El Blog de Javier Caraballo

Javier Caraballo es periodista de EL MUNDO. Es redactor Jefe de Andalucía y autor, de lunes a viernes, de una columna de opinión, el Matacán, sobre la actualidad política y social. También participa en las tertulias nacionales de Onda Cero, "Herrera en la Onda" y "La Brújula".

17 noviembre 2009

Inculpación


Yo también habría bajado las escaleras para que parasen la obra. Es el instante que presentimos algo va a estallar, porque te has despertado con ruido, has desayunado con ruido, has trabajado en el despacho de tu casa con ruido, has comido con ruido y ahora, cuando son las tres y media de la tarde, sientes que la sangre se ha ido agolpando en la sien, comprime las venas y parece que se va a desbordar. Te duele la cabeza, te va a estallar. Sí, habría bajado las escaleras para pedirle al jefe de obra que parase la maquinaria un instante, la radial que corta las grandes baldosas de mármol para la acera, la hormigonera que remueve incesante las paletadas de cemento, arena y grava; el calambrazo de la radial, fugaz, estridente, y el run-rún monótono, constante, de la hormigonera.

Si, yo también habría bajado las escaleras y hubiera pedido que llamasen a la policía local, porque a esas horas sólo un policía local puede conocer que tu ayuntamiento, verde, ecológico y sostenible, ha aprobado decenas de ordenanzas que garantizan el descanso de los vecinos. Y ésta es una obra pública y lo que se espera de lo público es el ejemplo, no la trasgresión ni el abuso. Un cartel en medio de la calle, “estamos trabajando para usted, perdone las molestias”, no es un salvoconducto para saltarse todas las prohibiciones. ‘Obra pública, prohibido protestar’. Pues no. En una democracia, nadie, ningún alcalde, ningún plan especial, está autorizado a convertir en un calvario la vida de cientos de miles de ciudadanos por una mala planificación de los proyectos, por una demora injustificada, por una concentración de obras en la vía pública, innecesaria, inhumana.

Sí, yo también habría bajado las escaleras y, si al llegar la policía, en vez de escuchar mis reclamaciones, me hubieran pedido la documentación, a ti, no a la radial ni a la hormigonera, me habrían detenido porque a las tres y media de la tarde, en chandal y después de comer, la cartera se ha quedado arriba, en el piso. En todo caso, es igual, porque está muy claro que no es la documentación lo que busca la policía sino el escarmiento. Lo sabes por esa sensación extraña que te lleva a, de repente, verte y oírte protestar como si estuvieras fuera de tu cuerpo, como si tus palabras las devolviera el eco de un abismo en el que estás a punto de caer. Un estorbo, una odiosa incomodidad, la impotencia, la pesadilla, de sentirse diminuto, insignificante, frente a un poder gigante, capaz de ridiculizarte delante de todos, tus vecinos, tus amigos. Delante del jefe de la obra que mira, sonríe, y vuelve a poner a funcionar la hormigonera y la radial.

Si, yo también habría bajado las escaleras y habría acabado en la comisaría, en un calabozo, humillado en un rincón, mirando fijamente una pared que te repite: ‘no eres nadie’. Éste ha sido el proceso a la abogada malagueña Inmaculada Gálvez. Yo no estaba allí, no sé lo que ocurrió, pero me creo la sinceridad de sus lágrimas cuando me contaba lo ocurrido, la pena grande de verse condenada por algo que no ha hecho, la angustia de sentirse maltratada por todos, odiada por todos. Seis meses de cárcel. Qué barbaridad. Sí, supongo que esto es una inculpación moral: Yo también hubiera bajado las escaleras. No te arrepientas de eso. Que eso es lo que se espera de un buen ciudadano.


Ilustración: Paraíso en Obras

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2 Comments:

At 18 noviembre, 2009 12:03, Blogger eres_mi_cruz said...

es repugnante...
esta es la ley y el orden que tenemos...
y de ellos quién nos defiende...

 
At 18 noviembre, 2009 18:34, Blogger Panduro said...

Que quede claro: no existe el derecho a molestar.

 

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