El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

22 junio 2010

Buscando a Descartes



Para buscar la verdad, Descartes bajó al infierno de las dudas y estableció los cimientos de las primeras certezas a partir de su propia realidad. «Pienso, luego existo». Se suele sostener que la filosofía y el humanismo moderno comienzan a partir de esa famosa sentencia, sobre todo por el planteamiento general del pensamiento de Descartes, el hallazgo intelectual de iniciar la reflexión poniéndolo todo en duda, todos los principios, todas las verdades preestablecidas, incluso las más cercanas, las más evidentes, como uno mismo. Años más tarde, Antonio Machado utilizó a su Juan de Mairena para corregir amablemente a Descartes, con un nuevo giro humanista: «Existo, luego soy».

Podríamos pensar que cada frase responde a las necesidades del tiempo en el que se formularon; la de Descartes tiene que ver con la ruptura del hermetismo religioso heredado de la Edad Media: por eso le pone el acento al pensamiento y a la duda; y la de Machado responde a la angustia española y europea de un tiempo de guerras, años de violentos enfrentamientos políticos, de fascismos y comunismos: por eso le pone el acento a la vida, a la existencia. Si seguimos con el juego de Machado y buscamos, con la fórmula de Descartes, una frase propia de estos tiempos, parece evidente que cualquier resultado tendría que reflejar el materialismo de estos días, el predominio de lo material, el imperio absoluto de la apariencia, de la fachada. Triunfo de la futilidad. Ni el pensamiento ni la existencia, el ser. «Soy, luego existo».

Para esa formulación, desde luego, no han de faltarnos modelos que la encarnen. Porque, miremos hacia donde miremos, por todas partes encontraremos ejemplos claros de esas estrellas fugaces, surgidas de la nada o sustentadas en la nada, pero que, sin embargo, logran convertirse en el centro de todas las miradas. ¿Qué se identifica más con el tiempo vivido que el pelotazo? ¿Hay metáfora mejor? No, sin duda, porque de lo que se trata es de pegar el pelotazo, ya sea en los programas del corazón o en los tribunales de Justicia o, sobre todo, en la política y en la economía. Los mejores ejemplos del triunfo de esa futilidad, tipos que surgen de la nada y de repente los rodea un imperio; son los ‘reyes del pelotazo’. Ahora, en esta crisis que todo lo desnuda, se puede mirar hacia atrás y observar el fenómeno con mucha más claridad.

Luis Portillo es un producto de ese fenómeno. De la nada ascendió a los cielos de la economía española. Pertenece, junto con el Pocero y Gallardo, el del oleoducto junto a Doñana, a la generación de nuevos ricos que surgieron a la sombra del poder autonómico; curiosamente (o mejor, significativamente) aparecieron en las tres comunidades sin cambio político, con 30 años de hegemonía socialista, Andalucía, Castilla-La Mancha y Extremadura. Ahora sabemos que la nueva tarea de Luis Portillo consiste en agrupar fincas en la Sierra de Sevilla para crear allí un gran coto de caza. Con el ladrillo hundido, ese gesto inversor lo dice todo de la hipocresía y la falsedad con la que se manejan los conceptos de izquierda y derecha y lo aclara todo, definitivamente, sobre la maldición que tiene Andalucía con los empresarios. Digamos que se redondea la metáfora del pelotazo que da sentido a la versión fútil de Descartes.

–Buscando a Descartes, se encuentra usted con El Pocero y Luis Portillo... ¡Manda huevos!
–Pues sí...

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