El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

28 abril 2010

Llamarse Pepe



El presidente de la Junta de Andalucía ha decidido cambiar de nombre. De todas las revoluciones emprendidas en su vida política, ésta es la más importante, la más personal: José Antonio Griñán, que ha sido su nombre político durante treinta años, su nombre de ministro, su nombre de consejero, su nombre de vicepresidente andaluz, ha pasado ya a la historia; definitivamente, José Antonio Griñán ha decidido someterse a la última transformación, enterrar lo último que le quedaba de su anterior etapa política, y comenzar a llamarse a partir de ahora Pepe Griñán. Como en la célebre obra de teatro de Oscar Wilde, José Antonio Griñán ha descubierto la importancia de llamarse Pepe.

«Jack.– No, no me llamo Ernesto; me llamo Jack.
Algernon.– Siempre me has dicho que eras Ernesto: Yo te he presentado a todo el mundo como Ernesto. Tú respondes al nombre de Ernesto. Tienes aspecto de llamarte Ernesto. Eres la persona de aspecto más formal que he visto en mi vida. Es perfectamente absurdo decir que no te llamas Ernesto. Está en tus tarjetas.
Jack.– Pues bien, sea; me llamo Ernesto en la ciudad y Jack en el campo.»

Una campaña publicitaria del PSOE lo difundirá ahora por toda Andalucía. Ha nacido Pepe Griñán. Dirán que, en realidad, a Griñán siempre le han llamado Pepe sus amigos, sus familiares, pero eso no tiene nada que ver con la política. En política, Griñán siempre ha sido José Antonio Griñán, que es muy distinto.
José Antonio es, además, el nombre que va más acorde con la imagen política de Griñán en los treinta años que lleva como alto cargo. Y aunque ahora se llame Pepe, el problema de Griñán es que, políticamente, tiene aspecto de llamarse José Antonio. Una de las personas que mejor lo conoce, el profesor Miguel Rodríguez Piñero, ex presidente del Constitucional y catedrático de Derecho del Trabajo, le dijo al colega Paco Correal que a Griñán, al que conoce desde joven, «nunca le gustó el protagonismo; siempre fue hombre de segunda fila, y eso que ha estado en cargos importantes. Es un buen político, pero con un traje de técnico». Ese traje, precisamente, es el que Griñán quiere quitarse ahora. Parece como la rebelión del eterno ‘número dos’, el técnico discreto, desapasionado, que, cuando nadie lo esperaba, llegó al poder, los apartó a todos, y se subió encima de la mesa para hablar. ‘Ya está bien de llamarse José Antonio; me llamo Pepe’.

«Jack.– ¿Pero no querrá decir que no podría amarme si no me llamase Ernesto?
Gundelinda.– Ernesto es un nombre divino. Tiene música propia. Produce vibraciones. ¿Jack?... No; tiene poquísima música ese nombre, si es que realmente tiene alguna. No conmueve. No produce absolutamente ninguna vibración...»

En la estrategia de Griñán, la subida hasta el poder constaba de tres capítulos. El primero era hacerse con la presidencia de la Junta y con el Gobierno andaluz. El segundo, la secretaría general del PSOE. El tercero, su presentación en sociedad con una imagen política nueva, más cercana, que dé confianza. Ésa es la campaña que comienza ahora, ‘Cambia con Andalucía, cambia con Pepe Griñán’.

«Lady Bracknell.– Sobrino mío, paréceme que empiezas a dar señales de vulgaridad.
Jack.– Al contrario, tía Augusta, acabo de darme cuenta, por primera vez en mi vida, de la importancia suma de ser formal; y de llamarse Ernesto».

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Potasas


Antes de que se lo tragaran las arenas movedizas de la corrupción, barro y cieno, antes de que se despeñara por un abismo de soberbia, Felipe González siempre tuvo claro que, ante determinadas controversias, el interés del Estado estaba antes que el interés de su partido político y mucho antes, también, del interés de su gobierno o del suyo propio como presidente del Gobierno. Ocurrió, por ejemplo, con la reconversión industrial que emprendió y que, por inercia ideológica, incomodaba a las bases socialistas. El choque es tan inevitable como inexplicable, porque muchas veces todo el mundo es consciente de que la reconversión que se propone es necesaria, que sin esas medidas de ajuste lo que ocurrirá a medio plazo es que se hundirá, no sólo la empresa o empresas que se trataban de salvar, sino que arrastrarán en su caída a otras, pero, sin embargo, como el esquema ideológico tiene establecido que la reconversión es un arma del capitalismo, de la derecha egoísta, la reacción inmediata tiene que ser la de oponerse a la reconversión.

Cuando gobierna la derecha, no hay debate; como un automatismo, se convocan manifestaciones, protestas, encierros y huelgas, pero ¿y cuándo gobierna la izquierda? ¿Cómo explicar que sea la izquierda la que proponga cierre de empresas, despidos de trabajadores y privatización de empresas públicas? La pregunta se queda en el aire como un desaire amoroso, sin detenerse a pensar que, a lo mejor, la empresa pública en cuestión hay que cerrarla porque es un completo desastre, una sangría permanente. Felipe González cuenta el caso de la empresa pública Potasas, de Navarra. Y la pregunta que le hizo José Luis Corcuera, que entonces era el líder de la UGT del metal, fue la anterior: «¿Cómo un gobierno socialista va a cerrar una empresa pública?» A lo que Felipe González le contestaba: «¿Y cómo vamos a mantener abierta una empresa de potasio si no hay potasio? Mantener abierta una empresa cuyo objeto social ha desaparecido...»

La situación descrita viene bien para, tomando como referencia esa empresa desconocida, comparar al PSOE consigo mismo. Es decir, Potasas nos sirve para asomarnos al abismo que hay entre Felipe González y Rodríguez Zapatero como presidentes socialistas. La distancia es tan pronunciada como lo son las relaciones de ambos con los respectivos secretarios generales de la UGT. Mientras que Felipe González y Nicolás Redondo se despreciaban mutuamente (desprecio político, sobre todo) y se puteaban cuanto podían, a Cándido Méndez se le considera el cuarto vicepresidente del Gobierno de Zapatero, con una influencia decisiva en la política económica del Gobierno socialista. Es decir, con Zapatero Potasas seguiría abierta. Incluso es muy probable que se hubiera creado un observatorio, con participación sindical, para determinar las causas de la extinción del potasio.

Esas contradicciones que se observan entre Felipe y Zapatero no tienen, sin embargo, correspondencia alguna en el caso de Andalucía. Aquí no habría duda: si existiera Potasas, estaría en manos de la Junta de Andalucía. Formaría parte de ese magma impenetrable de empresas públicas, fundaciones y chiringuitos que la administración autonómica, con su política de reconversión inversa, ha ido amasando en todos estos años. Potasas aquí hay muchas, y nadie sabe qué producen, cuánto cuestan o cuántos empleados tienen. Un ejército de asesores y enchufados vive gracias al gran hallazgo andaluz; para que exista una empresa de potasio no hace falta potasio.

