El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

28 junio 2010

Test de burka




EL MUNDO publicó hace unos días un interesante experimento sociológico con el que pudo demostrar que un gilipollas sigue siendo gilipollas cuando se le coloca un burka. Fue una mujer, Monserrat Nebrera, una política catalana, la que se colocó durante unos días el burka. La señora fue diputada del Partido Popular pero acabó dejando ese partido después de meterse absurdas controversias, alguna de ellas en las que se burlaba del acento andaluz. En cualquier caso, si ha sido del PP debe entenderse que sigue siendo de derechas, o de centro derecha. Hace unos días, la señora se puso el burka, se dio unos paseos por Barcelona y sacó sus conclusiones: “El primer día imaginaba ir en una cárcel ambulante; el segundo día era como llevar una fortaleza que más que aislarme, me protegía. Sólo enseño cinco centímetros de mi cuerpo, pero me siento como si estuviera desnuda. Lo que asfixia no es el burka sino las miradas de rechazo”. Ahí quedó. Para no ser Bibiana Aído, no está mal.

Todo lo anterior, esa confluencia en los supuestos extremos de la política, sirve para demostrar, en primer lugar, que la polémica sobre el uso del burka en las sociedades libres no forma parte de las ideologías, por mucho que, de forma incomprensible, a una parte de la izquierda, o mejor de la progresía, le haya dado por pensar que el respeto a la diversidad y la tolerancia conlleva la aceptación del burka. No, ni el burka tiene que ver con las ideologías ni, desde luego, tiene nada que ver con el respeto de otras culturas. El burka sólo tiene que ver con dos pilares básicos de cualquier estado de Derecho, la libertad y la igualdad. No es de izquierda ni de derechas, es más elemental, más básico, un burka atenta contra la dignidad humana y contra los derechos de toda persona.

A partir de ahí, pensar que una mujer accede libremente a colocarse un burka es una irritante demostración de diletantismo político; un hijo natural de la creencia de que no todos los pueblos están hechos para la libertad y para la democracia. Creer que una mujer con burka es una mujer libre es equivalente a pensar que una mujer maltratada, que sigue viviendo con el maltratador, es una mujer que acepta los golpes y las violaciones de su marido borracho porque son demostraciones de amor. Una mujer que acepta un burka, una mujer que acepta caminar por la calle cinco pasos detrás de su marido, una mujer que acepta que la castren con una tela de todos sus atributos físicos, no puede ser nunca una mujer libre. Ningún amor, ninguna religión, ninguna pasión puede justificar que una democracia acepte que un burka forma parte de la libertad. Porque no es verdad y, aunque lo fuera, no se puede aceptar porque el estado de derecho también le impone límites a la libertad individual.

El maltrato psicológico está recogido en el Código Penal. No es necesario que una mujer sufra daño físico para que un juez condene “al que infligiera a otra persona un trato degradante, menoscabando gravemente su integridad moral”. Si aceptamos que un burka es una humillación para la mujer, comienza a ser un insoportable ejercicio de hipocresía que en España no incluyamos el burka dentro de la Ley de Violencia de Género. En el test del burka, yo no me apunto a la gilipollez.

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