo de uno u otro partido sino por la protesta de los indignados. Y si han ganado esa trascendencia pública, han ganado, en cierta forma, la memoria de estas elecciones.

Sábado. 16 h. No cesan de llegar mensajes y llamadas de amigos preocupados por lo que está ocurriendo. La misma inquietud siempre: ¿Quién está detrás de las protestas de los indignados? La dificultad para analizar lo que está sucediendo radica en un axioma antiguo, con el que convivimos con naturalidad: Todo fenómeno que nos sorprende se explica mejor si detrás hay una conspiración. En este caso ocurre igual. Por fases, la tesis conspirativa ha ido pasando desde el PSOE, los fontaneros del 11-M, hasta los más dañinos movimientos nihilistas del país. Sostengo, por el contrario, que el origen de estas manifestaciones se limita a un efecto mimético de lo sucedido en el Magreb. Por eso se ocupan plazas, la plaza de la Kasba, en Túnez, la plaza Tharir, en Egipto, la plaza de la Perla, en Libia, y ahora la plaza de la Puerta del Sol, en Madrid, como emblema de todas las plazas ocupadas en España. El sueño mimético de convertirse en protagonistas del destino de tu país. Ese es el origen y la razón única de la multiplicación exponencial de las concentraciones. Otra cosa distinta es que los agitadores del 11-M hayan intentado gestionar o que, más allá, pretendan utilizarla en días sucesivos para minimizar la previsible victoria.

Sábado. 20 h. Sí, ese es el riesgo. Que la relevancia evidente de estas concentraciones se adopte para trufar de un rechazo oculto el resultado de las elecciones; para deslegitimarlas con abstención que, desde hace años, ha sido creciente y que ahora se explicará como un solo movimiento, una sola voz. Hace años que no voto. Una vez el director del The Washington Post, Leonard Downie, dijo en una entrevista: «No he votado en unas elecciones desde 1984, cuando fui nombrado director. Si vienes a trabajar aquí, tienes que aceptar ciertas restricciones de tus derechos políticos. Y el único acto político que uno puede llevar a cabo es votar en las elecciones». Ese gesto de independencia extrema me conquistó y, desde entonces, no suelo votar. Esta vez sí lo haré. Por ese riesgo de que alguien manipule mi abstención.

Domingo. 22 h. Las encuestas no se equivocaban. Hay un vuelco histórico del PP en Andalucía. Desde que Griñán llegó a la Presidencia de la Junta de Andalucía, todo habían sido encuestas. Estas son las primeras elecciones que ha afrontado como presidente y la caída del PSOE de Andalucía ya es histórica, ya no es estadística. La hegemonía del PSOE comenzó a evaporarse ayer en unas elecciones en las que el PP ha alcanzado todos los objetivos que se propuso: las ocho alcaldías de las capitales y el triunfo en votos. Miro hacia atrás en la agenda y el vértigo ahora es que, en este trasiego de resultados, ya nadie recuerda las acampadas. Lo que escribí ayer, lo que ayer parecía trascendental, ahora me parece anacrónico. Si hubo una intentona de agitación, esta vez no ha salido.

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20 mayo 2011

Vas a votar



A María

Que es ridículo ya lo sé, pero vas a votar por primera vez y he tomado la tarjeta del censo con tu nombre con la trascendencia de una comunión cívica, las llaves de un mundo nuevo, adulto; con la emoción de las citas históricas. El vértigo es por este abismo de quien observa la vida de una adolescente con la distancia de tres décadas y ha entendido hace tiempo que, a cada paso que se da, en cada decisión que se toma, se va eligiendo un camino, el camino de tu vida. Y todo eso, que es un proceso, una sucesión de alegrías y de penas, una estela de aciertos y frustraciones, de repente se detiene en un día, se cristaliza en un acontecimiento concreto. Un día, que sólo es una fecha en el calendario, se convierte en una frontera que se cruza y que deja atrás una etapa de la vida. Al menos, así lo vemos. El primer día que acudiste a votar.

Se acercan a ti los demás con la inquietud de tu madurez, con la curiosidad de tus pensamientos y también, es verdad, con el prejuicio displicente de los mayores. ¿Qué vas a saber tú de política? Decimos que cualquier tiempo pasado fue mejor y en lo que nunca hemos reparado es que esa frase, que se repite en todas las generaciones, siempre se pronuncia con la impunidad de no conocer el futuro. Decimos que cualquier tiempo pasado fue mejor, con la brocha gruesa de la nostalgia y el desconocimiento de lo que vendrá. Lo decimos y, al hacerlo, estamos reconociendo que ha dejado de pertenecernos el futuro, que por eso lo infravaloramos. De ahí la pregunta, quizá displicente o pretenciosa, ¿vas a votar? ¿y sabes ya a qué partido? Y entonces surge, caudalosa, una respuesta que no necesita más que de silencio. «La cuestión no es de partidos; lo que necesita España son políticos, buenos gobernantes. La división entre izquierda y derecha pertenece a otro tiempo, ya no creo que sea esa la cuestión. Los dos grandes problemas que tenemos son la educación y la economía. Sin una buena educación no hay posibilidades de futuro, y tenemos que salir de la crisis económica. Yo lo veo en mi clase y lo veo en la calle. ¿Que si voy a votar? Pues no lo sé, porque con los exámenes no me ha dado tiempo de leer los programas electorales y me parece una irresponsabilidad votar sin saber qué ofrece cada uno».