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26 abril 2010

Necrológica



Sin memoria no vive el hombre. Sin pasado, sin recuerdos, sin historia, no podemos llamarnos seres humanos porque en el ayer está la experiencia de lo vivido, la nostalgia de los seres queridos, el esfuerzo de quienes construyeron la vida que disfrutamos. Sin pasado no hay presente, es verdad, pero el hombre sabe que sólo puede mirar al pasado para superarlo, para atravesarlo con la memoria y volver de nuevo a mirar al frente. Sin superar el pasado tampoco vive el hombre.

El problema fundamental de esta nueva oleada de nostálgicos del franquismo es que no permite que la sociedad española pueda superar su pasado. Todos esos cientos o miles que se han manifestado este fin de semana con la excusa del procesamiento del juez Garzón le están haciendo un daño irreparable a la sociedad española porque no permiten que el franquismo sea pasado; no quieren enterrarlo porque, en realidad, son conscientes de que sin la referencia del franquismo no son nadie; cada vez que sacan el espantajo, cada vez que ensartan la momia en el palo de una pancarta, le están asestando un golpe brutal a la sociedad española. Porque no la dejan progresar, no la dejan superar el pasado.

Ellos lo saben, lo sabe la madre de Garzón que se manifestó en Sevilla, lo saben los que se fueron a la Chancillería en Granada, lo saben sus paisanos de Jaén, todos saben que el procesamiento de Garzón nada tiene que ver con la investigación de los crímenes del franquismo ni con las fosas comunes; lo saben pero lo repiten continuamente porque lo único que les importa es ellos mismos, alimentar sus ideales con esa sangre seca porque, si no es así, no son nadie. Saben que en Málaga, sin Garzón, la derecha gobernante es la que ordenó la excavación de la mayor fosa común que hay en España para que los familiares pudieran enterrar dignamente a sus muertos. Saben que, sin Garzón, la Junta excavó la fosa de Lorca en Granada y la volvió a cerrar porque no se encontraron ni restos ni nada. Saben, en fin, que los abominables crímenes del franquismo ya no pueden ser juzgados porque hace sesenta o setenta años que ocurrieron, porque hace treinta y cinco años que se murió el dictador; porque la Justicia contra el franquismo no está en los tribunales sino en la educación de las nuevas generaciones, para que sepan quién fue, qué hizo, qué ocurrió y nunca más se repita la barbarie.

Ayer mismo, decía el filósofo francés André Glucksmann, al hablar de la izquierda europea que añora el mayo del 68 sin atender todo lo que ha ocurrido después, sin reparar en la descomposición de los regímenes comunistas, en la crueldad asesina de las dictaduras comunistas; decía Glucksmann que «la izquierda que se aferra a la rancia momia del 68 es la representación de la muerte de ese 68». Sí, es eso, la izquierda española que se aferra al franquismo también es la representación de la muerte del franquismo porque sin el franquismo no tienen razón de ser. Sin el franquismo no pueden vivir, no saben qué decir. No es por Garzón, no es por las víctimas, no es por la Justicia, lo hacen por ellos mismos y no les importa el daño a la sociedad española.

Una sociedad no debe vivir sin memoria, pero tampoco puede vivir sin superar su pasado. Este fin de semana, al verlos, quedaba claro que en España no podremos festejar la muerte del franquismo hasta que no escribamos la necrológica de esa izquierda rancia.

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23 abril 2010

Hate man



Un célebre reportero de The New York Times, Mark Hawthorne, desapareció un buen día de la redacción, dejó de ir a trabajar, y ahora se lo han encontrado en las calles de Berkley, con la barba blanca, larga, un chándal de colores gastados, y los ojos pequeños y enrojecidos, como un topo cansado. Se alimenta de lo que encuentra en los contenedores de basura y duerme en cualquier portal de la calle. Lo extraordinario es que, por los reportajes que se han publicado, no parece que el tipo se haya vuelto un demente, que se arruinara o que perdiera la cabeza por las drogas o el alcohol; no se trata de un destierro consciente y voluntario que recuerda inevitablemente a Diógenes de Sínope, el sabio de la antigua Grecia que se abandonó para engrandecer su sabiduría, que renunció a toda fortuna para iniciar una vida de pobreza filosófica, como mendigo y como maestro errante. O como Estilpón, el filósofo que cita Séneca para reforzar su idea que a un hombre se le puede despojar de todo en este mundo menos de la sabiduría. “El sabio no puede perder nada: todo lo lleva consigo, nada deja al albur de la fortuna, todo lo tiene asegurado. La fortuna no quita sino lo que dio; no da la virtud, por tanto no la quita. Es libre, inviolable, firme incontrastable, y de tal manera se endurece contra los golpes del azar que ni siquiera la tuerce y mucho menos la vence”.

Igual que aquellos filósofos, el reportero neoyorquino, de 73 años, va contando por las aceras que en los tiempos que vivimos lo esencial es el odio, pero el odio como catarsis personal y colectiva; el odio como purgante moral. Dice así: "Odio a todo el mundo pero es una nueva forma de odiar. Se trata de ser directo con la gente. El diccionario define el odio como hostilidad, pero no es así. Mi idea es que todos tenemos sentimientos negativos y, de esa forma, se puede tener una conversación real con la otra persona. Soy positivo pero primero hay que ser consciente de los sentimientos negativos, para poder borrarlos". Por esa filosofía tan peculiar, todo el mundo lo conoce ya como Hate Man, el hombre odiado, y yo ya no sé si el realidad el apodo se lo han puesto ahora, por su filosofía, o porque conserva aún la estela de sus tiempos de periodista, que también podría ser.

De hecho, muchas veces, sobre todo cuando se trabaja en un periódico como EL MUNDO, uno podría llegar incluso a la conclusión de que todo buen periodista tiene detrás una colección de odios oficiales. Un puñado de vetos y querellas, no sé, como quien colecciona medallas o diplomas. No hace mucho, a una de las periodistas más jóvenes de la redacción, a María Rionegro, una señora facha, hija o nieta de un militar facha, la abordó en plena calle en Sevilla para insultarla, delante de todos. El insulto callejero, a voces, siempre produce bochorno y vergüenza, pero también indefensión porque ante esos tipos, como uno no dispone de sus armas, el asalto siempre se pierde por KO. Pero luego, cuando el periodista se coloca de nuevo delante del ordenador, recupera el equilibrio y la fuerza, porque sabe que con los insultos también se mide la independencia. A María Rionegro, de hecho, ya se la ve distinta desde los insultos aquellos, más periodista, como si hubiera aprobado unas oposiciones. Será eso, que los insultos conforman la personalidad de un periodista. Sólo habrá que imaginar qué no le habrán dicho a Mark Hawthorne en sus tiempos de cronista de The New York Times para acabar como Diógenes de Sínope.

