El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

28 enero 2011

Los padres de Marta



A los padres de Marta se les ha secado la voz. Quizá se les apagó después del último grito, el último alarido, salvaje, sobrehumano, que les atravesó el alma como un rayo interior, una descarga de rabia y de dolor. Por eso ahora, cuando se colocan delante de los micrófonos de los periodistas en la puerta de la Audiencia, dos años después del asesinato de su hija Marta, sólo se les puede oír con un hilito de voz, una voz apagada, sin colores ni tonos. Es una voz sedada, propia de quien sólo es capaz de vivir con calmantes; una voz cansada, agotada, en la que es imposible penetrar. Hablan del caso casi en tercera persona; con una distancia impropia se refieren a las testificales, a los testimonios periciales, a las estrategias de los letrados. Relatan la evolución del juicio con una voz que no les pertenece, porque, en realidad, no son ellos los que están allí, sino lo que quedó de ambos cuando mataron a su hija. Ellos están, quizá, en el dormitorio de Marta, en los retratos que siguen en el salón, en las sobremesas, en los cumpleaños...

Antonio y Eva se llaman los padres de Marta del Castillo. La voz apagada de ayer, a la salida del juicio, respondía a la duda que nos hacemos todos, el escalofrío que nos recorre el cuerpo cuando pensamos que nos pueda pasar algo así y admiramos el valor de estas personas por poder soportarlo, porque estamos seguros de que cualquiera de nosotros hubiera reventado ya. Se les oye hablar, y es como si hubieran logrado tal control de sí mismos que pueden desconectarse de sus emociones; guardan sus sentimientos detrás de los párpados, encharcados en una bolsa de lágrimas. Sí, ésa es la respuesta a las dudas, sólo así se puede soportar el espectáculo de esos indeseables, chulos y asesinos confesos que se arrastran por el fango con lo peor del hombre. Y nos arrastran a todos.

Esa es la desolación mayor de este juicio, la impotencia del Estado de Derecho para evitar que esos sucios delincuentes dejen de burlarse de la sociedad. Las garantías procesales, sí; el derecho a no declarar en su contra ni a declararse culpables, sí; el derecho a un juicio justo, imparcial y profesional, sí; el derecho a que los delincuentes sean tratados con respeto, con asistencia letrada, sin coacciones ni torturas, sí. Todo eso está en los fundamentos de un Estado de Derecho, pero algo está fallando cuando esos derechos se pervierten y conducen a este espectáculo cruel de silencios y desmentidos, de ocultaciones y declaraciones falsas; el juego macabro de dos años de especulaciones sobre el lugar en el que arrojaron el cadáver de aquella pobre niña de 17 años. Algo ha fallado para que este caso se haya quedado en manos del juego atroz de los delincuentes. Porque parece que el caso sólo avanza o retrocede por decisión de los asesinos. Quizá la investigación policial, quizá la saturación de información. Cuando acabe todo y esos asesinos estén en la cárcel, sería bueno reflexionar sobre lo ocurrido. De momento, porque nada de ello se incluye entre los derechos de los delincuentes, alguien debería exigirles que, cuando se presenten en una sala de juicio, mantengan una actitud, al menos, de respeto. Verlos llegar a la audiencia, repeinados y engominados, con gafas de sol y pómulos de chulos de barrio, es una burla evitable. Se lo merecen los padres de Marta. Nos lo merecemos todos.

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