Que es ridículo ya lo sé, pero llegan estos días de bautizos de ciudadanía, de saltos hacia la madurez, y el vértigo es un miedo que se ve truncado; lo que queda luego es un impulso para escribir palabras que se inscriban en el aniversario, como aquellas de Goytisolo, «tu destino está en los demás/ tu futuro es tu propia vida/ tu dignidad es la de todos». Sí, ésa es la tentación, que siempre te acuerdes de lo que un día yo escribí pensando en ti, como ahora pienso. Sólo que esta vez, con tu respuesta, mis pretensiones de trascendencia se han vuelto pomposas, han caducado amarillentas en la normalidad de una joven de 18 años; se han desvanecido en su visión nítida, transparente, de la realidad. Pero debe ser así. En una democracia, lo trascendente es esta normalidad. Y si vas a votar o no, ya es lo de menos.

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19 mayo 2011

Indignados


La campaña electoral ha parido un ratón. Esta enorme ventolera de discursos y carteles, este aluvión de globos y pegatinas, que intenta agitar la sociedad, que la envuelve para llevarla en volandas a las urnas, ha descarrilado en tres o cuatro concentraciones surgidas de redes sociales en las que el personal ha descubierto que el mundo no es justo y que la gente no debe permanecer indiferente ante los problemas. Cesare Pavese sostenía que «la cosa más trivial es interesantísima si la descubrimos en nosotros. Esto se debe a que ya no es una abstracta cosa trivial, sino una inaudita mezcla de la realidad y de nuestra esencia». Lo que ha ocurrido en estas concentraciones es eso, el descubrimiento de una trivialidad, la imperfección del mundo, y de una esencia, la capacidad del hombre para rebelarse y protestar ante una realidad que no le gusta.

Lo único que ocurre es que la indignación es una cualidad necesaria en el ciudadano, pero no es suficiente. La indignación en una democracia es un punto de partida, una actitud, pero nunca la solución de los problemas. Hay que estar indignados para reconocer la realidad y buscar los cambios. Hay que estar indignados para, a continuación, hacer algo, pero la indignación como fin no tiene sentido, se queda en nada; una pegatina, una cara pintada con trazos rojos, una noche dormitando en la plaza pública, un café en el termo de un vecino y un beso al despertar. Una noche de indignación y una vida de frustración.

Para que eso no ocurra, deben saber los nuevos indignados que su protesta, si quiere ser fructífera, primero tendrá que ser concreta; es decir, el camino contrario al de las etéreas proclamas contra «la tiranía de los poderes financieros y los tiburones del capitalismo». No, describamos el camino opuesto. El primer paso de la indignación es la autocrítica. La indignación tiene que empezar por uno mismo. También conduce a la ayuda a los demás, a la solidaridad. En un colectivo de jóvenes, como es el caso, el primer paso de la indignación está en el instituto o la universidad, con la exigencia permanente de calidad y la dedicación persistente a la formación. Excelencia, mérito y esfuerzo, sí, porque es así como se alcanza la madurez democrática; el ciudadano comenzará a ver su entorno con otros ojos, una mirada crítica, formada, que le hará ser exigentes con sus gobiernos, con sus instituciones. Un ciudadano maduro es un ciudadano indignado que no comulga con consignas ni con banderías. Analiza la realidad y se compromete a cambiarla.

Indignación antes que modorra; cabreo antes que complacencia; protesta antes que servilismo y dependencia. Sí, ésa es la esencia de una democracia que no es que sea la real: es que es la única que existe. Y, además, está más cerca de todos nosotros de lo que proclaman esas consignas, porque la democracia real no se reduce al tinglado político, sino que está en todas partes. En la gente que se pelea por una universidad mejor, en los que se apuntan voluntarios en un barrio para combatir la droga, en los que colaboran con Cáritas para atender a los que se han quedado sin casa, sin trabajo, sin nada. Indignación, sí, porque este mundo siempre ha avanzado con los que no se conforman. Haberlo reconocido es sólo eso, el descubrimiento de una trivialidad.


Foto: Jesús G. Hinchado

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18 mayo 2011

Acoso



Cuando me lo contaste, no llorabas. Eso fue lo último que me sorprendió de ti, porque yo sé que la rabia, como las penas, se van siempre por la chimenea de las lágrimas y era imposible que tú pudieras contener tantas emociones sin llorar en ningún momento. Lo pensé después, cuando te ibas: qué fuerte hay que ser para eso. Fortaleza y dignidad, porque si no lloraste, si te tragaste las lágrimas, fue porque aquel tipo no merece ni una sola lágrima tuya. Ahora, con el escándalo del director del FMI, Dominique Strauss-Kahn, he vuelto a recordarlo. Fue, dijiste, una tarde cualquiera en la Junta de Andalucía. Tu superior en la Consejería, un cargo político, te había citado a las cuatro de la tarde en su despacho. No, no era normal la hora para una reunión, pero en política lo primero que aprendes es que la disposición es permanente, que no hay horas. Por eso no pusiste ninguna excusa para ausentarte. Nada sospechabas antes y nada estaba tan claro en cuanto se cerró la puerta. El tipo se dirigió a un pequeño minibar, sacó unos vasos, puso una música de boleros y te pidió que bailaras. Lo demás casi no hace falta detallarlo. Primero negativas desenfadas, amistosas, ‘estás loco, déjate de coñas’, que dan paso a una tensión mayor en cuanto la persistencia se hace agobiante, en cuanto la resistencia se acumula eléctrica en el ambiente. Y te diriges a la puerta mientras te agarra de un brazo, y sigues caminando de espaldas, ‘no, por favor, no me hagas esto’, angustiada, y alcanzas el picaporte para salir. Él presiona la puerta hasta que, de un empujón, logras quitártelo de encima y sales corriendo por el pasillo, vacío de secretarias y funcionarios a esas horas de la tarde.

