El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

01 noviembre 2010

La buena muerte




He esperado hasta este día para escribirte. Hace ya varios meses que te fuiste, en diciembre, y he aplazado hasta hoy lo que te quiero contar. Tú estás muerto y, desde aquella vez que hablamos, hace ya muchos años, yo tenía la certeza de que algún día llegaría esta conversación. Sí, he buscado el momento propicio, y este día, en este puente de los difuntos, podemos pasear juntos entre las palabras como si lo hiciéramos por las calles estrechas de un cementerio. En tu caso, además, estoy convencido de que este paseo por las letras, buscando el recodo inesperado de las frases y las esquinas floreadas de las metáforas, te resultará sugerente, atractivo, porque tú siempre has estado a gusto entre las palabras y porque tú, desde tu muerte, sé que intentas cumplir aquello que nos contaste, aquello que prometiste. He esperado y hoy, José María Javierre, ahora que estás muerto, quiero recordarte aquello que hablamos.

Fue hace ya casi veinte años, en las postrimerías de la Expo 92, cuando te nombraron pregonero de la Semana Santa de Sevilla. Corría el año 93 cuando, alertados por la inminencia de tu muerte, el final que creíamos inexorable, la ciudad, esta ciudad tan suya, tan cainita, tan exclusiva, decidió hacerte pregonero de su Semana Santa. Siempre he creído que tú, tan socarrón, eras consciente de que todos pensaban lo mismo, el morbo negro de otorgarle la última oportunidad al moribundo. Sí, tú lo sabías, y por eso decías que Sevilla era una ciudad insufrible y grandiosa. «Sevilla te sacude, te criba y te echa, pero si tienes valor y te encaras con ella, cumpliendo con unos ritos de humildad y de cariño, Sevilla te acoge. A mí, Sevilla me echó a patadas y ahora, demasiado maduro, me hace pregonero».

Lo sabías sí, pero estabas rendido a la ciudad, como estabas rendido a Andalucía. Quizá esta tierra te conquistó para siempre a partir de aquella primera imagen que contabas, tu primer impacto con la Andalucía profunda, honda; cuando llegaste de Alemania y te tropezaste en la calle con el Cristo de la Buena Muerte. «¿Cómo es posible la buena muerte? Se lo conté a mis amigos alemanes y vinieron a verlo. Nadie se explicaba un pueblo que festeja la buena muerte», decías.

El pregón pasó y, al contrario de lo que todos pensábamos, al contrario de lo que quizá tú mismo pensabas, la muerte no vino a buscarte hasta muchos años después. Fue en diciembre del año pasado. Desde entonces estaba esperando para pasear contigo, para volver a preguntarte lo mismo de entonces, para reclamarte aquello que prometiste. «¿Hasta qué punto no se ha contagiado usted de ese espíritu de la buena muerte? Quiero decir, que me sorprende cómo afronta usted su enfermedad, la leucemia…», te pregunté. Y tú, como si esperases la pregunta, contestaste: «Es que para mí no existe barrera entre este mundo y el otro. Afronto todo esto con ese espíritu y siempre digo que me gustaría que, llegado el momento, los ángeles me dejaran hacer un último reportaje periodístico para contaros a todos cómo es la muerte».

Te fuiste en diciembre del año pasado, Javierre, y todos estos meses he esperado la respuesta, aquel reportaje que prometiste. Esta mañana llueve en Sevilla y el viento, silbando, se cuela por las rendijas. Me he acordado de ti nada más levantarme. Y lo he entendido. Esperaba un reportaje, algo material, y no es eso. Tu presencia hoy demuestra aquello que decías, que no existen barreras entre este mundo y el otro. Estás aquí, sigues estando. Te siento. Como todos nuestros muertos. Esa es la buena muerte, Javierre, la memoria.

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