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Corruptos



Ningún caso de corrupción política en España se ha conocido porque al chorizo lo haya denunciado en los tribunales el partido político al que pertenecía. Lo cual que, sobre esta evidencia tonta, elemental, podemos construir la máxima absoluta de que el problema fundamental de la corrupción en España es que, en contra de lo que se diga, es una práctica consentida, tolerada, alimentada o utilizada por las estructuras de los partidos políticos.

No puede ser de otra forma, desde luego. Porque mira que es extraño que ningún concejal, ningún secretario, ningún presidente local haya sospechado nunca lo más mínimo de las decenas de alcaldes que han salido imputados por casos de corrupción urbanística. Ni en Estepona, ni en Alhaurín, ni en El Ejido. Ni en la Gürtel ni en Mercasevilla ni en Filesa ni en Baleares. Ni Juan Guerra ni Francisco Correa. Nunca, jamás, un dirigente político ha convocado una rueda de prensa para comunicar que la ejecutiva de su partido ha decidido trasladar a la fiscalía anticorrupción las actividades de su tesorero, de su alcalde o de su delegado de urbanismo por considerar que es un corrupto. Todos los partidos se sorprenden cuando, tras la denuncia de un anónimo, la investigación policial destapa una inmensa red de corrupción en una institución. Y es entonces, cuando los corruptos ya van camino de la cárcel, cuando los expulsan del partido y dicen aquello tan irritante de “tolerancia cero contra la corrupción”. O ésta otra frase: “vamos a apartar las manzanas podridas con toda firmeza”. ¿Ahora? ¿Y antes? ¿De verdad que nadie se dio cuenta de que ocurría algo extraño? ¿Nadie sospechó nunca nada? No me lo creo.

Usted piénselo trasladando mentalmente estos casos a su centro de trabajo o a su familia, a los compañeros con los que tomamos café cada mañana, una cerveza al salir del trabajo, o con los que quedamos a cenar alguna vez los fines de semana. ¿Cómo no nos vamos a dar cuenta de si esos tipos, a los que conocemos desde hace años, de repente comienzan a llevar relojes de tres mil euros, se compran un lujoso apartamento en la playa o aparecen con un deportivo? Es característica definitoria del nuevo rico la ostentación pública, tan propia de la especie como el fijador y la caza mayor. ¿Cómo no nos vamos a dar cuenta de que algo extraño está sucediendo? Pues en política no es así.

Parece que la corrupción en política es invisible, o que los partidos políticos son ciegos ante la corrupción de sus militantes y afines. En algunos casos, lo sigue siendo, incluso, cuando la instrucción judicial ya ha avanzado y los afectados se enfrentan a una imputación judicial grave, como el ex tesorero del Partido Popular en el caso Gürtel y el delegado provincial de la Junta de Andalucía en el ‘caso Mercasevilla’. Como son piezas del engranaje, como afectan a las estructuras, incluso con la imputación formal de varios delitos los correspondientes partidos políticos los dejan caer del cargo pero “para que demuestren su inocencia” y, sobre todo, “para no hacerle el juego” al partido rival. Observen las reacciones del PP y del PSOE sobre la salida de Antonio Rivas del Gobierno andaluz y de Luis Bárcenas del Senado y verán que son las mismas declaraciones de respuesta antes los mismos hechos. ¿Corrupción ciega? Ciegos estaríamos todos si no supiéramos lo que está pasando.

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19 abril 2010

Pecado original



No. No es éste el fracaso del Tribunal Constitucional. Quiero decir que los cuatro años de espera para la sentencia del Estatuto de Cataluña, los cinco intentos frustrados para sacar adelante una ponencia y la incertidumbre que reina ante el sexto intento de acuerdo, no son atribuibles ni a la institución ni a los magistrados. El fracaso, ese fracaso, es un fiasco que le pertenece antes a quienes han llevado hasta el Tribunal Constitucional las tensiones irreparables y la división eterna de la clase política española. El fracaso del Constitucional es el fracaso de una clase política deficiente, sectaria, cegata e irresponsable. El fracaso, ese fracaso, es el resultado final de la alocada reforma de Estatutos de autonomía, la consecuencia inevitable del delirio localista e insolidario de entonces. Estos son los lodos de aquella tormenta.

El Tribunal Constitucional no fracasa ahora por la politización de los magistrados, por la división partidaria, la cuota proporcional de quienes lo componen, por la sencilla razón de que si fuera así, no habría problema alguno. Si los magistrados del Constitucional hubieran actuado ante el Estatuto de Cataluña con el sentido de la disciplina de voto que los partidos les imponen a los diputados del Congreso, no habría discusión: los cinco magistrados del bloque progresista ya habrían sacado adelante una sentencia dulce del Estatuto de Cataluña, con el voto de calidad de la presidenta. Pero si no es así, si no ha ocurrido así es porque uno de los magistrados de ese bloque, propuesto por el PSOE, no parece dispuesto a votar el Estatut de Catalunya con la misma frivolidad inconsciente que lo hicieron los diputados socialistas del Congreso de los Diputados que, a sabiendas de la inconstitucionalidad de muchos artículos de la norma catalana, acataron la orden de sus superiores.

Si Alfonso Guerra, por ejemplo, presidente de la comisión constitucional del Congreso, hubiera actuado con la misma responsabilidad que el magistrado discrepante del bloque progresista, Manuel Aragón, el problema de la inconstitucionalidad del Estatuto de Cataluña se hubiera resuelto antes, en el foro de debate adecuado, en el Congreso. El ejercicio ciego de la política, esa práctica de listas cerradas que antepone la obediencia a la razón, que impone el interés de partido al interés de Estado, esa práctica sectaria es la que condujo al Congreso de los Diputados a quitarse de encima el problema catalán, el eterno problema catalán, para trasladárselo al Constitucional, quizá la parte más frágil de cuantas han intervenido en este despropósito.