Detuviste el relato y dejaste en el aire una pregunta a la que, desde entonces, le estoy dando vueltas: «¿Qué os pasa a los hombres?». Yo apenas pude balbucear una respuesta de rechazo a la generalización y una explicación vaga de la naturaleza humana, de los impulsos, del instinto. Luego recuerdo haberte contado aquella cita de Bukowski: «Hay en mí algo descontrolado, pienso demasiado en el sexo. Cuando veo a una mujer la imagino siempre en la cama conmigo. Es una manera interesante de matar el tiempo en los aeropuertos». Pero ya ves que, aunque los hombres asumamos esta obsesión, nada tiene que ver con tu relato, porque lo tuyo pertenece a otro ámbito. Es el abuso del poder el que se manifiesta de forma más primaria en el sexo, en la imposición sexual a un subordinado. Ya no son impulsos. Se llama acoso, se llama violación, y tiene un espacio merecido en el Código Penal.

Sé que has dejado la Junta después de aquel ataque que nunca quisiste que se contara. Lo respeto. Si lo he esbozado hoy ha sido porque ese caso del FMI me hace pensar que otros muchos políticos pueden estar tentados de caer en lo mismo, esa borrachera de poder y sexo. Por eso lo cuento, para que, quien tenga la tentación, se mire hoy en el espejo roto de Strauss-Kahn. Así espero verlos si ocurre algún día.

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17 mayo 2011

Votaré



Votaré a quien, nada más pisar los salones engalanados del palacio de gobierno, anuncie que quiere cambiar la Ley para que las promesas electorales incumplidas puedan ser denunciadas por los votantes y los políticos quedar inhabilitados para el ejercicio del cargo público. Lo votaré, sí, a quien anuncie esa reforma que acabará con decenios de cinismo asumido, que destrozará este caudal incontenido de promesas que se desborda en las campañas electorales, este círculo vicioso que establece el contacto del gobernante con los políticos sólo cada cuatro años, esta visión frívola de la política que siempre nos ha dejado claro que las promesas electorales están para ser incumplidas. Una reforma que acabe con todo eso, que establezca un contrato verbal entre el político y el votante. Para que las promesas comprometan a quien las hace, para que las promesas no sean un canto de sirenas, para que las promesas no nos estrellen en el desencanto.

Votaré a quien, nada más sentarse en el escaño, tome el micrófono para decir que la regeneración de la política comienza por el reconocimiento de los errores propios, de la podredumbre propia. Aquel que tome el micrófono en su primera rueda de prensa para admitir que los partidos políticos han asumido la corrupción, la han interiorizado, y que por eso nadie, nunca, ha denunciado un caso de corrupción de su propio partido, de sus compañeros, de sus gobiernos. Y que por eso, la corrupción que se combate sólo es la del partido adversario, jamás la del propio; aquella denuncia que acarrea ganancias electorales. Se combate la corrupción porque beneficia las expectativas electorales, no porque nadie se asombre del cobro de comisiones, del amiguismo, de la ignorancia de la legalidad para conseguir los objetivos.

Votaré a quien, con el acta de concejal o de diputado en la mano, se vaya directo al registro para presentar una iniciativa que nos lleve a un sistema progresivo de listas abiertas en el que los ciudadanos puedan discriminar y elegir a los mejores, de uno y otro partido. Un modelo nuevo que entierre la sobreprotección de los partidos políticos con la que se blindó la democracia tras cuatro decenios de dictadura franquista. Porque otra vez, como en la Transición, se trata de elevar a la categoría política de normal aquello que en la calle es plenamente normal. Y la normalidad de la calle, ahora que la democracia se ha asentado en España como nunca antes lo había logrado en su historia, no entiende de banderías y sectarismos, no sabe de enfrentamientos que se anteponen a las soluciones, no quiere pertenecer a ningún sector que promulgue el ostracismo del que piensa distinto y rehúye de todo aquello que no le conduzca a la solución de sus problemas. La normalidad, esa es la revolución pendiente ahora.

Votaré a quien encargue la primera auditoría de la burocracia política, a quien lleve la austeridad de las instituciones a los recortes de asesores, de colocados, de enchufados. A quien esté dispuesto a combatir aquello que lo sustenta, a quien vea en la ‘casta política’ el mayor de los peligros de la política. A quien se obsesione con la distribución de los recursos, a quien sea capaz de descubrir que a veces las prioridades se ocultan en el abandono de colectivos, de asociaciones ciudadanas que sobrellevan la carga de todos aquellos problemas que se olvidan, que olvidamos. Votaré…

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16 mayo 2011

Letanías



Era sábado, sábado de campaña electoral, y en aquella plaza no había carteles electorales. Al pie de unos bloques de pisos, dos niños jugaban al columpio en un pequeño parque alfombrado de yerba artificial y, más allá, en bancos de madera despintada, un grupo de mujeres entretenían la mirada con el paso cansino de una mañana de calor precipitado. Ésta es la barriada de Las Letanías, en Sevilla, frontera de la confusión y del desorden, franja limítrofe con el hampa y las candelas de neumáticos a media noche, línea que divide la esperanza de la desesperación. Es sábado de campaña y aquí no hay carteles electorales. Sólo unas pintadas en negro en el soportal de los bloques de pisos. “Toñi, te quiero”, dice una. “Soy el más chulo”, dice otra. Pero ningún cartel electoral.

