El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

03 agosto 2010

Espejismo



No fue un sueño porque lo vivimos, lo sufrimos. No fue un espejismo porque lo sentimos, porque lo ansiamos. No fue un accidente porque vivimos cada instante, paladeamos cada momento. No, no, aquello ocurrió realmente y nosotros estábamos allí, éramos los únicos protagonistas cuando todo se desbordó. Y ahora no se nos puede olvidar.

Fue cuando España jugaba el Mundial de fútbol, aunque nos parezca que hace mucho tiempo y que todo se ha desvanecido ya. Fue cuando vimos que algo extraordinario, inusitado, se desparramaba por las calles de todos los pueblos, por las avenidas de todas las ciudades. Fue cuando nos dejamos llevar por aquella marea de fútbol que nos descubrió España como un sentimiento, como una pasión.

Estaba oculta, olvidada, y el fútbol la desempolvó, la rescató. España sólo existía como referencia de frustraciones, de pérdidas, de desunión. España como problema y como fracaso, una herencia de brasas ardientes sobre la que caminamos desde hace ya demasiado tiempo; quizá desde que se desvaneció el imperio español y el pesimismo lo inundó todo; quizá desde que la dictadura se apoderó de su nombre y su bandera. España como anacronismo, como una historia de aguas pasadas que ya no mueven ningún sentimiento ni solucionan ningún futuro. Tan doloroso llegamos a verlo que desde la Transición ya se instaló entre nosotros el eufemismo de «este país», como un sinónimo de corrección para no tener que hablar de España. Nunca hasta aquellos días de fútbol y de euforia colectiva se había oído cantar en todas las ciudades «soy español, español, español».

Sí, todo aquello lo vivimos, lo sentimos, pero otra vez se ha levantado una espesa polvareda de ruido que no nos deja mirar atrás. Ya no hay banderas que ondean ni sonrisas pintadas de rojo sino grupos enfrentados, iracundos, como el otro domingo el Barcelona, como el otro domingo en las plazas de toros de toda España. Otra vez vuelven los enfrentamientos, otra vez España se mira al precipicio de la desunión. ‘No hay fiesta nacional posible porque no hay nación’, parecen decir. Pero, ¿de verdad es esa la realidad? No, no te dejes engañar. Lo único que ha ocurrido es que, otra vez, los micrófonos se han alejado de la calle, otra vez las imágenes se han apartado de los balcones. No son esas las voces de la gente, ni son esas las preocupaciones de la gente. La confrontación no está en la gente de España. De hecho, en toda la polémica catalana de los toros lo único que ha faltado es la voz de los ciudadanos; una mera consulta en referéndum hubiera reflejado la lógica que se impone en la calle: existe una mayoría de ciudadanos, en Cataluña y fuera de Cataluña, que no se considera aficionada a los toros pero no los prohibiría. La mayoría cegata y tramposa que se ha pactado en el Parlament para prohibir los toros no está en la calle. Este nuevo ‘despotismo parlamentario’, que prohibe los toros como se hacía en el despotismo ilustrado, ha ocupado otra vez el centro del debate; pero no te dejes engañar, ésa no es la realidad.

Ocurrió, sí, ocurrió. Y sigue ahí. Recuérdalo estos días, cuando pases por las calles que aún conservan banderas en los balcones, ya deshilachadas por el viento, descoloridas por el sol. Recuerda que no fue un espejismo. No era sólo fútbol, era España. Y la realidad pervive, aunque no ya no la veamos en los telediarios.

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