No. No es éste el fracaso del Constitucional, que es el fiasco de quienes hace ocho años decidieron convertir las reformas de los estatutos en elemento de desgaste del partido gobernante. Este es el resultado, en fin, de la política de confrontación. Se puede resumir en tres frases. Chaves, en 2004: “Cada comunidad autónoma es libre de denominarse como quiera en su Estatuto, lo que importa es lo que diga la Constitución». Zapatero, en 2005: “Las palabras han de estar al servicio de la política y no la política al servicio de las palabras”. Y mucho antes, en 1999, Manuel Aragón, el magistrado clave de la sentencia del Estatut: “La inutilidad de la discusión proviene de que la fórmula ‘nación de naciones’ no puede servir de solución para nuestros problemas de integración territorial. (…) Cuando se trata de las bases de la forma del Estado, y por ello de los principios nucleares organizadores de la convivencia ciudadana, las palabras no son inocentes, ni mucho menos”.

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18 abril 2010

Respeto universal



Los profesores que examinan del carné de conducir han comenzado esta semana unas jornadas de movilizaciones porque, según dicen, el oficio se está convirtiendo en una profesión de alto riesgo. No por los accidentes de los conductores noveles, no por los frenazos bruscos de los novatos en los atascos, los giros inesperados o los volantazos; no, se sienten cada vez más inseguros porque cada vez es más difícil comunicarle a un alumno que ha suspendido el examen sin que le peguen dos hostias. Que si una chica de 20 años se fue a buscar al profesor que la había suspendido y, con su novio y unos amigos, le dieron una paliza; que si a otro profesor lo cosieron a pedradas en plena calle; que si a otro más lo amenazaron de muerte unos matones por no darle el carné a un tipo...

Están asustados, se ven desamparados y pretenden, al igual que están pidiendo los profesores de escuelas e institutos, que también a ellos se les considere una autoridad pública. Que una paliza a un profesor de autoescuela no pasa, tras un juicio rápido, de cinco o seis meses de prisión que no se cumplen, y eso y nada es lo mismo. La cuestión es que, sumando peticiones, con ésta de los examinadores de tráfico, podemos reunir ya un abanico extenso de profesionales piden que se les considere autoridad pública, aunque ya vimos hace poco en Sevilla cómo también unos guardias civiles se sentían indefensos porque los vecinos los apedreaban.

«No sé si es por la crisis o porque la gente ahora viene con mucha menos educación, pero los alumnos vienen cada vez más agresivos», dicen los examinadores de tráfico. ¿La crisis? No, la crisis económica no tiene nada que ver en esto, que el dinero nunca ha sido garantía de modales ni de educación. Muchas veces, es más bien al contrario. No, el problema de los examinadores de tráfico es el mismo problema que arrastra toda la sociedad española: la falta de respeto y la crisis de autoridad. Y todo ello degenera siempre en aumento de la agresividad.

La cuestión es que, hasta ahora, el aumento de la agresividad en la sociedad no se analiza como conjunto, sino como un problema que afecta por separado a médicos, a profesores, a padres, a ancianos o a mujeres. Y con esa visión sectorial, con esa mirada parcial, nunca se abordará el problema de forma efectiva porque la causa de que los profesores de autoescuela sufran agresiones no está en el desempeño de ese oficio, de la misma manera que no lo está en la educación o en la sanidad. Como, probablemente, tampoco lo esté ya sólo en el machismo como causa del aumento progresivo de las agresiones a mujeres. La violencia no es de género ni de profesión, es una violencia general que nace de la crisis de autoridad. Quizá cuando hablamos de reformas estructurales en España, la más urgente sea de la que menos se habla, una reforma de la sociedad. Una reforma transversal, que afecte a todo y a todos. La reforma del respeto universal.

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15 abril 2010

Guadalajara 2



No debe ser casual que sean Manuel Chaves y Gaspar Zarrías los dos únicos miembros del Gobierno de la nación que participan activamente en la revuelta contra el Tribunal Supremo. Como suele ocurrir en estos casos, lo normal es que el reparto de papeles esté pactado, preestablecido, de forma que mientras que el presidente del Gobierno rehúsa hacer declaraciones y pide respeto a la independencia de la Justicia, un miembro de su gobierno acude a la algarada contra el poder judicial. Sí, allí estaba en primera fila, sacando pecho, el secretario de Estado Gaspar Zarrías, como unos días antes el vicepresidente Chaves rompió el silencio del Gobierno y arremetió contra “la injusticia” que se comete con Garzón, ese trabalenguas absurdo que tacha de injusticia que un juez se someta a la justicia. Los demás miembros del Gobierno, callados; y ellos dos en primera fila, con la pegatina.

Digo no debe ser casual porque Chaves y Zarrías son los más fieles representantes en el Gobierno del felipismo, incluso por encima de Pérez Rubalcaba. Tienen más pedigrí felipista y para echar a andar una estrategia de acoso al poder judicial como la que han puesto en marcha lo suyo es encomendársela a los especialistas. De Jaén partió la idea, en fin, de la plataforma de apoyo que ha acabado degenerando en el encierro de artistas en la Universidad. ¿Quién mejor que los licenciados en las campañas de agitación y propaganda del felipismo para liderar esta nueva revuelta? Nadie, claro. Además, se trataba sólo de adaptar y repetir lo que ya ocurrió con el procesamiento y condena posterior de José Barrionuevo y José Antonio Vera cuando el juicio de los GAL. Veamos el mecanismo, porque se repite con absoluta identidad. Lo primero, y esencial, consiste en superar la realidad. Es decir, sobre lo ocurrido, ya sea corrupción, prevaricación o secuestros, se edifica una realidad nueva, que siempre es la misma: “La gran derecha, con Aznar y su entorno al frente, organiza una gigantesca y continuada operación política, presionando a jueces y sincronizándola con la prensa afín, sobre todo EL MUNDO, para aprovecharse del triste momento por el que pasamos los socialistas”. La explicación, aunque serviría igual para estos días, pertenece a aquellos años del GAL y la corrupción del felipismo. Lo importante es superar la realidad: ‘Felipe González no perdió las elecciones por la corrupción y el GAL, sino por una campaña orquestada, un golpe de estado mediático’. Ahora, igual: ‘Garzón está procesado porque ha querido investigar el franquismo y los poderes fácticos de España, la gran derecha, lo ha sentado en el banquillo’

Reconvertida la realidad, ya sólo se trata de agitar a la sociedad con actos de rebeldía expresa. El encierro de ahora en la Universidad madrileña es el equivalente a las concentraciones a la puerta de la cárcel de Guadalajara, en la que por supuesto también estaban Manuel Chaves y Gaspar Zarrías, esos dos supervivientes de aquel felipismo. ¿Y realmente sirven para algo? ¿Se va a dejar amedrentar el Poder Judicial por una presión tan grosera, tan chusca? Esas preguntas nos las responde el propio Barrionuevo. ¿Para qué sirvieron las concentraciones en la cárcel de Guadalajara? “Estoy persuadido de que salimos de la cárcel gracias a esa movilización. Porque las cosas cambiaron y el mismo Tribunal Supremo que nos condenó por mayoría, el mismo, los mismos jueces, por unanimidad, propusieron más adelante que nos indultaran, y el Gobierno lo tramitó con una diligencia encomiable”.