El contraste llama la atención porque, justo enfrente de donde se sientan las mujeres, en la parroquia de las Letanías, un numeroso grupo de vecinos se ha reunido en unas jornadas que organiza el Defensor del Pueblo: “¿Todos a la cárcel?”. Debaten sobre las reformas del Código Penal, el endurecimiento de las penas y la masificación de las cárceles. ¿Quién podía pensar que en un barrio acosado por el paro, el abandono y la droga, cien personas se iban a reunir durante toda la mañana de un sábado para hablar de las reformas del Código Penal? Hay que frotarse los ojos para creerlo. Pero es así y la explicación es sencilla: En un barrio marginal en el que cada familia tiene un hijo, un primo o un vecino en la cárcel, no hay mayor problema que esta impotencia de luchar contra la eterna espiral que convierte en terrible certeza que muchos de los niños que hoy juegan por estas calles están condenados a ser carne de cañón de las cárceles españolas. Ya están condenados. Y todos lo saben.

Las Letanías, sí, así se llama el barrio. Y las historias se repiten, se suceden, se multiplican. La letanía del preso en la cárcel, “no comes, no vives, no duermes; reúnes dinero para comprar una papelina y, cuando te la metes, comienzas a pensar en la siguiente; ahora quiero volver a ser persona”; la letanía de las madres con dos, tres o cuatro hijos en el infierno de la droga, “por las mañanas, limpiando escaleras, por las tardes, de visita a la cárcel, un bocadillo de tortilla en el bolso, que a mi hijo se le han clavado los huesos de la cara, de delgado que está”; la letanía de los vecinos que se ofrecen voluntarios a la Iglesia para llevarlas y traerlas a los vis a vis de las prisiones tan lejanas, para consolarlas, para ayudarlas, para sostenerlas. La letanía de los directores de prisión, de los policías y de los psiquiatras; la letanía de los fiscales y de los jueces, la letanía de la falta de medios, de recursos. La letanía de los sacerdotes de esta parroquia, capaces de movilizar la esperanza de un barrio desesperado.

La campaña electoral también es una letanía de eslóganes repetidos, de consignas prefijadas. La vida está hecha de rutinas, somos rutina, sí, por eso el contraste es tan crudo, tan imponente. Porque en la plaza en la que unos niños juegan al columpio en la frontera del hampa, la campaña parece tan lejana, se hace tan grande el vacío, que la ausencia de carteles ha convertido este sábado en una metáfora de la desafección política. Las letanías de la vida son otras.

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14 mayo 2011

Polígrafo



El principal problema de la campaña electoral para un político es que se ve en la obligación de tener que hablar todos los días. Y no está el horno de las ideas para esos bollos. Esa sobreexposición del político en campaña acaba dejando desnudos a la mayoría porque, si a lo largo de un año ya es complicado oír ideas, conceptos, que se salgan de lo previsible, de lo establecido en las consignas, cuando se ven como ahora en la obligación de tener que hablar todos los días, el más prudente acaba despeñándose por el absurdo o el disparate y el mejor orador naufraga en la nadería, la exageración o la falacia.

Detengámonos, por ejemplo, en la bochornosa retahíla de explicaciones que se ha utilizado para justificar que toda campaña electoral comienza ya con un engaño generalizado: la composición de las candidaturas. Eso que oímos siempre cuando se descubre un caso de corrupción, esa frase hecha que se repite, “frente a la corrupción, tolerancia cero”, se reduce a la nada cuando los intereses políticos se imponen a la ética a la hora de elaborar las candudaturas. Por eso, en esta campaña electoral ni uno sólo de los grandes partidos políticos ha sido capaz de presentar listas electoral libres de personas imputadas en los tribunales de Justicia. Todos, además, caen en el patetismo de utilizar las mismas expresiones para justificar a sus imputados y las mismas descalificaciones para intentar hacernos ver, con el mayor desparpajo, que son los adversarios los que incluyen a corruptos en sus listas. Eso que dijo Esperanza Aguirre cuando se le reprochó que hubiera incluido en sus listas a personas imputadas, pese a que unos días antes se puso de ejemplo de lo contrario. Y va la presidenta madrileña y dice: “En mis listas hay gente que está imputada pero por tonterías, no por acusaciones”. Y tan pancha. Lo extraordinario es que esa misma osadía, casi la misma expresión, se le ha podido oír también a la presidenta del PSOE de Andalucía (“En las listas del PSOE no hay imputados por corrupción, sino por delitos administrativos”) y al coordinador andaluz de Izquierda Unida (“el código ético habla de imputados, procesados y además por delitos de corrupción y no se da ese caso en Torrijos”, que es el concejal de Sevilla que está procesado por dos delitos, uno de coacciones a un trabajador y el otro por el caso Mercasevilla).

Otras veces se ha apuntado aquí que el problema de la corrupción política en España es estructural, transversal, porque afecta por igual a todos los partidos políticos. La intensidad depende sólo del poder que se ostente; es directamente proporcional al número de instituciones que se gobierne. Esta similitud de ahora, el paralelismo en las justificaciones, viene a demostrar una vez más la tesis anterior. La corrupción iguala los discursos, los alinea de izquierda a derecha, los hace idénticos en el descaro. Hace unos días, el coordinador de IU recomendó utilizar un polígtrafo en la campaña ante "el nivel de mentiras e incumplimientos que se hacen antes, durante y después de la campaña electroral". Estaría bien, sí, aunque ningún polígrafo detecta la falta de ética y la asunción de las corruptelas como parte del trabajo político. El aceite que hace funcionar una democracia.

