El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

11 abril 2011

Ruido de cátedras



Era tanto el ruido que nadie pudo oír otras voces distintas de aquellas que venían del Gobierno y sus furores. Era tan fuerte el griterío, tan intensas las broncas, que aquel alboroto acabó convirtiéndose en un zumbido agudo, un pitido intenso que atraviesa el oído como una punzada y se clava en el cerebro. Eran tan gruesas las polémicas, tan graves los escándalos judiciales, que se formó una sombra espesa, una polvareda negra, que todo lo tapaba, que nada más se podía divisar porque nos envolvía a todos. Era tan grande la atención que le prestamos a lo único que parecía suceder aquellos días, a lo único que nos importaba aquellos días, que tuvieron que pasan muchos años para que nos diésemos cuenta de que, mientras tanto, se perpetró con un silencio obligado, un silencio impuesto, el último atentado contra uno de los pilares esenciales de una sociedad, la educación.

Ésta de arriba es la única crónica que no deberíamos leer dentro de unos años, cinco o diez, cuando repasemos lo ocurrido o, acaso, cuando nos hagamos preguntas sobre las carencias del presente que está por llegar. Porque estos días, sin que haya trascendido más allá de la red y, ocasionalmente, en algunos medios de comunicación, catedráticos de toda España están firmando un manifiesto de protesta contra el borrador del Estatuto que regulará la carrera docente en las universidades. De la preparación, de la cualificación de esa plantilla, dependerá la sociedad del futuro; que no de otra cuestión se está hablando. Pues bien, tan burdo y grosero es el despropósito que se pretende consumar con ese borrador que los catedráticos ya le han puesto un sobrenombre a las intenciones del Gobierno: profesores y catedráticos por puntos.

Justo al contrario de lo que se impone cada vez con más firmeza en las mejores universidades del mundo (la competencia en vez de la endogamia, la valoración de méritos en vez de la burocratización), lo que persigue el borrador es que en España alguien pueda acceder a una cátedra sin haber reunido ni un solo mérito científico. En su lugar, se sobrevaloran las actividades sindicales o los años de pertenencia al equipo rectoral. Que tiemblen los jóvenes universitarios españoles, los más brillantes, los más ilusionados, los más emprendedores, que tiemblen porque el futuro que se abre con ese borrador sólo les conducirá a la frustración. O al exilio académico.

En el manifiesto, resumen bien cuál será el perfil del catedrático de España, si llega a implantarse ese borrador de la universidad por puntos: “Bastará, por ejemplo, ser muy antiguo (20 puntos), seguir siendo muy antiguo, esta vez en años de docencia (50 puntos), haber realizado muchas ‘actividades de transferencia’ (hasta 40 puntos), haber tenido abundantes cargos (hasta 30 puntos) y haber ido a escuchar a todos los pedagogos que hayan pasado de gira con sus cursos (10 puntos). Con eso salen... 150 puntos”. Y para ser catedrático, sólo se precisará de 120 puntos.

Hay un ruido de cátedras en España que no se oye, que ha quedado sepultado con una escandalera mayor. Y yo no quisiera leer, en unos años, la crónica de arriba.

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