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Cristiano y Cándido



Cómo estarán de dislocadas las cosas en España, que en la peor crisis económica que recuerdan los tiempos se va a poner antes en huelga Cristiano Ronaldo que Cándido Méndez. De todos los sinsentidos que se escuchan a diario, debe ser éste el más sobresaliente; el absurdo con más nota que nos ha aportado la crisis en España. El referente por antonomasia del pelotazo frívolo, aquel que fue comparado con el derroche del hombre, aquel que sirvió de símbolo para advertirnos de los males del becerro de oro, ese tipo, Cristiano Ronaldo, el futbolista del Real Madrid que costó 94 millones de euros se va a poner en huelga en España antes que el secretario general de la centenaria UGT, Cándido Méndez. Ahora que venga Woody Allen a mejorarlo.

Porque ese detalle banal, con toda la carga demagógica que se le admite, no es más que la caricatura que nos faltaba a la situación, que a fin de cuentas un discurso demagógico no es más que una visión caricaturizada de la realidad. Incluso en el supuesto más que probable de que la huelga de futbolistas se acabe desconvocando –quizá ya ha sido desconvocada-, lo que será irrevocable será la evidencia de que el sindicato de futbolistas ha convocado una huelga antes que los sindicatos centenarios. Los millonarios futbolistas de la Asociación Española de Fútbol han sentado al Gobierno a negociar antes que los sindicatos obreros, que se quedaron en una manifestación light contra el ‘pensionazo’, una protesta de trámite para adecentar las apariencias.

Sucede, además, que por grandes que sean las diferencias, en esencia el panorama es el mismo y el paralelismo en el diagnóstico es milimétrico. El sindicato de futbolistas sostiene que la situación actual en el futbol español es “insostenible” por los retrasos en el pago de salarios a los futbolistas: En Primera División únicamente un tercio de los clubes (seis o siete) están al día en sus pagos, en Segunda los impagos son continuos; en Segunda B los jugadores tienen de media un retraso de dos mensualidades, y en Tercera División les adeudan cuatro o cinco mensualidades. Ante las reclamaciones sindicales, dice la patronal del fútbol que el panorama con la crisis es muy grave y que, en el plazo de un año, uno de cada cuatro equipos profesionales puede acabar en un proceso concursal. En esa tesitura, lo que le han pedido al Gobierno son mayores cuotas de ingreso en el dinero de las quinielas y una baja del IVA en el precio de las entradas.

Trabajadores que no cobran, empresas en puertas de un proceso concursal, situación general “insostenible”… ¿es que es menos grave la situación económica en España? Lo último que acaba de advertir el gobernador del Banco de España es que el desempleo masivo puede acabar tumbando la frágil estabilidad del sistema financiero; el desempleo masivo, “ese gravísimo y españolísimo problema español”, que dice Fernández Ordóñez. Lo dice así porque no desciende a la realidad económica de algunas regiones, como la andaluza con una tasa de paro diez puntos por encima de la gravísima y españolísima tasa de paro española. ¿Cómo lo definiríamos aquí?

Cristiano Ronaldo convoca huelga antes que Cándido Méndez. A la crisis de la crisis, que es la crisis de respuestas, que es la crisis de diagnóstico, que es la crisis del optimismo antropológico, le estaba faltando un titular redondo. Ahora que vengan otra vez los gurús de los brotes verdes a explicarnos por qué tenemos que estar tranquilos mientras caminamos decididos hacia la nada.

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13 abril 2010

Colapso



Dices que estás harta, que pasas las páginas del periódico con desesperación cuando, al abrirlo cada mañana, compruebas que siempre es igual, que los unos y los otros siempre dicen lo mismo; todos se escudan en los vicios del adversario y repiten todos los días la misma ceremonia de acusaciones y réplicas de la semana anterior, del mes anterior, del año anterior. Un caso de corrupción de Madrid se contrapone siempre a un caso de corrupción en Andalucía, o al revés, dependiendo de quién sea el que acuse antes, el de Madrid o el de Andalucía. Pero siempre habrá un escándalo de corrupción en el contrario para esparcirlo. Y si no se encuentra nada a mano, se busca en el pasado, de modo que la espiral es inagotable. ¿Tiene que ser así? Y te contestas, tú sola, cuando ya has cerrado el periódico, y te bebes los últimos sorbos del café sin despegar los labios del vaso, pensativa; te contestas entonces que lo peor sería asumir que no hay salida, porque no es verdad; porque nadie se imagina que en los Estados Unidos utilizaran como reproche político los ascendentes familiares de su guerra civil o que el escándalo del Watergate apareciera aún en las ruedas de prensa. No, no es así; no, este sopor es nuestro.

Dices que hasta te cuesta trabajo oír la radio, cuando vas en el coche camino del trabajo, porque entrevistan a un político y antes de que se acabe de formular la pregunta, que es la misma pregunta que esperabas, ya sabes cómo va a responder el entrevistado. Palabra por palabra, adivinas lo que va a decir porque es exactamente lo mismo, con las mismas palabras, que ya has oído decir a otro político de ese mismo partido. Y porque las respuestas siempre son las mismas, en un partido o en el otro, y que hasta los tertulianos se hacen previsibles cuando se meten en el papel de los políticos y también ellos repiten los mismos argumentos, las mismas consignas, todo igual. Que no sabemos la sensación que eso provoca en el oyente, porque entonces la política, esa política preconcebida, prefijada, esa política amañada, se comienza a percibir como una mancha que se extiende, que lo contamina todo. Has cambiado el dial para refugiarte en una emisora de música sin palabras, como cuando en la universidad te fugabas de la clase con la mirada perdida a través de la ventaba abierta, y te sobresaltas con esa idea: la visión de la política como un problema. Piensas entonces que la democracia debería poder defenderse de este hartazgo, de esta peligrosa saturación de la política.

Dices que, al final, quizá lo que nos faltan a todos son ideales, que será la propia crisis de las ideologías la que nos lleva a este modelo de política banal, repetido, insustancial. La crisis de las ideologías que es común a todos pero que en el caso de España, al ausentarse los principios, sólo permanece a flote el cainismo que nos ha acompañado en toda la historia. Ideales, porque como dice Giovanni Sartori, sin ideales, sencillamente, no existiría una democracia. ¿Y dónde están hoy los ideales? Donde han estado siempre, al otro lado de la realidad. «Un ideal, obviamente, es una reacción a lo real». Lo real es lo que tenemos, el ideal es a lo que aspiramos. Se trata, entonces, de la sociedad, de los ideales de la sociedad.