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12 mayo 2011

Alaya crecida




Ya tiene club de fans. La juez Alaya, digo. Se lo han creado en Facebook. «Aquí nos reuniremos los fans de la jueza más valiente de España. Este grupo surge por admiración a la jueza que le ha devuelto el Betis a los béticos, la que lucha por que se sepa la verdad en el caso de los ERE de la Junta de Andalucía, por ser valiente, imparcial, perfeccionista y hasta guapa!!!». Ahora tiene pocos fans, pero en su anterior etapa, que acabó de forma abrupta (alguien sospecha de una mano oscura) reunió a varios miles. Una juez con un club de fans... En fin, que es de esperar que sea la propia Mercedes Alaya la que le haya pedido a los administradores de Facebook que eliminen la página porque de lo que no son conscientes los admiradores de la juez es del daño que le están haciendo, a ella y a la investigación.

Por ejemplo, cada vez que se ensalza como virtud la capacidad de ‘bulldozer’ de la jueza, más de uno se echará a temblar porque lo único que le hace falta a un proceso judicial es una instrucción así, arrolladora, para que todo se acaba yendo al garete. Una apisonadora en un juzgado es una garantía para los delincuentes, que es, probablemente, en lo que no reparan los del club de fans. Porque cada vez que un bulldozer recorre los pasillos de un palacio de Justicia se van ampliando las posibilidades de que todos los procesados acaben en la calle, absueltos por la invasión de derechos fundamentales en la instrucción del proceso. Y eso sucederá, además, dentro de muchos años, acaso cuando ya nadie se acuerde de la instrucción y todo se despache con una desconsideración general de la Justicia.

El auto de ayer, por ejemplo. ¿Puede considerarse proporcional, que es un principio jurídico indispensable, que se investigue el patrimonio de los procesados y el de sus padres, madres, suegros, hermanos, yernos, nueras, cuñados, hijos y novias? Se lee el párrafo en el que se ordena a la Policía Judicial la investigación y lo único que le sorprende es que no se añada una última coletilla: «y a todos los vecinos de todos los bloques de pisos, en un radio de dos kilómetros».

Extrañeza, sí. Sobre todo, teniendo en cuenta que en este escándalo de los ERE hay dos protagonistas iniciales, las dos personas que firmaron el convenio por el que se creó el ‘fondo de reptiles’, y se da la curiosa circunstancia de que uno de ellos está procesado y toda su familia investigada y el otro ni siquiera está imputado. ¿Qué motivos existen para que el único imputado de los ERE sea Antonio Fernández y no lo acompañe José Antonio Viera cuando los dos firmaron el convenio, los dos fueron consejeros y los dos gestionaron el fondo de reptiles? ¿No será que Viera es senador y, por tanto, aforado, y, al imputarlo, la juez Alaya perdería el caso en favor del Tribunal Supremo?

A veces estoy tentado de crear una página en Facebook, «gente que quiere jueces y no bulldozer en los juzgados». La pena es que está destinada al fracaso.

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10 mayo 2011

Retortijones




Siempre me acuerdo de ella, de María del Rosario. Cada vez que la política se convulsiona, cada vez que el poder se indigesta, y escuchamos retorcerse las tripas con retortijones, yo me acuerdo de ella y me voy directo a sus cartas, para releerlas, y empaparme otra vez de esa visión suya de la política, descarnada y sincera. Política de fango y de glamour, de cortesías y de traiciones. La política como un todo. Que es la política como obsesión, la política ansiosa, la política sin contemplaciones, la política como esencia, la política como ley de vida. Pienso en ella, sí, porque ella, María del Rosario Galván, el personaje literario de Carlos Fuentes, es la persona que con más fidelidad me ha abierto las puertas del poder, la que mejor ha descrito los rincones que no vemos, las estancias que nunca transitaremos. Eso que conocemos como las alcantarillas del poder y que ella lo sabe reflejar con pasión y con depravación. Lo resume con una expresión francesa, La nostalgie de la boue, la nostalgia del fango, la atracción por la crudeza, el deseo de la vulgaridad, y le aconseja a su discípulo que no escriba jamás, que no ponga nada por escrito, que el arma más poderosa en política es la información de los adversarios y, sobre todo, de los compañeros, que son los peores enemigos. «Un político no debe dejar huella ni de sus indiscreciones, que eliminan la confianza, ni de su talento, que alimenta la envidia».

Quien, en política, no sepa seguir esta regla, deja sus flancos libres, le abre las puertas a la traición y se expone a un amanecer de sobresaltos, cuando oiga su propia muerte política en los titulares de la radio, mientras se afeita y se le caen los ojos en el espejo. Uno de esos días en los que comienzan a llegar hasta los periódicos ruidos de bambalinas, rumores de venganzas. Como ayer. Cuando volvió a crujir la estructura de la Consejería de Empleo, era inevitable pensar en el fango que ha salido a la luz con el escándalo de las prejubilaciones. Crujían las cañerías y los rumores salían volando de esa oscuridad como una manada de murciélagos. «Es el control de la información la que ha precipitado esta nueva crisis», decían. El poder sin información es vacío y es fácil entender que el mayor tesoro de este momento es el de poder controlar, reconducir, manipular, retrasar, resaltar, ocultar y filtrar la ingente documentación que existe sobre setecientos millones de euros del ‘fondo de reptiles’. La información de los EREs muertos, que es la que la Junta de Andalucía no quiere investigar, se ha convertido en un cementerio en el que algunos hacen negocios con los fantasmas del pasado. Y el sector del PSOE que controle esa información, quien sepa manejar el tiempo de los escándalos, tiene asegurada la victoria por la debilidad de su contrario.

