El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

28 abril 2011

Dejar el poder



Al presidente acorralado de Yemen, Ali Abdalá Saleh, algunos ex presidentes están enviándole mensajes de consuelo para que deje de aferrarse al cargo y renuncie de una vez para acallar las protestas. Uno de ellos, Ali Naser Mohamed, se ha puesto él mismo de ejemplo para animarlo: “Dejar el poder no es dejar la vida”, le ha transmitido. Y luego ha matizado que todo es cuestión de respetar la inmunidad internacional que está solicitando el acosado. “Queremos que tenga una salida honorable. Está preocupado por el dinero”, explica finalmente el ex presidente comprensivo y, cuando lo dice, todo se entiende a la perfección. Lo que quiere el presidente del país árabe más pobre es dejar el poder con la garantía de que nadie va a procesarlo y, sobre todo, que nadie va a tocar ni un céntimo de su fortuna, calculada en 34.000 millones de euros. Lo que no se comprende de la secuencia es cómo hay que encabezar la explicación aclarando que nadie se muere por dejar el poder, como si 34.000 millones de euros y la inmunidad no fueran razones suficientes para afrontar el futuro con la misma desvergüenza con la que se ha ejercido el gobierno.


Pensemos, en cualquier caso, que lo que dice el ex presidente no es ninguna bobada, y que también a un tipo como el sátrapa yemení, incluso con la fortuna que ha amasado, haya que explicarle que no se va a deprimir, hundido como quien pierde un amor, por dejar el poder. Pensemos que sí, que no es ninguna tontería porque es muy posible que para algunas personas el poder sea más fuerte que cualquier otro deseo, que cualquier otro placer, que cualquier otra ambición. Aquello que dijo Kissinger, no sé si cuando razonaba sobre el atractivo sexual del poderoso, y él volvió la frase como un calcetín y explicó que el atractivo, que el orgasmo, está en el poder en sí. “El poder es el afrodisíaco más fuerte”, dijo Kissinger, y todo el que conozca a un político de raza observará que ciertamente, nada natural, normal, puede explicar la atracción que ejerce un cargo público para quien lo ostenta. No importa que el poder sea el de un ayuntamiento, el de una región pobre o el del país más rico del mundo; la fascinación del político por el poder no forma parte de este mundo. Por lo menos, del mundo que transitamos los demás.

Aquí en Andalucía, por ejemplo, uno de los ejercicios más interesantes de un tiempo a esta parte es el de ponerse a calcular qué puede ocurrir si algún día, como dicen las encuestas, el PSOE abandona el poder. Después de treinta años, lo que está claro es que no será un proceso normal porque son muchos, miles, los que, directa e indirectamente, han convertido la victoria electoral cada cuatro años en una forma de vida. De ahí que los procesos electorales por aquí nunca se desarrollen con absoluta normalidad democrática. No es que al personal le haya dado por el golpismo, que no es eso, pero la tensión que se crea en vísperas de unas elecciones, la tensión que se detecta en muchas conversaciones de calle, en charlas cotidianas, revela un apego al poder que sobresale los límites razonables de una democracia en la que la alternancia debe estar asumida como principio saludable. Afrodisíaco y sustento. Ese es el coctel que se ha dado aquí.

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