El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

22 octubre 2010

¿Por quién llora Moratinos?



Sólo porque ésta es la primera vez que un ministro rompe a llorar en cuanto se anuncia su destitución, merece la pena elevar a la categoría de acontecimiento la anécdota de las lágrimas de Moratinos ayer en el Congreso. Sólo porque el comportamiento político habitual no es éste, ni aquí ni en ninguna otra parte, sería un error imperdonable no reparar en que las lágrimas de Moratinos significan mucho más de lo que aparentan. ¿Por quién lloraba Moratinos? Esa es la cuestión. Y el que encuentre la respuesta, hallará las claves secretas de la remodelación del Gobierno de Zapatero.

Lo más fácil, y quizá lo más equivocado, es pensar que Moratinos lloraba por su destitución como ministro de Asuntos Exteriores. Es lo primero que se piensa, es verdad, cuando se ve al hombre secándose las lágrimas con su pañuelo blanco, sentado por última vez en el banco azul. Pero no es así, con mohines de llanto, como los políticos expresan su desaprobación por un cese o por un cambio, sino con el gesto contrario, las sonrisas de hielo que, por ejemplo, exhibían ayer De la Vega, Bibiana o Beatriz Corredor. Además, una persona que se ha pasado una legislatura y media al frente de Exteriores no puede ansiar otra cosa que detenerse un minuto en su propia vida. Y lo que le espera a Moratinos, desechada la absurda idea de que fuera candidato a la Alcaldía de Córdoba, es un destino diplomático placentero y lustroso. Moratinos, con su cara redonda de Papa Noel, con sus ojillos pequeños y tristes, con sus andares apesadumbrados, deja el Ministerio y para él será una liberación.

No, Moratinos no lloraba por él, lloraba por el ocaso del imperio, por el fin de un ciclo, por el final de una ilusión. Moratinos se veía ayer abandonando la Alhambra y lloraba por su rey, lloraba por Zapatero, otra vez obligado a hacer las reformas que no quería, a suprimir los ministerios que no deseaba, a renunciar a todo aquello que lo identificaba como líder. Moratinos lloraba porque a Zapatero, después de ceder en su política con la Reforma Laboral, ha tenido que ceder ahora en la única parcela de coherencia interna que le quedaba, el Gobierno. Es el fin del zapaterismo por lo que lloraba Moratinos, por este cambio de gobierno en el que se intuye, otra vez, que han sido las presiones de fuera, esta vez de su propio partido, las que han dictado el eje nuclear de la remodelación. Los guiños propios de otras épocas, sus apuestas personales, como la entrada ahora de Rosa Aguilar o el ascenso de Trinidad Jiménez, pueden equipararse al valor político fundamental que tiene esta remodelación: la evidencia de que en el PSOE todo se está disponiendo ya para el control del partido tras el zapaterismo.

Los psicoanalistas han visto en la estampa mitológica de Saturno devorando a sus hijos un acto de melancolía y de destrucción. Moratinos miraba ayer a su alrededor y veía eso mismo, a Zapatero devorando a sus creaturas. Por eso lloraba.

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