Dices que estás cansada, y en la radio ha comenzado a sonar una canción que te responde: «Nunca una ley fue tan simple y clara: acción, reacción, repercusión». La cosa es que falta moving, que a la sociedad le falta saber que en su mano está la repercusión.

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El maletín del muerto



“¿Y qué hacemos para ayudar a la viuda?”, se preguntaron en la sede, en una reunión improvisada en la que, entristecidos, se pusieron a recordar al muerto. En el partido todos conocían al muerto o habían oído hablar de él, aunque hiciera mucho que no iba por allí. Fue siempre un tipo llano, sencillo, que trabajó para el partido en la clandestinidad, que pisó orgulloso los primeros parlamentos democráticos y que después, como le ocurrió a tantos otros, fue apartándose de la vida pública. No porque quisiera, claro, sino porque las cosas son así en política. Estás o no estás. No hay más; aquí el olvido es un sobresalto, cae de golpe como una losa. En la política, el olvido es un concepto formal, no temporal, nada tiene que ver con el paso del tiempo sino con el lugar que se ocupa. Y si no estás, ya no eres. Ése era su caso, que se fue quedando atrás hasta que, en unas elecciones, le dijeron que tenían que renovar las candidaturas. Y se cayó de la lista.

Ahora, con la noticia de su muerte, todos en la sede se han puesto a recordarlo y en la conversación han sabido que los últimos años los pasó mal, con muchos apuros económicos. Tantas apreturas que, por lo que cuentan algunos de la familia, es probable que a la mujer no le llegue con la paga de viudedad ni para pagar la hipoteca. “¿Entonces, repito, qué hacemos para ayudar a la viuda?”, volvió a inquirir uno de ellos. También en eso se nota el paso del tiempo porque ya los partidos políticos, sus sedes, no tienen la vida interna que tuvieron en los primeros años de la democracia, cuando los sueños eran otros. Aquello de la ‘casa del pueblo’ pertenece a otra época, a una realidad muy distinta. Como dijo aquel baranda, las sedes de un partido son como sucursales de una empresa y cuantas más sedes, más votantes. Sin esa red de distribución que conforman las sedes, la maquinaria electoral de un partido no funciona. Lo malo es que con ese frío cálculo electoral, las sedes se han deshumanizado tanto que uno se entera de las necesidades que pasan algunos cuando se ha muerto.

“Es evidente, que no podemos quedamos de brazos cruzados, que no nos vamos a quedar de brazos cruzados, que algo hay que hacer”, dijo el más veterano de los que se habían reunido en el despacho del secretario general. “Y nada de mendigar. Lo suyo es que, cuando pasen unos días, alguno de nosotros le haga llegar a la viuda un maletín. Hablamos con quien tenemos que hablar, que tengo entendido que estos días está la cosa bien, y lo próximo que se cobre, se lo damos a ella. Le mandamos el maletín y ya nos ajustaremos en la campaña…”

(Ficción sobre una historia real ocurrida en la década de los noventa en Andalucía.

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11 abril 2010

Pestilente




Cuando la oleada de reformas de los estatutos de autonomía, Rafael Sánchez Ferlosio se subió a la parra de las provocaciones con un artículo abrupto en el que arremetía contra la reforma del Estatuto andaluz. ‘Andazulía’, se llamaba aquel artículo de mofa. Muchos se escandalizaron tontamente por el arrebato ofensivo de Sánchez Ferlosio sin reparar en que la ofensa no era a los andaluces. Lo único que le pasa a Sánchez Ferlosio, y a los que son como él, es que sus críticas suelen estar siempre parceladas; tienen la ferocidad dosificada de forma que se la aplican siempre a los mismos asuntos, a los mismos territorios. Que recuerde, sólo tuvieron agallas para ridiculizar la reforma del estatuto andaluz, pero jamás hubieran dicho nada de las exigencias catalanas o de los privilegios fiscales vascos. En esos caso, no se atreven y, no porque la andaluza fuera una reforma más disparatada que otras, sino porque la consideran más vulnerable y no les va a causar demasiados problemas.

En fin. La cuestión es que, dejando al margen esa cobardía, la ‘Andazulía’ de Ferlosio no andaba desatinada cuando se reía de la pomposidad y del ridículo con el que se redactó el preámbulo del nuevo estatuto de Andalucía. No era para menos. Esta definición de Andalucía, por ejemplo, es antológica: “Andalucía ha compilado un rico acervo cultural por la confluencia de una multiplicidad de pueblos y de civilizaciones (…) La interculturalidad de prácticas, hábitos y modos de vida se ha expresado a lo largo del tiempo sobre una unidad de fondo que acrisola una pluralidad histórica, y se manifiesta en un patrimonio cultural tangible e intangible, dinámico y cambiante, popular y culto, único entre las culturas del mundo (…) y donde se ha configurado como hecho diferencial un sistema urbano medido en clave humana”.

Pasa el tiempo y cada vez que se relee el preámbulo de Estatuto andaluz, ya ley orgánica, acaba uno embobado, perplejo. Sánchez Ferlosio decía que todo eso era fruto del “pestilente narcisismo andaluz” y una vez más, por cobardía, volvió a arremeter contra quien nada tenía que ver en el engendro. El único causante de aquel bodrio era el pestilente narcisismo político, que es muy distinto. Esa barbaridad que se conoce como ‘lenguaje políticamente correcto’ y que le está haciendo un daño irreparable al idioma español.

Fíjense, por ejemplo, hasta dónde se puede llegar para pedirle a la Junta reformas urgentes en el sector público andaluz para que deje de generar pérdidas millonarias. Para decir eso, el PSOE ha presentado una proposición no de ley que dice así: “Instar al Gobierno andaluz a racionalizar las estructuras y funcionamiento del sector público administrativo, empresarial y fundacional al objeto de lograr ganancias en términos de accesibilidad, flexibilidad, desempeño orientado a objetivos, eficacia, eficiencia y economía (…) Así como reclamar al Gobierno central un desarrollo del acuerdo marco para la sostenibilidad de las finanzas públicas que garantice y mantenga el desarrollo del estado del bienestar”. ¿Se puede ser más cursi escribiendo, más ridículo? “Ganancias en términos de flexibilidad”, “sostenibilidad de las finanzas públicas”. Con permiso de Ferlosio, éste sí que es un problema: el pestilente narcicismo político.

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El dedo público



Los arquitectos de Sevilla han trazado con rotring una línea recta que atraviesa a todas las administraciones públicas, un trazo recto que relaciona a todos los gobiernos como si los hubieran hilvanado con hilo negro. Dicen los arquitectos: “la gran mayoría del dinero público se adjudica a dedo”. Como pueden imaginarse, el estudio que han presentado los arquitectos es el que se puede esperar de la gente dedicada al cálculo y a la geometría; después de un seguimiento pormenorizado de decenas de obras públicas en esta provincia, tras un estudio detallado de los recursos administrativos que se presentan y de las resoluciones judiciales que se dictan, llegan a la conclusión anterior, la arbitrariedad es la norma.

