El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

16 junio 2010

Dos huevos



Nada es más difícil en esta vida que enfrentarse a la inercia de uno mismo. Detenernos, mirarnos, y dejarlo todo, comenzar de nuevo. Porque estamos hechos de rutinas, de costumbres, de certezas; porque necesitamos la seguridad de las rutinas y las certezas. Lo explicó Ortega y Gasset, cada uno de nosotros es fruto de sus propias decisiones y de las circunstancias que lo rodean, y luego, Bob Dylan le dio forma de canción, Like a rolling stone. Lo cantó Dylan y lo razonó Ortega. «Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo».

Aprendemos desde niños que los años van puliéndonos a su antojo, limando aristas, creando formas, aguzando picos; nos engulle el tiempo que vivimos, la gente que amamos, y pronto comprendemos que la vida consiste en dejarse llevar. Por eso aceptamos a diario que nuestra vida no es la soñada; las frustraciones del trabajo, de los hijos, del amor, de la amistad. Por eso admitimos que en todo lo que hacemos existe siempre un porcentaje inamovible de infelicidad. Aceptamos el recorte de los sueños como un impuesto obligado que hay que pagar.

Quizá por eso no existen héroes de la deserción, aquellos que se detienen y cambian su vida como si mudaran el pellejo. Ese torero mexicano que ayer, en plena faena, miró al tendido semi desierto, miró de nuevo al toro que tenía delante, y tomó la decisión de su vida. Tiró el capote al suelo y salió corriendo hacia el tendido. Ya se iba por el callejón, entre el estupor de la gente, cuando recordó que le faltaba todavía algo. Volvió al ruedo y allí, en el albero, se cortó la coleta y se la brindó al público, con el mismo ademán que se brindan las orejas de un toro muerto. Luego, camino de su nueva vida, lo explicó todo con muy pocas palabras: «No quiero ser torero. No tengo la capacidad y me da mucho miedo... No quiero ser torero, no es lo mío, no tengo huevos». ¿De verdad no tiene huevos? ¿Cuánto valor hace falta para admitir públicamente que uno no es lo que todo el mundo piensa de él? ¿Cuánto valor hace falta para admitir que no se tiene valor? «No es lo mío, no tengo huevos». Christian Hernández ya es un ex torero.

Se dirá, y es verdad, que la vida también nos enseña que, frente a las circunstancias, frente al viento que sopla en el camino, el hombre debe aprender a luchar, a pelear por lo que cree, a vencer las adversidades. Se dirá, y es verdad, que la vida nos enseña que éste no es un mundo para los cobardes, pero no es de cobardía de lo que hablábamos sino de impostura, de falsedad, y de la valentía que se necesita para luchar por la autenticidad, por la verdad.

Cada día, en la vida pública, surgen ejemplos de lo contrario, de imposturas, de falsedad, de hipocresía. La mentira, para algunos, es más rentable que la sinceridad. Como ese alcalde que ayer salió de la cárcel, jaleado por los suyos con palmas, vítores y cohetes. Los huevos que le sobran al torero mexicano para admitir ante todos que no es lo que la gente esperaba, son los que le faltan a esos tipos para enfrentarse a la sociedad, dar la cara y pedir perdón. Ya quisiera ese alcalde el valor que le sobra al torero que se enfrentó a su destino.

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