El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

30 junio 2010

El profeta



Cuando se veía venir la avalancha, Manuel Aragón levantó el dedo para recordar lo elemental. «Sin saber el lugar de destino, sin tener claro el horizonte, es muy difícil caminar con provecho, llegar a buen puerto. También es muy difícil, por no decir temerario, negociar sin saber lo que se puede y no se puede hacer». Podría ser el consejo de cualquier madre a su hijo, de un profesor a sus alumnos, de un entrenador a sus futbolistas, de un abogado a sus clientes o del patrón de un barco a sus marineros. Podría ser el lema de cualquier persona y de cualquier actividad porque es elemental, norma de vida; para no vagar entre la Babia y la nada, antes de emprender un camino hay que saber a dónde nos lleva y qué podemos encontrarnos. Podría ser un consejo universal, pero Aragón, cordobés, catedrático de Derecho Constitucional, lo escribió para un fin muy concreto, el Estado de las autonomías; lo escribió porque se veía venir la alocada carrera de reformas de estatutos y, quizá aterrado, comprobó que nadie reparaba en que la bola de nieve que se echaba a rodar podía acabar en aludes que nos sepultaran.

Reparemos, además, en que Aragón escribió lo anterior en 1999; es decir cuando todavía gobernaba Aznar y una serie de barones regionales del PSOE, sobre todo Chaves y Maragall, incluyeron el modelo autonómico en la confrontación política. En el caso del PSOE fue tan brusco el cambio que se pasó, de un año a otro, del ‘pacto de Mérida’, una reafirmación de españolidad, a la negación misma de la nación española, convertida en una nación de naciones. En esas, Aragón levantó el dedo y publicó sus reflexiones en un ensayo que, si su lectura es muy recomendable en estos días, lo es, sobre todo, porque podemos calcular la envergadura del disparate, la tensión irresponsable a la que se ha sometido a España en el último decenio con las reformas de Estatutos que ahora desembocan en la sentencia del Tribunal Constitucional.

En esa sentencia, sí, desemboca la tensión de todos estos años pero nos engañaríamos si pensamos que ya se han superado los riesgos que señalaba Aragón en su ensayo de entonces. España sigue sin tener un modelo territorial definido, y ése seguirá siendo, alentado por el nacionalismo, un problema recurrente de la política española. A partir de esta sentencia, de hecho, ya sabemos que, tras las últimas reformas estatutarias, el modelo territorial de España se ha desplazado hacia un modelo de desigualdad económica e identidad política. Se preserva la unidad de España, pero se consagran los privilegios económicos para Cataluña, negociación bilateral y partidas presupuestarias excepcionales. El Parlament de Catalunya quería imponer, con su estatuto, un modelo territorial que caminaba hacia la confederación (los nacionalistas jamás han querido el federalismo), y el Tribunal Constitucional lo ha recortado hasta dejarlo en eso, privilegios económicos y políticos, pero no jurídicos. La confederación se queda en económica.

Aragón lo dijo hace once años. Y seguimos igual. Sólo nos queda la ironía del destino; quién le iba a decir al prudente y riguroso catedrático cordobés que el temerario mayor del reino, el presidente Zapatero, lo iba a nombrar años más tarde miembro del Constitucional y que, para colmo, su presencia en el tribunal acabaría siendo determinante para la sentencia del Estatut. Aragón es el profeta condenado a gestionar las desdichas que predijo.

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