Claro que para que esto sea así, para que las administraciones puedan adjudicar los contratos de obra pública a quien le plazca, es necesario que previamente se haya establecido una forma de proceder capaz de burlar la ley. Quiere decirse que una democracia comporta unas reglas del juego que lo que descartan es precisamente esto que denuncian los arquitectos, la arbitrariedad y el sectarismo en la adjudicación de las obras públicas. Existen decenas de normas en todas las administraciones y, por encima de ellas, diversas leyes comunes a todos que obligan a la transparencia, a la igualdad, a la ponderación rigurosa de las ofertas y a la adjudicación de las obras a aquellas empresas que sean más solventes y presenten mejores proyectos. Y si todo eso existe, si lo que persiguen las leyes son las adjudicaciones a dedo, ¿cómo es posible que todas las administraciones logren burlar la legalidad?

En la respuesta a esa pregunta es donde encontramos la hipocresía y el cinismo como formas de gobierno perfectamente legítimas de una democracia. Según el estudio de los arquitectos, el procedimiento normal es el siguiente: una administración otorga la obra pública a quien le viene en gana. Los perjudicados piden explicaciones y lo que se le contesta es que pueden presentar recursos ante la propia administración. Eso hacen, decenas de recursos que, en su mayoría, la administración ni siquiera se molesta en contestar: silencio administrativo. Cuando expiran todos los plazos, el afectado decide llevar el asunto al tribunal correspondiente, el contencioso administrativo, que son los juzgados más colapsados de España. Cuando llega una resolución judicial, “la obra en cuestión ya está terminada”. ¿Para qué se va a molestar nadie en cumplir con la ley si al final, como el sistema garantista en realidad no funciona, si la política de hechos consumados se impone a la ley?
Como en todo, el vicio de ilegalidad recorre todas las administraciones públicas, pero los arquitectos advierten que todavía “con las entidades municipales se resuelven las cosas pero con la Junta de Andalucía y sus empresas públicas, no hay manera”. Lo acabamos de ver en el pleno del Parlamento de Andalucía. Al descaro de liquidar la ‘deuda histórica’ con treinta años de retraso, se une la estafa política de hacerlo con solares sobrevalorados y la sospecha de que las tasaciones de esos suelos estaban amañadas. Política de hemos consumados. Total, si ya lo dicen los arquitectos. Aquí hay una ley que se impone a las demás, la ley del dedo público.

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06 abril 2010

El jinete azul



Dos jóvenes mueren atropelladas brutalmente justo al comenzar el Domingo de Resurrección. Atravesaban un paso de cebra, venían de despedir a las Cofradías de Semana Santa y, al cruzar la calle, un tipo sin carné de conducir, borracho, las atropella y deja sus cadáveres sobre el asfalto, arrojadas como guiñapos a treinta o cuarenta metros. Dos jóvenes mueren atropelladas cuando vestían de primavera sus sueños de juventud, adornadas con el aroma intenso de las noches de Sevilla, incienso y azahar, y el impacto horrible de esa brutalidad nos desarma, nos angustia sólo de pensar en los padres, sólo de ponernos en su lugar. Mueren dos jóvenes atropelladas y yo no sé qué pensar, ni qué decir. No sé.

Desaparece una niña de trece años el Martes Santo y, cuatro días después, el Sábado Santo aparece su cadáver en un pozo, cubierta de moratones y de sangre. Y ya es difícil imaginarla como en las fotos que se han distribuido estos días, sonriente, con la cabeza inclinada en un gesto de coquetería adolescente, el pelo negro suelto y una pequeña pinza rosa que juega con sus labios y con el hoyuelo de la barbilla, que sonríe también. Aparece su cadáver el Sábado Santo, mientras un Cristo envuelto en sudarios recorre las calles de toda España, y el sobresalto que produce esa muerte nos bloquea, tragamos saliva porque todo eso nos supera. Yo no sé qué pensar, ni qué decir. No sé.

La incertidumbre se acrecienta, además, porque de sobra conocemos lo que vendrá a partir de ahora, la secuencia exacta de acontecimientos que acabará sobreponiéndose a esas muertes, el relato preciso de declaraciones, el contenido exacto de la polémica. Sólo será cuestión de esperar los seis meses que separan el impacto de la niña muerta en Seseña de la puesta en libertad de la presunta asesina, de catorce años, porque ése es el límite que establece la Ley del Menor. Sólo será cuestión de esperar a que pasen los meses y se conozcan los argumentos de la defensa del tipo que ha atropellado a las dos jóvenes para reducir los siete años de cárcel que, como máximo, le caerán. Otra vez se recogerán firmas en las aceras para pedir penas más duras, cadenas perpetuas, leyes más contundentes contra esos crímenes. Otra vez se pedirán reformas y otra vez contestará que no es el momento, que no se pueden abordar las reformas penales en caliente. Y es verdad, pero pasan los años, pasan los crímenes, y nunca es el momento propicio para abordar una reforma. Al cabo de los días, se caen los crímenes de las páginas de la actualidad y ya nadie hace declaraciones. Hasta el próximo crimen, otra vez vuelta a empezar: crimen, peticiones de reforma, no-es-el-momento y olvido. Hoy no voy a entrar en el debate de si está bien o está mal la Ley del Menor, de si es buena o mala la cadena perpetua; hoy sólo pregunto por ese día, ¿cuándo va a llegar el momento propicio?

Con rastros de muerte inocente hemos dejado la Semana Santa. Y yo no sé qué pensar porque parece como si el destino se empeñara en hacerse más cruel buscando el contraste de la muerte en los días de la Resurrección. En la Biblia se habla de los cuatro jinetes del Apocalipsis, el jinete que monta un caballo blanco, que representa la victoria; el del caballo rojo, que es el de la guerra; un tercero, amarillo, que representa las enfermedades, y el último, un caballo negro, que es la pobreza. El quinto jinete del Apocalipsis, que siempre ha sido metáfora de males nuevos, quizá sea éste, el de esta violencia nueva, el de este sinsentido. El jinete azul. Azul, que es color que representa la sabiduría y la serenidad que, acaso, hemos perdido.