He dicho que cuando la política, los políticos, entran en colisión, se oyen los retortijones del poder, como una enorme panza indigestada por un atracón de sí mismo. He dicho retortijones y ahora pienso que mi admirada María del Rosario Galván quizá hubiera empleado la misma expresión. No en balde yo acudo a ella cuando se quiebran las estructura para no olvidar que la política se construye día a día con una delicada trenza de cadáveres cercanos.

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06 mayo 2011

Del revés



En una de las casetas de la Feria de Sevilla, “cuatro lonas estirás”, como se definen en las sevillanas de los Cantores, encender un cigarrillo está tan penalizado como encenderlo en un hospital. La dichosa ley antitabaco no hace distingos y ésta de ahora, con la que se inician las ferias de todas las ciudades y pueblos de Andalucía, es la primera en la que se ha prohibido fumar en todas las casetas, ya sean cuatro lonas o dos simples toldos verdiblancos que adornan una de las esquinas del recinto. Está prohibido aunque la caseta tenga dos laterales descubiertos, separados de la acera de albero por una breve barandilla: traspasar esa línea puede acarrearle al infractor una multa de trescientos euros.

En esas, cada día que ha pasado de la Feria el personal ha ido animándose para la aplicación severa de la ley, y lo que corren por las barras ahora son las noticias de las multas que han ido poniendo en distintas casetas en las que la policía ha sorprendido in fraganti a un tipo con un puro en una mano y una copa de manzanilla en la otra. En la radio, una señora descuelga el teléfono para animar a todos los que vayan a la Feria a que estén atentos a lo que pase a su alrededor y que no duden ni un instante en denunciar a los malhechores que infringen la norma. Ella misma ya ha denunciado a algunos, dice la mujer como un sioux que exhibe un puñado de cabelleras de hombres blancos. Luego, como prueba irrefutable, recuerda que hace unos años, en la misma caseta en la que ha denunciado a unos socios, a ella le quemaron un mantón con un cigarrillo. Lo ha contado y a nadie debe haberle quedado duda alguna de que, con el efecto multiplicador que tiene este sistema de delaciones en el que se sustenta la ley antitabaco, otras muchas venganzas irán aflorando en la Feria en lo que queda de semana.

Yo mismo he acabado por asumir que, aunque mi norma básica, mi lema, siempre ha sido el mismo: “contra las leyes bobas, insumisión”, el problema de encender un puro en la caseta de un amigo es que puede haber cualquier señora, cualquier señor, apostado en una esquina, esperando ese preciso momento para liquidar al socio. ‘¡Te pillé!’ Con un poco de discreción, nadie podrá conocer nunca la identidad del delator, al que le bastará con poner cara de asombro cuando llegue la Policía y se dirija a la mesa del fumador para pedirle la documentación. Como en la novela de Juan Bonilla, aquí nadie conoce a nadie. Y, lo que es peor, nadie podrá remediarlo porque ya está dicho aquí que las leyes antitabaco han sido las únicas que se han cumplido con rigor y pulcritud.

(Mientras redacto el artículo, un amigo abogado me pone un sms desde la Feria. Dice así: “¿Cómo es posible que la Feria esté llena de rumanas con niños drogados pidiendo limosna y nadie haga nada? Y el personal, acojonado por las multas del tabaco. Este país está al revés…)

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05 mayo 2011

Índice Ramiro



Como la crisis económica se ha hecho sitio en la mesa, como se ha colado entre nosotros para convertirse en un miembro más de la familia, en uno más de la reunión de amigos o del turno de trabajo en la fábrica; como la crisis económica forma parte de las inquietudes colectivas y se aparece en todas las conversaciones, ya cada uno de nosotros es capaz de formular una teoría precisa sobre la evolución de esta tiesura. Cada uno de nosotros ha completado en su barrio un trabajo de campo documentado sobre el ánimo de los parados y la angustia de las familias a las que han vuelto alguno de sus hijos mayores, en paro, porque no tienen para pagar la hipoteca, el coche y la guardería del niño pequeño y quieren, por lo menos, que la madre vuelva a ponerles un plato de comida y les resuelvan el almuerzo. A veces se trata sólo de mirar a través de la ventanilla del coche mientras se suceden, con la secuencia de los fotogramas de una película, edificios desnudos en las afueras, el esqueleto gris de los pilares de hormigón, obras que se quedaron paralizadas un día y, con el paso de los meses, ahí siguen, con las banderas de la promoción carcomidas por el sol y la lluvia, deshilachadas por el viento. Sí, no hace falta esperar a las previsiones mensuales de los analistas ni a los datos de la Encuesta de Población Activa porque cada cual tiene sus referencias concretas para medir la evolución de la crisis.

Nos hemos convertido todos, es verdad, en expertos cotidianos del análisis de la crisis y, con frecuencia, es de mucha utilidad atender a los informes del mercado de abasto que a las gráficas de la macroeconomía. Hace unos días me acerqué a uno de esos amigos para preguntarle por sus informes diarios de la crisis. Era Ramiro, el de Publipunto, un tipo que ya se convirtió en referencia nacional cuando se aparecía por todas partes, el don de la ubicuidad radiofónica y del ingenio para saber levantar una empresa y hacerse un hueco en la economía española. Ramiro el de Publipunto tiene en la cabeza una base de datos actualizada del mercado nacional, de la capacidad de gasto de las amas de casa que llaman para comprar el último grito en cremas antiarrugas y de los cuarentones preocupados por los michelines de la oficina que se entregan a la última revolución de la gimnasia pasiva para conseguir, sin moverse del sofá, el abdomen cuadriculado de Cristiano Ronaldo. Y Ramiro, el de Publipunto, me dijo que no es verdad que la crisis se haya superado, y que en España la pujanza sólo es posible atisbarla en algunas capitales, Madrid, Valencia y Málaga... “Y lo más curioso –añadió- es que los productos que se colocan con más facilidad en el mercado son los más caros y los más baratos, mientras que los productos intermedios, se han estancado”.

