El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

13 abril 2011

Non olet



Si Manuel Olivencia tuviera el desahogo de quienes le han lanzado bolas de barro escondidos tras una tapia de papel impreso, se habría limitado a contarles, simplemente, la anécdota aquella del emperador Vespasiano, cuando su hijo Tito le reprochó el haber creado en Roma letrinas públicas de pago. Vespasiano debió mirar a su hijo con cara de asombro, sin entender muy bien los escrúpulos repentinos de su heredero por cobrarle a los ciudadanos por hacer sus necesidades. Sin decir nada, Vespasiano cogió una bolsa de monedas, la abrió, tomó un puñado y se lo acercó a la nariz. Aspiró para olerlas y volvió la cara hacia su hijo: «Pecunia non olet», exclamó con el gesto de cínica extrañeza. ¿Qué había de malo en cobrar dinero por las letrinas si el dinero no tiene olor? Ninguna diferencia hay del dinero según su procedencia, pensaba Vespasiano. El dinero es dinero; no huele.

El gran Olivencia, que antes que un profesional de prestigio incuestionable, es un excelente conversador, podría haberse limitado a recontar la anécdota de Vespasiano para dejar sentada la evidencia de que un bufete de abogados, como una constructora, un concesionario de coches o una imprenta que contrate con la Junta de Andalucía, nunca puede conocer si el dinero con el que se le paga proviene de un fondo de reptiles o de un fondo de pájaros de mal agüero. Porque el dinero, en efecto, non olet. Es tan torpe la acusación, tan insolente y burda, que es la propia Junta de Andalucía la que acaba enfangándose más en el escándalo de los EREs al admitir ahora que utilizaba el ‘fondo de reptiles’ para todo, como un pozo sin fondo.

Ocurre, además, que la Junta es el único actor en todo este escándalo al que no se le puede aplicar la anécdota de Vespasiano porque en el Gobierno andaluz sí que conocían bien la procedencia del dinero y la irregularidad que se cometía con su uso indebido. Todos los demás actores de este escándalo son víctimas de la chapuza, la burla y la soberbia; los primeros de la lista, los prejubilados de buena fe, no los intrusos, que se acogieron a los expedientes de regulación de empleo después de una vida de trabajo y que ahora se ven envueltos en un proceso judicial por la desvergüenza y la soberbia.

Pero es que, además de todo, resulta que Olivencia, el bufete que preside, ni siquiera cobró por asesorar al Gobierno por los EREs, sino que ganó un concurso público para el asesoramiento de la empresa Santana en su estrategia de externalización de algunas de sus actividades. Nada que ver, por lo tanto, con el escándalo. Y menos mal que Olivencia, a sus ochenta y dos años, hasta habrá contemplado la zancadilla con una de sus sonrisas habituales, sorprendido como tantas veces con la osadía de los mediocres, con la torpeza de los soberbios, con la grosería de los desesperados. Menos mal que es Olivencia, porque con bueno han topado en las fullerías; Olivencia, que no le importó darle un portazo a la Expo 92, poco antes de su inauguración, cuando comenzaron a volar los maletines a su alrededor e intentaron hacerlo tragar con ruedas de molino de dobles contabilidades y auditorías amañadas. «Estos creen que las auditorías internas son para el oído interno», decía entonces con ironía. Y se largó.

Ayer, cuando le lanzaban bolas de barro, lo imaginaba con un gesto similar, casi apesadumbrado por la torpeza de gente como Zarrías. «Los pagos al suegro de Arenas echan por tierra la acusación del PP de que los EREs son un montaje del PSOE», decían. Imagino a Olivencia. Pobrecillos, están desesperados.

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