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03 abril 2010

Según Barbeito



Hay más verdad en la sencillez de un místico descreído que en las estrictas reglas de rígidas prelaturas de la Iglesia católica. Hay más reflexión, más sinceridad, en quien busca la verdad en la duda que en quien afirma que conoce la verdad de nuestra existencia. Bernardo Soares, el heterónimo de Fernando Pessoa, era uno de esos místicos descreídos en los que se puede encontrar más verdad que en muchos otros de comunión diaria y principios inamovibles. Y Bernardo Soares decía: “Pertenezco a una generación que heredó el descreimiento en la fe cristiana y que creó en sí un descreimiento en todas las otras fes (…) Todo eso lo perdimos nosotros, de todos esos consuelos nos quedamos huérfanos. (…) Sin ilusiones vivimos apenas del sueño, que es la ilusión de quien no puede tener ilusiones. Viviendo de nosotros mismos, nos disminuimos, porque el hombre completo es aquel que se ignora. Sin fe no tenemos esperanza, y sin esperanza no tenemos propiamente vida.”
Luego de ese texto sublime, Pessoa establecía un vínculo necesario entre la esperanza y la idea del futuro, la idea del mañana, con lo que cerraba el círculo de la existencia; el pasado que llevábamos a la espalda, el presente que vivimos y las expectativas de un futuro que anhelamos y que nos hace superar la incertidumbre del presente y la nostalgias del pasado. Quiere decirse, en fin, que la vida, nuestra vida, la vida de cada uno de nosotros necesita la esperanza de otra vida; necesita la ilusión, la fe, de que todo no se agota con estas líneas, con este día, con este año, con este momento, sino que con cada paso que damos estamos construyendo una ilusión. Una esperanza.

Esperanza, sí. Pero fíjense cómo es la duda en cada uno de nosotros la que se convierte al final en un camino hacia la esperanza, hacia la ilusión, y gracias a la inquietud que hace de la duda es, además, un camino hacia el impulso creador, como se decía antes. Dicho de otra forma, la duda forma una parte esencial de la idea del cristianismo, de la religión católica, y no sólo por el pasaje bíblico que hoy mismo revivimos cuando el propio Jesús exclama, ante su crucifixión, “padre, por qué me has abandonado”. No, no sólo por eso. La duda, desde los filósofos griegos, es la sustancia de la que está hecho el progreso; gracias a la duda avanzamos, gracias a la duda investigamos, mejoramos. Gracias a la duda escuchamos a los demás, atendemos otras realidades, otras formas de ver la vida. La duda genera humildad y de la humildad nace el pensamiento de la igualdad entre todos los seres humanos. Gracias a la duda avanza la humanidad.

Quienes no vivan en Sevilla quizá sean ajenos a la polémica que se ha desatado en la ciudad por el pregón de Semana Santa de Antonio García Barbeito. Por su forma de ser, por su vida, por su forma de entender la fe, por su duda. No saben que Barbeito, con su pregón, con su vida, con su duda, les ha mostrado la única esencia, la principal virtud que tiene la religión cristiana. Y no es el dogmatismo, ni la rigidez. No es la verdad inamovible sino la duda, la esencia primera del cristianismo. La duda como palanca que nos conduce a la reflexión; la duda que es el camino de la humildad, de la sencillez; la duda que es la antesala de la igualdad; la duda que es hermana de la esperanza. Tu duda, Barbeito, es mi duda. Y es mi fe.

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01 abril 2010

Arameo



Dicen que en Sevilla una nueva cofradía ha dispuesto una guardia judía tras el paso de Cristo que, para girar a la izquierda o a la derecha, para detenerse o comenzar a andar, el capitán transmite las órdenes en arameo. La cofradía es nueva en el catálogo de hermandades de Sevilla y todavía ni siquiera tiene un hueco en la Semana Santa, sino que salió a la calle el Sábado de Pasión. Pero la expectación de la nueva hermandad era tan grande que no ha habido charla de café, tertulia de Semana Santa o discusión de barra de bar que no se haya detenido un momento en la nueva hermandad. Los que dirigen la nueva hermandad dicen que se trata sólo de rigor histórico, de intentar reproducir lo que se cuenta en los Evangelios sobre el prendimiento de Jesús, y que por eso la tropa judía, compuesta por treinta y tres personas, va armada de palos, espadas y antorchas, se viste con el uniforme que se le supone a la tropa judia de la época, casco coniforme, correas de cuero y metales en el pecho, y está comandada por un tribuno romano. Antes de salir la hermandad, al llegar al templo, el tribuno llama a la parroquia y le dice al párroco, también en arameo, “abrid las puertas del templo a la guardia del Sanedrín, que viene a apresar al que dice ser el Rey de los Judíos”. A quienes se visten de judío les pidieron que tuvieran “cara de judíos” y casi todos se han dejado la barba, quizá porque todos pensamos que un judío en Semana Santa tiene que parecerse a un maleante y tener cara de mala leche. En las fotos se les ve serios, muy serios, mientras atienden las instrucciones en arameo que les ha impartido uno de los cinco profesores de arameo que hay en España.

¿Sólo rigor histórico? Hay quien piensa que lo del rigor histórico sólo es una excusa; que la realidad es que, al ritmo de los tiempos que vivimos, lo que han querido es crear una ‘cofradía de diseño’. No son los únicos, dicen, pero sí el caso más notable: todo está cuidado al más mínimo detalle, desde las sandalias de cuero de la tropa judía hasta los capirotes más altos de lo habitual o la túnica de ruán verde. De todas formas, lo que más me ha atraído de la conversación es la conclusión a la que llegan algunas personas que ven en esta hermandad un síntoma claro de declive de la Semana Santa. Es llamativo porque, a lo que se ve, el éxito de la nueva cofradía ha sido absoluto. Un barrio entero se ha volcado con la salida, los costaleros se cuentan por centenares, es un privilegio vestirse de judío y hasta el arzobispo se mostró admirado. ¿Qué está pasando, entonces? ¿Cómo va a constituir un peligro algo que moviliza a miles de personas y levanta una gran expectación?

En teoría, cualquiera podría pensar que la principal amenaza de las celebraciones de Semana Santa vendrá de la mano del laicismo beligerante o de quienes consideran que el multiculturalismo y la tolerancia debería prohibir las manifestaciones públicas de fe que puedan ofender o incomodar a quienes no son de esa creencia. Sin embargo, no es así: el principal riesgo de la Semana Santa, el peor virus de deterioro, no vendrá de fuera, sino que nace dentro. Ha ocurrido siempre así, las civilizaciones, mucho antes de que llegue un agente exterior y las domine, ya se han podrido por dentro. Desconozco cómo será la cofradía nueva de Sevilla, la devoción de sus hermanos, las órdenes en arameo y los agudos capirotes de los nazarenos. No puedo juzgarla. Lo que sí he entendido muy bien es la alarma y el espanto porque todo eso no tenga más consistencia que el de estas ‘cofradías de diseño’.

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