Curioso, sí. Le he dado vueltas y, con la misma técnica de estos trabajos de campo, se puede concluir que ese estancamiento de los productos de precios intermedios se corresponde, milimétricamente, con el estancamiento de la clase media española. La inmensa clase media que padece y teme la crisis, porque la sufre y porque la espera. La clase media. Cuando lleguen los brotes verdes a la clase media, y Ramiro el de Publipunto estabilice su cuadro de ventas, podremos decir que estamos saliendo de la crisis.

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03 mayo 2011

Bin Laden, claro



El problema de haber encontrado a Bin Laden es que a ver quién escribe hoy de otra cosa que no sea de Bin Laden. En periodismo, este tipo de acontecimientos planetarios generan una angustia sobrenatural, de forma que cuanta más distancia se tenga del fenómeno, cuanto más lejano se encuentre, mayor es la ansiedad por encontrar una conexión, por leve que sea, para poder engancharse a lo que todo el mundo comenta, a lo que en todo el mundo se comenta. Y hoy no hay más noticia que Bin Laden y no hay más regla en periodismo que buscar la cercanía de la noticia. Con lo cual, que a ver quién es capaz de construir un bucle de palabras que comience en Bin Laden y acabe con algunas de nuestras disputas; no sé, con el escándalo de los ERE, por ejemplo. Se imaginan, un titular así a cinco columnas:«Un primo de Bin Laden aparece de intruso en el ERE de Intelhorce». Pero nada, por mucho que se intente es imposible, y ni siquiera la estancia tantas veces comentada de la familia Bin Laden en Marbella, en la década de los ochenta, puede alimentarnos la esperanza de encontrar una noticia que nos acerque al epicentro de este terremoto.

Y eso que, con la sobredosis de información sobre Bin Laden, nos ocurre lo mismo que con Juan Guerra; aquello que se retrató en una viñeta memorable del humorista sevillano Rioja en la que se veía a un tipo abriendo el periódico: «Guerra en Afganistán», decía el periódico en su portada. Y el hombre, cabizbajo, caminando por la acera de cualquier ciudad, se sorprendía, atónito, con la ubicuidad del hermanísimo: «Joder, este hombre está en todas partes». Con la información de Bin Laden ha ocurrido igual, pero al contrario: como estaba desaparecido, se aparecía por todas partes. Su propia biografía se prestaba para la omnipresencia. Que si fue entrenado por la CIA para combatir a la URSS cuando los soviéticos invadieron Afganistán, que si los Estados Unidos le enseñaron todo lo que sabía sobre las técnicas para camuflar el dinero en paraísos fiscales, que si lo entrenaron para desaparecer… Bin Laden no estaba en ninguna parte y, por esa razón, la avidez de información de nuestra sociedad se aliaba con su biografía para alimentar bulos y especulaciones: Resultado, parecía que Bin Laden estaba en todas partes. Como si mirásemos su vacío con un caleidoscopio.

Ahora que Bin Laden está muerto y enterrado (¿puede enterrarse a nadie en el mar?, ese oxímoron forma ya parte de la historia), su ausencia se amplifica, se convierte en un eco que rebota en las montañas y desciende hasta los valles con la fuerza de estos aludes de noticias que nacen en las redes sociales de internet. Sí, el fantasma del terrorista seguirá deambulando por los periódicos de la misma forma que hasta ahora, como un espectro inevitable. Sólo hacía falta que, como ha ocurrido, en las primeras horas, se difundiera la foto trucada de su supuesto cadáver para que ya sea inevitable que crezca la leyenda de la falsedad de su muerte, el bulo de la muerte inventada, una muerte de Photoshop.

Da igual, en cualquier caso. Bin Laden está muerto, y siempre será mejor luchar contra su fantasma, contra su leyenda, que contra el insoportable vacío de su escondite, contra esa frustración. Hoy, toda persona decente estará feliz. Lo demás, las obsesiones de los periodistas y la proliferación inevitable de bulos, lo dejaremos reducido al abanico de nuestras manías cotidianas, de nuestra forma de ser. Que ya lo dijo Albert Camus: «Una sola sentencia será suficiente para el hombre moderno: fornicaba y leía periódicos».

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Venganza



Yo, verás, entiendo cómo debes sentirte. Porque esa sensación que imagino en ti, dándote vueltas y vueltas a la cabeza, se asemeja mucho a las pesadillas que nos atormentan después de una indigestión, y se hacen pegajosas, pastosas, se clavan en la sien y se precipitan al exterior con un sudor intenso. Te despiertas sobresaltado y pasan varios segundos hasta que eres capaz de recomponer la realidad, palpando los lados de la cama, buscando con la mirada inquieta algunos objetos reconocibles de tu dormitorio. Yo, aunque no te conozco, imagino que alguna vez habrás sentido lo mismo, sólo que en tu caso no hay despertar; que son los remordimientos vivos los que no dejan de rondar tu cabeza, una vez y otra más, y se han convertido en la pesadilla de un hombre despierto.

Porque, verás, qué puede obsesionarle más a una persona que haberse convertido en aquello que detestaba. Todos cambiamos en la vida, es verdad, pero lo que nadie espera es convertirse en su antítesis, sobre todo un hombre público que defiende la honradez porque ha padecido a su alrededor la desvergüenza y el pillaje. Sobre todo un socialista que ha defendido siempre la sencillez y la modestia, que se ha presentado a los demás como el servidor menos pretencioso, el más alejado de los boatos y las pompas. Por eso, cuando tu partido se anegó de escándalos en los últimos años del Gobierno de Felipe González, la decepción mayor fue la de comprobar que algunos de los tuyos se habían enriquecido en sus despachos. Ellos y sus familiares. Lo dejaste escrito unos años después, cuando te pidieron que recordaras el escándalo de Juan Guerra. “Después de tantos años con Alfonso Guerra, era difícil creer que aquello se había dado, que aquello era cierto, Para mí también lo fue: yo nunca lo creí… hasta que la cosa fue evidente. La posición de Alfonso estaba marcada por el hecho de preservar la honorabilidad y la honradez de su familia o por salvar su responsabilidad política. No lo sé. El nunca lo quiso aceptar”.

¿Recuerdas tus palabras? Sí, eran éstas. Y si ahora nos producen tanto impacto es porque, al cabo de los años, eres tú mismo el que se ha embadurnado con ese aceite de los favores a los familiares. Los hermanos, los hijos… Qué desolación tan grande debe producir ahora verse reflejado en lo que con tanta crudeza se criticó; que angustia la de no poder mirar atrás, la de no poder releer las palabras de uno mismo, las certezas de uno mismo.

Yo, verás, entiendo cómo te sientes. Treinta años de carrera política en la que te has definido a ti mismo como el más pobre, el más constante, el más sacrificado, el más humilde, el más perseverante, el más leal. Es lógico, por tanto, que ahora te atormente que tu imagen en el espejo sea la contraria. Y que a tu alrededor, tus compañeros de siempre, te observen con la misma incredulidad con la que tú mirabas a Alfonso Guerra. Y con las mismas expresiones: “era difícil de creer, hasta que la cosa fue evidente”. Habrá quien piense que ha sido la soberbia la que te ha cambiado. Yo pienso, sin embargo, que es verdad lo que decía el clásico, que el poder no cambia a las personas, sino que amplifica aquello que llevan dentro. Es una especie de venganza de lo que siempre estaba oculto. Quizá es tu caso: En realidad, nunca has sido es lo que pretendías aparentar. Manuel Chaves éste de ahora eres tú.

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Hastío



El hastío; esa convalecencia incurable…
(Cioran)

Hemos llegado al punto desquiciante de que son los propios vicios del sistema los que se utilizan para explicar el funcionamiento de las instituciones. La Justicia, por ejemplo: la excesiva politización de la Justicia es el sumidero por el que se pierden todos los debates. Nada se analiza porque todo se explica con la misma lógica manida; nada se detalla y en nada se profundiza porque todo se justifica con el mismo argumento. Sea cual sea el problema, sea cual sea su origen y sus peculiaridades, al final todo acaba con la justificación de que es la política la causante de todos los males de la Justicia. Y no, claro. Que la Justicia está politizada es una evidencia, pero de ahí a pensar que todo lo que ocurre en el mundo judicial tiene una motivación política es el mayor de los despropósitos. Entre otras cosas porque esa visión maniquea de las cosas nos priva de profundizar en los verdaderos problemas, con lo que nos estamos condenando a repetirlos continuamente. Sin un análisis correcto no hay posibilidad alguna de corregir errores.

El sainete inaceptable del etarra Troitiño, la excarcelación y fuga, la liberación y la nueva orden de búsqueda y captura del asesino, tendría que haber originado una convulsión sobre el por qué de esos fallos garrafales. Pero no, lo que ha ocurrido es que, como siempre, el debate se reduce a la disputa política. Y no es que el Ministerio del Interior no tenga nada que decir en lo ocurrido, pero parece evidente que, antes que el Gobierno, el protagonismo se lo reparten los jueces de la Audiencia nacional y, en menor medida, los fiscales del caso. Sin embargo, que se sepa, nadie ha exigido la apertura de un expediente en el Consejo General del Poder Judicial, ni nadie desde los partidos políticos ha exigido explicaciones a los jueces que, en tres o cuatro días, han sentenciado una cosa y la contraria, el derecho a la libertad del etarra y la orden para que vuelva a prisión de forma inmediata. Si pensamos que el problema de fondo es Rubalcaba o la negociación bajo cuerda con los etarras, lo que ocurrirá a continuación es que nada se va a corregir y, cuando se apaguen las brasas de esta última polémica, otra vez volverá a ocurrir lo mismo. ¿Ha fallado la Audiencia Nacional? ¿Ha fallado el sistema de comunicaciones antes de poner en libertad a un etarra sin haber cumplido su condena? ¿Ha fallado la fiscalía, por no pedir medidas cautelares de vigilancia contra el etarra tras presentar su recurso?

En el escándalo de los EREs ocurre lo mismo. Desde hace semanas, la investigación se ha varado en el terreno que más le conviene a los delincuentes. Pasa el tiempo y la investigación parece detenida, mientras que a su lado va creciendo cada vez más el globo hinchado de la polémica política. Para los dirigentes del PSOE, el problema es que la jueza es del PP; para los dirigentes del PP, el problema es que los fiscales están al servicio del PSOE. Y ahí se acaba el debate. Todo lo que ocurra a partir de ahora se interpretará siempre con las mismas claves, y nadie se detendrá a analizar que la jueza puede equivocarse o acertar, igual que el fiscal; y si lo hacen, no será porque sus actos estén guiados por ninguna mano oculta, sino porque son humanos. Pero nada. De ahí el hastío de saber que, sea lo que sea, siempre acabará igual. El hastío, sí, que es una convalencia porque la enfermedad es otra.

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